LUIS BRITTO GARCÍA
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Los mecanismos
informáticos desplazan masivamente la fuerza de trabajo humana. Comienzan
suplantando a quienes desempeñan oficios sencillos, monótonos, repetitivos.
Luego desplazan a quienes cumplen tareas
simples de administración, como cajeros,
contabilistas, dependientes.Avanzan a labores que requieren manejo complejo de
información, como análisis de documentos jurídicos, diagnósticos médicos, informes económicos. En
fin, ejercen tareas aparentemente creativas: componen música, reinventan y
modifican imágenes, redactan textos difícilmente distinguibles de los
elaborados por humanos. Los ordenadores cumplen todas estas tareas con mayor
velocidad, precisión y economía que los trabajadores a quienes progresivamente sustituyen. ¿Qué será de estos
últimos? O, para decirlo más sencillamente, ¿Qué será de nosotros?
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Desdichado ha sido
el destino de la fuerza de trabajo cada
vez que el sistema ha encontrado una forma de reemplazarla. La conquista de
América convirtió en siervos y esclavos a los que fueron trabajadores
comunitarios. En la Europa del siglo XVI, los señores feudales expulsaron a sus
siervos agrícolas en cuanto les resultó más barato sustituirlos por unos pocos
pastores de rebaños. Con razón dijo santo Tomás Moro que en Inglaterra las
ovejas habían devorado a los campesinos. Los desterrados se agolparon en las
ciudades para vender su trabajo a los capitalistas. En el siglo XVIII los
empresarios empezaron a sustituir a sus obreros por máquinas, lo cual detonó la
sublevación social de los ludlitas. La máquina no liberó al obrero: lo obligó a
hacerse maquinal cumpliendo tareas agobiadoras de más de doce horas diarias. En
el campo, las pequeñas granjas fueron arruinadas por los bancos, y sumadas a latifundios en los cuales un tractor
desplazaba centenares de agricultores. Imperialismo y colonialismo extendieron e intensificaron la más
inmisericorde explotación por la casi totalidad del planeta.
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Este conjunto de
catástrofes sociales tiene un denominador común: los trabajadores pueden ser
expulsados cada vez que pierden el
control sobre sus medios de producción. La única forma de remediarlo consiste
en que reasuman el control de éstos. Lejos de lograrlo, son despedidos de fábricas, empresas y
latifundios porque las máquinas realizan más eficazmente sus tareas. Informa la Ilostat
que el año 2022, a escala mundial, 58% de las personas empleadas trabajaban en
el sector informal (unos 2.000 millones de trabajadores sin ninguna protección
social), más de la mitad de una fuerza laboral de unos 4.000 millones de
personas de las 8.000 millones que pueblan el planeta (https://ilostat.ilo.org/es/assessing-the-current-state-of-the-global-labour-market-implications-for-achieving-the-global-goals/). Estima el
filósofo y tecnólogo Nick Srnicek que entre 40 y 50 % de los trabajos realizados por seres
humanos se automatizarán en veinte años: al fin de ese lapso más de
2.000 millones no tendrán empleos ni ingresos con qué mantener a otros 2.000
millones de dependientes. En su insensata carrera por el beneficio, el capital
concluye siendo incapaz de generar empleo, y tampoco el salario que posibilita
la compra de sus productos y la consiguiente ganancia.
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Los
sistemas que no sirven se desechan, salvo cuando tienen el poder de desechar a
sus reformadores. A falta de remedios, se proponen entonces paliativos. Uno de
ellos es el de la Renta Básica Universal también llamada Universal Basic Income: una
propuesta de bienestar social en la cual todos los ciudadanos de una población
dada recibirían regularmente un ingreso garantizado, en forma de una
transferencia de pago incondicional (es decir, sin un examen de ingresos ni la
obligación de trabajar), que sería recibida independientemente de cualquier otro
ingreso, y bastaría para cubrir las
necesidades básicas de cada persona.
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La Renta Básica
Universal tiene antecedentes históricos. En la Roma Imperial los habitantes
incluidos en la minoritaria categoría de “ciudadanos” recibían estipendios y
dádivas en alimentos; pero la
liberalidad se hacía a costas del trabajo esclavo y de los tributos de los
países sojuzgados. También tiene numerosos defensores: en el siglo XVI, santo
Tomás Moro y el humanista Juan Luis Vives; en el XVIII, el revolucionario
Thomas Paine, en el XX, Bertrand Russell. actualmente la defiende Elon Musk;
Bill Gates considera que “todavía no ha llegado su tiempo”, y se ha
experimentado con propuestas análogas pero estrictamente limitadas en su
alcance en Finlandia, la India y Canadá.
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¿Cómo se
financiaría la Renta Básica Universal? Éste es el punto débil del proyecto. Su aplicación
generalizada requeriría garantizar la
subsistencia de más de 8.000 millones de habitantes del planeta. Una de las propuestas propone costearla con un
aumento de la tributación para aquellos todavía insertos en el proceso de
producción que aún obtengan ingresos. Pero hemos visto que durante el último siglo el gran capital ha librado una victoriosa
batalla para librarse de la
obligación de pagar impuestos. Al tercerizar sus explotaciones en el Tercer
Mundo, firma con los gobiernos locales infames Tratados contra la Doble
Tributación, que lo exoneran de tributar
en los países donde obtiene sus ganancias, y remite sus dividendos a Paraísos
Fiscales donde tampoco paga nada. También se instala en inconstitucionales
“Zonas Económicas Especiales” en virtud de acuerdos que asimismo lo liberan de cancelar impuestos sobre la
Renta, al Valor Agregado o cualquier otro tipo de tributos. El refrán mas
popular en Estados Unidos sostenía que “nadie escapa de los impuestos ni de la muerte”.
El capital ciertamente escapa de la totalidad o la mayoría de los impuestos,
gracias a lo cual deviene inmortal, pues goza de todas las ventajas que le
asegura el aparato estatal sin asumir ninguna de sus cargas.
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Por otra parte,
también en los países desarrollados el
capital ha logrado drásticas disminuciones de las tasas tributarias, colosales
amnistías fiscales y generosos auxilios financieros, al tiempo que continúa su inmemorial batalla para
mantener en el nivel más reducido posible remuneraciones y derechos laborales.
¿Consentirá el capitalismo, que tan feroces luchas ha librado para negarles
aumentos de céntimos a sus trabajadores, en ofrendar toda su plusvalía para
mantener masas humanas que no le aportan dividendos? Esto no ha sucedido en el
curso de la Historia, y seguramente nunca ocurrirá, pues contraría la propia lógica del sistema. Milton
Friedman sostiene que “la responsabilidad social de la empresa consiste en
obtener ganancias”. Hasta ahora la
humanidad ha mantenido al capital, y no a la inversa.
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Sólo existe un
medio de hacer realidad la propuesta: lograr una propiedad social de los medios de producción que a su
vez reporte el control social sobre lo producido y su redistribución equitativa.
Todo lo demás son ejercicios de caridad o maniobras diversionistas. Para la
Revolución no hay sustituto.
TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO
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