sábado, 12 de enero de 2013

AUGUSTO HERNÁNDEZ



1
Tengo el  privilegio de no haber cursado estudios universitarios aburridos. Nada más el primer año viví la protesta estudiantil contra una dictadura que parecía inconmovible, un allanamiento de la universidad, tres sublevaciones militares, la rebelión popular del 23 de enero de 1958 que acabó con la autocracia, cuatro gobiernos consecutivos, un Presidente de la República excéntrico llamado Edgar Sanabria que  nos daba clases de Derecho Romano en latín a las que llegaba en autobús,  un millar de tiroteos y manifestaciones en contra y a favor de todo, y conocí a Jaime Ballestas y a Augusto Hernández.
2
A tal país, tal adolescencia. No extrañará a los lectores que los tres recién conocidos instaláramos una Agencia del Mal que se especializaba en sabotear los comienzos de curso poniendo  carteles fraudulentos sobre las materias que se daban en cada aula, cambiando los letreros de los baños de Damas y Caballeros, dando lecciones inaugurales con falsos profesores irascibles, interrumpiendo clases para aplicar supuestos test sicológicos imposibles de contestar. En el primer Carnaval conecté las mangueras de bomberos para barrer a los que venían a mojarnos con baldes. Imprimimos tarjetas invitando para fiestas inexistentes y fijamos afiches para conferencias polémicas cuyos ponentes jamás se presentaron. En uno de los primeros grabadores portátiles que llegaron al país grabamos un supuesto comunicado de Golpe de Estado, lo tocamos en un automóvil mientras íbamos a la Universidad, y los pasajeros dejaron el vehículo dando gritos hasta que suspendieron las clases. Jaime Ballestas y quien suscribe dejamos el nihilismo por el anarquismo utópico, y publicamos murales,  regularmente robados por los escuálidos de la época.
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Augusto Hernández venía de México, donde la dictadura había exiliado a su padre Luis Hernández Solís. Lo admirábamos porque se había escapado de la casa y recorrido el país azteca en plan de gamberro hasta que lo encontraron gracias a un cartel en el cual lo describían como Popeye, por sus fuertes antebrazos. La naturaleza tiene su propio sistema de control de plagas. Descalzos y con bombonas de aire comprimido en las espaldas bajábamos el acantilado de Tarma para hacer submarinismo; en un lanchón de madera que las olas volcaron varias veces navegábamos para bucear de noche. Recuerdo a Augusto, ya fumando frenéticamente, derramando chispas sentado siempre sobre el tanque de  gasolina.
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Dejamos esta vida apacible para entrar en los sesenta al mundo de ediciones confiscadas, pregoneros muertos a tiros y citaciones para la Digepol de quienes hacíamos  periodismo de oposición en La Pava Macha, de Kotepa Delgado, y Clarín, de José Vicente Rangel. Los novatos alternábamos con implacables bolcheviques como Aníbal y Aquiles Nazoa, Manuel Caballero y Pedro León Zapata. Augusto se reveló como un percutiente redactor humorístico. Cuando estalló la rebelión del Carupanazo, él, Jaime y el suscrito llegamos a Margarita para conseguir  lancha y  radioemisor y transmitir desde Carúpano lo que sucedía. Lo logramos en el instante en que la rebelión era sofocada. Cuando  Kennedy visitó Venezuela en 1961, se volvió a escapar Augusto de su casa con un rifle de cacería. El paciente Luis Hernández Solís lo mandó a estudiar a Londres, de donde no tardó en escaparse de la Universidad.
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Reencuentro a Augusto como director de Radio Aeropuerto, emisora donde locutoras sexagenarias anunciaban la salida y la llegada de los vuelos con voces de aeronáutica sensualidad. En el ambiente frenético superheterodino Augusto hacía Nuevo Periodismo en el programa “Kung Fu de Noticias”, torneo de improvisaciones humorísticas desconcertantes donde terciábamos Jaime Ballestas, Marianela Salazar y de vez en cuando el suscrito. En la dirección había  perpetua partida de dardos y  naipes donde se ganaban y perdían fortunas pero se seguía jugando hasta que todo se nivelaba en medio de la nube de nicotina con la cual Augusto perseguía su destino. Seguíamos intentando infructuosamente ahogarnos. Una vez Jaime y Augusto se lanzaron con tal prisa al abismo de Bonaire donde yacen los restos del “Ilse Hooker”, que descuidaron atar el cabo del velero a la boya y me tocó pescarlo y amarrarlo para evitar que quedáramos abandonados en medio del mar.  En otra oportunidad buceábamos al Norte de Margarita cuando nos sorprendió una poderosa remoción de las aguas y un chorro de vapor. Las ballenas nos decían adiós.
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No hay mejor amistad que alejarse cuando los destinos divergen. Por influencias de Luis Hernández Solís, desempeñó Augusto una polémica gobernación en Margarita, durante la cual los adversarios le reprocharon haber exiliado al artista conceptual Juan Loyola y malversación de fondos, conducta que suena mal pero que se limita a aplicar créditos del Presupuesto destinados a un objeto a otro objetivo distinto, sin apropiarse un centavo. Aclarado todo, se encerró en Pampatar, en una nube de nicotina y amigos, trabajando un periodismo combativo que nos valió el honor compartido de ser censurados, vetados y expulsados por periódicos de circulación nacional por no compartir la línea editorial golpista. Puso siempre Augusto su jovial pluma del lado del bolivarianismo, sin incurrir nunca en incondicionalidad y sí muchas veces en ásperas y pertinentes críticas. “Una revolución nos espera para perfeccionarla”, escribió en su postrer artículo en Últimas Noticias. Así permaneció cerca del mar, esperando el adiós de las ballenas, hasta que medios frecuentemente mal informados reseñaron su desaparición por insuficiencia pulmonar.  Para mí que volvió a escaparse de su casa. Quienes lo hayan visto favor informar sobre su paradero. Es fácil de reconocer por sus antebrazos muy desarrollados, por los cuales responde al apodo de Popeye.

