Luis
Britto García
1
Desde la
más remota antigüedad, los pueblos del hemisferio Norte celebran la llegada del
Solsticio de Invierno fecha en la cual las noches dejan de ser cada vez más
largas y empiezan a acortarse. Este evento astronómico es asimilado a la
declinación del helado invierno y el luminoso renacimiento del sol. También, a
la fugacidad de nuestra vida en un universo aparentemente eterno, en el cual
las edades del hombre son como estaciones y nuestras vidas plantas efímeras
cuyas semillas renacerán en alguna cálida primavera.
2
Para
rastrear las infinitas celebraciones del Solsticio de Invierno no bastan los
doce tomos de La Rama Dorada, de James
Frazer. Los Evangelios, única fuente documental sobre la vida de Jesús, no
informan sobre el día de su nacimiento. En su enjundioso Diccionario Filosófico, Voltaire relata
que según San Clemente de Alejandría, algunos pensaban que nació el 20 de mayo,
y otros que en 19 o el 20 de abril. En vista de que en el Imperio Romano las
fiestas saturnales se celebraban desde mediados de diciembre, y el solsticio de
invierno el 25, los cristianos decidieron que la conmemoración del natalicio de
Jesús coincidiera con dichos eventos. Advierte San Agustín a sus feligreses que
deben recordar siempre que ese día festejan el nacimiento de Dios, y no el
renacimiento del Sol.
3
La
Navidad como fenómeno comercial se ha extendido hasts donde llega el poderío de
Occidente, en coincidencia a veces con festividades locales asociadas al
Solsticio de Invierno. Para que las hecatombes consumistas que las empresas
impulsan con el pretexto de la Navidad
sean trasplantadas, es un obstáculo su asociación una figura religiosa cuyo
culto pudiera chocar con el de divinidades
o ídolos locales. Hebreos, musulmanes, shintoistas y budistas no quieren nada
com Jesús. Para comercializar un bien,
el capitalismo suprime su esencia. Para una Navidad descafeinada, erradica de
ella el nacimiento de Jesús.
4
La tarea
no es fácil. Navidad es apócope de Natividad, el nacimiento de ya sabemos Quién.
El cometido es más difícil en inglés, cuya palabra Christmas alude a la
temporada de Christ, el Cristo. No resuelve el problema llamarla Xmas, con esa
X que parece una Cruz. Todavía más difícil resulta que se haya atribuido al Niño Jesús la antigua
costumbre de las saturnales romanas, de hacer regalos a los niños. No: a la
Navidad capitalista hay que cambiarle el casting. Nada de José trabajador
manual, nada de María Virgen, cero Niño Dios que no sabe manejar tarjetas de
crédito, fuera Reyes Magos que vienen del Oriente con sus taparitas llenas de
Oro Negro. Entonces ¿Quién?
5
Para evitar
disputas, nada como omitir las grandes figuras que fundamentan un credo. Se
puede rechazar a un Dios, pero no a un humilde obispo del siglo IV llamado San
Nicolás de Bari, cuyos únicos actos trascendentes fueron sanar a varios niños
apuñalados y regalar dinero para la dote
de jovencitas pobres colocándolo en los calcetines que éstas colgaban a secar.
Para facilitar su marketing, despojarlo
de los atributos que pudieran ligarlo con el Gran Ausente: nada de llamarlo
como en Italia Babbo Natale (Abuelo Navidad), mucho menos con un británico
Father Christmas (Padre de la temporada de Cristo) y por ninguna circunstancia
San Nicolás. Por el contrario: Pere Noel
(Padre Noel), o simplemente, Santa, que no parece título canónico sino apodo.
Santa suplanta a las Saturnales y al Niño Jesús en la tarea de entregar a los
niños regalos, hoy facturados por las grandes transnacionales de la juguetería.
Lo hace en trineo tirado por renos nunca
vistos en Judea ni en su Anatolia Natal. El Pop ha terminado atribuyéndole
rolliza esposa y fábrica de juguetes
donde trabajan gnomos, seguramente importados de maquilas donde son explotados hijos de
inmigrantes ilegales.
6
Los
protestantes y algunos católicos jansenistas creen que como Dios no ignora el
futuro, sabe quiénes han de salvarse, y los favorece confiriéndoles riqueza y
posiciones en esta vida. Es el punto de vista que expresa Paul Schrader en su
magnífico film First Reformed (La
Iglesia de la Salvación). En un grupo de apoyo una creyente se queja de que su
padre, cristiano ejemplar, está sin empleo ni ingresos. El pastor explica que
Dios no necesariamente confiere el bienestar económico. “¿Cómo? ¿Un Cristo para
perdedores?” protesta otro feligrés, cruzándose de brazos. Firme creyente en un
Dios que premia anticipadamente en esta vida, una parte del protestantismo ha
de sentirse incómoda con un Redentor que nace en un pesebre, expulsa a los
mercaderes del templo y predica la pobreza. Salvo contadas excepciones, no
abrigan las iglesias protestantes representaciones del Nacimiento, y mucho
menos con San José, la Virgen, la Mula y el Buey.
7
Para fundamentalistas cuyo fanatismo les impide
aceptar navidades ni que sean descafeinadas, el marketing ha inventado otra
sutileza tan inodora, incolora e insípida como el dinero mismo: el Espíritu de
la Navidad, asqueroso fantasma o ectoplasma que aparece hacia el 23 de diciembre, cuando
entran en frenesí las compras de regalos, y se desvanece cuando quedan sin
saldo las tarjetas que los compran. De tal manera se puede producir, vender,
regalar, recibir y hacerse rico comerciando con pacotilla consumista sin
escrúpulos de inconsciencia. Así queda Jesús cesanteado de su propia Navidad,
sin derecho a indemnización por antigüedad, preaviso ni cesantía.
8
Me
considero invitado a toda fiesta que no
celebre la desdicha de otros o se haga a costas de lo que a ellos les falta,
bien encomie a Saturno, al Niño Dios, al propio nacimiento o al de cualquier
inocente que arriba a este Valle de Lágrimas. Aquiles Nazoa dedicó uno de sus
más hermosos libros a la Navidad Venezolana, esa deliciosa mezcla de paganismo,
reunión familiar, alboroto, hallacas y y expectativas, que va siendo reducida a
la nada por las cajas registradoras de Santa y del Espíritu Navideño, sin más
protesta que un inteligente artículo de Prudencio Chacón. Aquí, como en todo, se libra una batalla de
las ideas. La está perdiendo la Iglesia Católica, y con ella todos nosotros.
TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO
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