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GALÁPAGOS



Olas como arietes blancos  disgregan  costas de dolorida oscuridad. Hace millones de años el centro de la tierra escupió lava color fuego que cristalizó roca color  carbón. Me petrifico para poder advertir las presencias. Entre grietas oscuras se escurren casi invisibles cangrejos negros. Más allá se calientan al sol crepuscular  iguanas marinas color de noche. De roca en roca enlutada vuela un pajarito sombrío. Los vulgarizadores presentan las islas Galápagos como Paraíso donde las especies no conocen predadores ¿Por qué todas juegan a la invisibilidad? Contra el poniente  surfistas acuclillados  se pasan cigarrillos  con olor de trueno.
Itabaca
Madrugar en Puerto Ayora, cargar  equipos de buceo en la camioneta perforar la niebla andina que cubre la vegetación de trópico, plátanos, cocos, lechosas, esquivar vacas y perros que no se apartan como si no conocieran predadores, acelerar por la reserva desértica donde brotan colinas como fumarolas hasta el canal de Itabaca y la lancha Vaya con Dios, navegar entre vientos que cortan el aliento hacia bahías heladas, islas arenosas donde nos asestan  sus miradas  curiosas los lobos marinos.

Santa Cruz
Me interno isla adentro. Las especies juegan a la evolución para esquivar la  muerte. Cactus gigantescos  desarrollan  troncos leñosos para que las espinosas tunas estén fuera del alcance de los hervíboros. Iguanas terrestres elaboran pieles color de  tierra rojiza. Por el suelo arcilloso picotean pajaritos color de barro. Los galápagos rumian fortificados con  descomunales caparazones de casi metro y medio de largo. Un pájaro vistoso se posa sobre ellos, picotea, vuela. La vida perdura con la máscara del engaño, el refugio de la coraza, el ala de la huída, el simulacro de la multiplicación.
Dafne
En medio del  mar helado dos peñascos volcánicos como montes lunares demolidos que levantan a los cielos  formas  devastadas. Me sumerjo en aguas inescrutables por el  acantilado tapizado de algas otoñales: rojas, amarillas, anaranjadas, castañas. Cruza un perezoso tiburón martillo. Desciendo tras él hasta que los colores  entristecen. Un lobo de mar danza en círculos mientras bajamos.

Darwin
 Veo esplendores sabiéndome invidente. En las caparazones de los galápagos donde sólo percibo corazas discriminó en 1835 Charles Darwin once especies, cada una de la cuales habita en específicas islas. Donde  me aturde la algarabía de los pájaros, distingue Darwin que cada isla aloja una especie distinta de pinzón, algunas comedoras de semillas, otras insectívoras, otras perforadoras de madera. Charles Darwin garrapatea en una libreta: “cuando veo estas islas, próximas entre sí y habitadas por una escasa muestra de animales, entre los que se encuentran estos pájaros de estructura muy semejante y que ocupan un mismo lugar en la naturaleza, debo sospechar que sólo son variedades... Si hay alguna base, por pequeña que sea, para estas afirmaciones, sería muy interesante examinar la zoología de los archipiélagos, pues tales hechos echarían por tierra la estabilidad de las especies”.
         Plaza
Buceamos contra la corriente en faena extenuante que acentúa la soltura de la raya, la gracia de los cardúmenes, el éxtasis de los caracoles rojizos. A la profundidad en que la luz se esfuma, un fantasma evolutivo, el pez murciélago, camina  sobre aletas o patas que se doblan o agitan, con grotesca nariz que secreta líquidos que atraen las presas. Seis tiburones dejan una caverna disparados como torpedos hacia la superficie plateada. Uno medita bajo la madriguera, inmóvil, sus branquias resoplantes.
Darwin
La estabilidad de las especies. En cinco palabras compendia Darwin la desestabilización de los dogmas supersticiosos y la estabilidad de la vida. Criaturas inmutables sufrirían una aniquilación eterna. La vida  elude la muerte haciéndose inestable. Cuando la muerte persigue al pez, éste se vuelve cuadrúpedo y salta a  tierra, y cuando la aniquilación lo sigue se torna reptil y vuela, y cuando la muerte llueve desde el cielo, se hace mamífero y perdura. Sólo lo mutable permanece.

Seymour
Los lobos marinos juguetean alrededor como para burlarse de la torpeza con que buceamos sobrecargados con las escafandras, los gruesos trajes térmicos, lastrados con dieciséis kilos de plomo. Exaltados en la gloria de su propia gracia trazan arcos, curvas, espirales, ayudándose apenas con gestos de sus perfectas aletas.  Al pasar, por un instante miro su ojo abierto como un perfecto disco con pupila negra que me inspecciona, desaparece, queda para siempre clavado en el recuerdo.
Darwin
Se yergue Charles Darwin sobre la desolada  isla que algún día llevará su nombre. ¿Comprende que en la evolución ocurre otro inenarrable salto? ¿Qué  la vida que se transmuta en todas las especies produce al fin una especie que asume todas las transmutaciones de la vida? Por vía del intelecto -un mecanismo que, como la evolución, funciona por ensayo y error- el hombre se hace fiera u hormiga y  pájaro y pez y Dios ¿Adivina que el intelecto creará máquinas intelectuales que lo superarán, que dotarán a un individuo con los poderes de su especie entera?

Pacífico
La helada  corriente de Humboldt me arrastra a  treinta metros de profundidad. La computadora sentencia que el aire se acaba. Emerjo entre  crestas de avalanchas de espuma. Entre ellas sobrenadan Phill y Pete. Nos entendemos con miradas. Debemos chapalear lejos de las trituradoras de los acantilados, y contra la corriente que nos arrastra hacia el infinito Pacífico. Los trajes de neopreno de ocho milímetros de espesor nos salvan de la congelación. Su rigidez nos paraliza. Tras la máscara veo el cielo diáfano tachonado de albatros. Falta saber si llegará primero el rescate o la fatiga terminal. Tras cada ola sólo viene otra ola y  otra y otra. Me pregunto por qué no comienzo a ver  mi vida entera. Invento un cuento sobre alguien que en el último momento vuelve a ver su vida entera hasta ese último momento de su vida en que vuelve a ver su vida entera hasta ese último momento en que vuelve a ver su vida entera y así sucesivamente sin final posible.
(TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO).

lunes, 7 de enero de 2013

domingo, 6 de enero de 2013

REYES


1
Sacaron del pesebre a la mula y el buey, que ningún daño hacían, pero a los Reyes Magos nadie los saca. Y eso que los menciona un solo evangelista, Marcos; que no los llama Reyes, y que para colmo les atribuye las sospechosas profesiones de magos y de astrólogos, que según la Ley de Vagos y Maleantes de la Cuarta República acarreaban prisión en El Dorado (Marcos: 2,3). Añadamos el sospechoso detalle de que los supuestos Reyes le van con el cuento a otro Rey, Herodes el Grande, quien los manda a Belén a localizar al Redentor, y luego ordena exterminar a todos los niños (Marcos: 2,28). Otro rey Herodes, Antipas, manda ejecutar a San Juan Bautista (Mateo 14:3-12; Mexoa 6:17-29) y figura con Pilatos entre los perseguidores de Cristo (Actas 4:27). Quien crea que la autoridad de los monarcas es conferida por Dios y ejercida en su nombre que levante la mano. Entre Reyes te veas.

2
En vano busco en los polvorientos volúmenes de la Historia y las amarillentas Enciclopedias un solo Rey que haya hecho un descubrimiento que nos haga menos ignorantes o tomado una iniciativa que consuele de nuestros infinitos males. Sólo encuentro déspotas que dilapidan el trabajo de sus súbditos en obras inútiles, como Keops; arrasan el género humano, como Alejandro Magno, o matan de hambre a su pueblo, como el zar Alejandro. Alfonzo el Sabio, Federico II de Suabia, Federico de Prusia son destellos solitarios en una vasta noche de ignorancia. La idea de que alguien puede explotar y asesinar a los demás impunemente en nombre de Dios es irrespetuosa para la deidad y sólo pudo ocurrírsele a un abusador.

3
Si los reinos se heredan por derecho de sangre ¿Cuánta es necesaria para alegar tal título? Suponiendo que sea legítimo que un Rey atormente a todo un país, su hijo tiene sólo la mitad de sus genes y de ese derecho; su nieto, la cuarta parte; su biznieto, la octava; su tataranieto, la dieciseisava y así hasta que en pocas generaciones el supuesto heredero posee menos de un milésimo de los originarios genes reales, e igual participación en el poder. Y eso que desde el destape, nadie sabe quién es hijo de quién, o de qué.

4
Los genes y las virtudes reales se diluyen con el tiempo. Soberano belicoso, testarudo y enérgico fue Carlos V; su hijo Felipe II salió incansable trabajador que llevó sobre sus hombros la administración de un Imperio; luego se sucedieron en el trono de España lamentables cretinos que abdicaron el gobierno en favoritos; terminaron por ser incapaces de reproducirse e hicieron indispensable la importación de un Rey francés Borbón. Esta rama generó uno o dos déspotas ilustrados; en un siglo sus retoños habían degenerado en la pandilla de esperpentos que retrata implacablemente Goya. De la sangre real, la endogamia sólo preserva los defectos.

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Se alega que a partir de las Revoluciones Burguesas cumplen los reyes una función decorativa. Repase el lector una colección de fotos reales y confiéseme con toda sinceridad si no haría mejor papel cualquier candidata a Miss Princesita. Nadie tiene la culpa de ser feo, pero por lo regular los reyes abusan. No hablemos de la fealdad moral del rifle de alta potencia para masacrar elefantes, de las francachelas de las princesas a costa del dinero de los subditos o de la comedieta de soberanía en países ocupados por bases de la OTAN.

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El respeto que reyes y testas coronadas no suscitan lo imponen alguaciles, jueces y jefes de prensa. Sabido es que en Venezuela se puede incitar a asesinar al Presidente sin que nada ocurra y que en Ecuador se lo puede acusar falsamente de crímenes de lesa humanidad sin otro inconveniente que pagar una simbólica indemnización de un dólar. Publique usted en España un chascarrillo sobre un miembro de la familia real y verá su edición confiscada, diga usted algo desabrido sobre las testas coronadas en Inglaterra y será irremisiblemente excluido de todo contacto con las fuentes. Creo que los monarcas deberían utilizar otros medios para recalcar su carácter indispensable. Por ejemplo, una huelga de reyes.

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El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente decía Lord Acton. Con los años acumulan los monarcas arrugas, y también corruptelas, que a diferencia de las arrugas se heredan. Doce transnacionales y 36 filiales integran el cartel Anglo-Holandés-Suizo, que domina y acapara la producción mundial de alimentos: las controlan el Cartel de Windsor y otras cinco casas reales (Jerónimo Guerra: “La escasez y el desabastecimiento como armas de destrucción masiva”; Rebelión, 24-02-2008). Menos edificantes son sus inversiones en la producción y el tráfico de armas, y en el sistema financiero que hoy amenaza devorar el mundo. Los reyes no traen regalos de oro, incienso y mirra para los niños: arrebatan el pan a los recién nacidos entre los cuales pudiera estar el redentor del mundo ¿Cuándo los sacarán del pesebre?
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Llegará el momento en que gracias a la omnipotencia tecnológica cada uno de nosotros será Rey y por tanto no lo será nadie. Ojala usemos mejor nuestros poderes absolutos.

(FOTO/TEXTO: Luis Britto)
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PARARAZZI


Vea usted la primera foto que hice de Ella. Aquí, aspiranta a celebridad. El rostro que voltea desviándose del de la pareja en el primer vals. Flash en los ojos ¿Qué buscan? La cámara que los transforma.

Ahora esta secuencia obligatoria: Ella en equitación, Ella en tenis, Ella en cricket, Ella en la embajada. En ninguna toma fija la mirada en la yegua, la pelota, el bastón ni el agregado naval. Vuelve los ojos, no hacia mí, sino hacia la cámara. Sólo en una de ellas decae en la vulgaridad de reconocer al público y nos saluda.

En las copias anteriores hay súplica; a partir de esta secuencia Ella marca la distancia. Vuelve el rostro hacia las cámaras, pero las ignora, segura de ellas o porque los guardias nos mantienen alejados. La primera en la que tuve que usar teleobjetivo. Ella mira hacia las alturas pero es hacia nosotros que entreabre su boca y sonríe. No había nada gracioso en el cielo contaminado.

Desplegaba Ella una técnica de pasarela que reconocía yo, fotógrafo de modas fracasado, y que mis colegas agradecían. Buscar un centro virtual y bien iluminado en los salones. Mostrar los trapos como si no le importaran: el prestigio de éstos revierte a la modelo. Así pasó por bella.

Sólo a usted muestro esta secuencia de contactos: expresión de yegua cansada. Mirada de hipo. Mohín de zapato apretado. Síndrome de menstruación dificultosa. No las comprará ningún editor. Belleza y poesía no son más que eliminación de poses fallidas.

A partir de esta otra serie se notan las dificultades del trabajo. ¿Le parecen muchas? Usted las ve en un segundo. Cada una costó horas, días, semanas. Aquí un bobby se me interpone. Aquí un guardaespaldas me larga el gancho de izquierda que mereció contraportada en La Domenica del Corriere. Vea cómo caigo en la acera. Cada vez que mis fotos le abrían a Ella una puerta, ésta se cerraba en mis narices.

La foto suprema de la Boda del Siglo. Debí ser su padrino. La vía hasta la catedral estuvo alfombrada con mis portadas de revista. Su Marido no deseaba poseerla, sino hojearla. Celebridad es ser comprado en quioscos por chusma con ínfulas de oligarquía, y en vivo por oligarquía con gusto de chusma.

¡Hola! ¿Me escucha? Sucesos y matrimonios sólo son fotogénicos cuando terminan en catástrofe. ¿Por qué esa insistencia en una vida pública que convocaba muchedumbres de camarógrafos a testimoniar el aburrimiento de Ella durante el corte de cintas? ¿Para obligarlo a Él a corresponder con esta expresión de limón exprimido durante la entrada a la Opera? ¿Para ver estampada Ella en toda la prensa del corazón su sonrisa ante los avances del playboy del año en Mónaco? ¿Para retrucarle Él con el mudo bostezo en el desfile de canes de pedigrí? Ella abusaba del bofetón de la fotografía; Él no podía corresponderle sin perder la fotogenia.

Omito todo lo de la Ruptura, porque fue más pública que la Boda. Aquí el pañuelito que coquetamente limpia del ojo una partícula de hollín o una lágrima. ¿Quién sabe? se preguntaría París-Match. Mientras más interroga el letrero, más afirma la imagen.

Esta otra secuencia la llamo yo la de La Fugitiva. Se escondía de nosotros con tal tino que siempre estábamos miles por donde Ella posaba. ¿Dije posaba? No creo que las llamadas anónimas que nos avisaban fueran de Ella. El dinero que la Bella quita al poderoso se lo devuelve convertido en fama al pelagatos. La Bella se devalúa a medida que se revalúan quienes con ella comparten cama o cámara. Así sucedió lo de las Nalgas de Sangre más Azul del Mundo pudibundamente exhibidas en el muelle de Marsella y el mordizco de oreja furtivamente mostrado ante medio millón de esquiadores en Chamonix. Si fue o no una doble la del motel en la poco concurrida Frankfurt o la de los pezones fugaces en el discreto Carnaval de Rio sólo podría saberlo quien huye de la cámara, o quien está atado a ella. Los editores desechaban imparcialmente mis fotos de arquitectura o de violencia. La queremos a Ella, decían, negándome hasta los anticipos. Yo estaba más casado con Ella que su Consorte, que toda su galería de consortables.

Hay un momento en que la película y la celebridad se vencen y el fotógrafo debe notarlo. En el revelado se advierten estas granulaciones y en la celebridad la nueva emoción del horror hacia el lente. Pero, ¿por qué ese asco hacia lo que no ha hecho en toda su vida más que devolverle su imagen? Un espejo puede ser vicio o tormento. Examine los fondos de clínicas, de safaris y de misiones religiosas. El rostro decae, se realza el escenario. El tema de la fuga de los novios se repite, se multiplica, se acelera: demasiados novios, excesivos vehículos, sobra de persecuciones. Recurso de productor para animar el último rollo de película mediocre.

Y aquí está la Joya de la Corona, la Ultima Foto, objeto de culto mayor que la Ultima Cena. Sí, disparé el obturador mientras Ella huía hacia la fatalidad y el accidente. Dicen que la maté. A lo mejor fue lo contrario. Tomar la última foto no fue más inmoral que tomar la primera. Ambas se parecen. En ninguna de las dos ve Ella la Muerte que se aproxima. En ninguna presta atención a ningún rostro cercano. En ambas vislumbra la felicidad. En ambas su mirada encuentra algo más allá del campo visual y del tiempo mismo. Sí, el verdadero objeto de su amor. Mi cámara.

(ARCA. Texto: Luis Britto)