Luis Britto García
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En su “Discours sur le
style” pronunciado ante la Academia Francesa el 25 de agosto de
1753, afirma el naturalista George-Louis Leclerc, conde de Buffon, que “…el estilo es el hombre mismo. El
estilo no puede, pues, ni robarse ni transferirse ni alterarse; si es elevado,
noble, sublime, el autor será igualmente admirado en todos los tiempos, pues
solo la verdad es duradera y aun eterna. Así, un estilo bello no lo es, en efecto, sino por el
número infinito de verdades que presenta”.
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Inextingible empeño
de pensadores ha sido calibrar la naturaleza de
hombres y civilizaciones por lo único que de ellos perdura, la obra que
nos dejan. Más fascinante todavía cuando un ser ha sabido imprimir su estilo al
mundo donde actúa. Pues añade Buffon: “Siempre ha habido hombres que
han sabido mandar a los demás por el poder de la palabra; con todo, no es esto
lo que en los siglos ilustrados hizo que se escribiera bien y que bien
se hablara. La verdadera
elocuencia supone el ejercicio del intelecto y la cultura del espíritu”.
El fragor de la Guerra de Independencia esconde que sus peripecias no son más
que encarnación de una palabra. Oigamos
a través de ella el tono de las ideas, primer germen de las acciones.
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El Libertador conocía la obra de Buffon,
según consta en carta de 20 de mayo de 1825 dirigida desde Arequipa al vicepresidente
Francisco de Paula Santander: (Lecuna, II; 134-137). También, encontrándose en Bucaramanga, confía a su edecán
Perú de Lacroix que el marqués Francisco Javier Ustariz le hizo conocer la Enciclopedia “dirigida
precisamente por Diderot, junto a sus colaboradores Montesquieu, Rousseau,
D´Alembert, Buffon,
Holbach, Voltaire, Turgot, Quesnay, Fermey; y de cómo antes habíase prohibido
su publicación varias veces hasta darla en 1772”. (Perú de Lacroix:
2010, 297-299).
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Seguramente
cursó entonces Bolívar el “Discours sur le style”, con sus máximas
sobre las relaciones entre el ser humano
y su principal forma de expresión, la palabra. El Libertador las aplica a su escritura y a su vida, debe reconocerse como uno de
aquellos hombres que “han sabido mandar
a otros por el poder de la palabra”.
Apunta el naturalista que para conmover y persuadir a la mayoría basta
con un tono vehemente y patético, gestos expresivos y frecuentes, palabras
rápidas y sonoras. Pero advierte que “para el pequeño número con cabeza firme,
gusto delicado y sentido exquisito, y que,
como vosotros, Señores, tienen en poco el tono, los gestos y las
palabras vanas, se requieren cosas, pensamientos, razones; es necesario saber
presentarlas, matizarlas, ordenarlas: no basta con golpear el oido y ocupar los
ojos; es necesario actuar sobre el alma
y tocar el corazón hablando al espíritu”. Cosas, pensamientos, razones abundan
en el ideario de Bolívar; pero devienen eficaces por su habilidad en
presentarlas, matizarlas, ordenarlas. Bolívar es un guerrero que en infinidad
de ocasiones combate personalmente; pero es de contextura comparativamente débil;
en las filas de ambos bandos seguramente hubo muchos capaces de superarlo en
fuerza y habilidad física. Desde el primer fogoso discurso en la Sociedad Patriótica
que desencadena la declaración de Independencia hasta su última proclama, la
obra del Libertador es la de quien ha “sabido mandar a otros por el poder de la
palabra”: la de un pensamiento que convoca voluntades, organiza consensos,
reúne milicias, discurre estrategias, disciplina violencias desencadenadas y
finalmente regla los nuevos entes políticos creados, y lo hace específicamente
por el orden y la fuerza del estilo.
¿Cómo ocurre esto? Según Buffon “el estilo no es más que el orden y el movimiento que se imparte a los pensamientos. Si se los encadena estrechamente y se los comprime, el estilo deviene firme, nervioso y conciso; si se los deja sucederse lentamente y sin unirse más que al favor de las palabras, por elegantes que sean, será el estilo difuso, flojo y arrastrado”. Pero, añade Buffon “antes de buscar el orden con el cual se presentarán los pensamientos, hay que construir otro más general y fijo, donde no deben entrar más que las primeras impresiones y las principales ideas: fijando su lugar en ese primer plan se circunscribe el sujeto y se conoce su extensión: recordando sin cesar estos primeros lineamientos se determinarán los intervalos justos que separan las ideas principales, y de allí naceran las ideas accesorias y los medios de expresarlas”.
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A partir de su juramento en el Monte Sacro, toda la vida de Bolívar parecería estar regida por un conjunto de primeros lineamientos e ideas principales separadas por intervalos justos. El sujeto está perfectamente circunscrito: la Libertad Americana. Las ideas accesorias son el republicanismo, el imperio de la ley, la separación de poderes, la reforma social, la independencia continental como condición de la de las partes. La hilación que se encuentra en el conjunto de los atropellados, dispersos y apresurados escritos del Libertador parte de este conjunto de ideas matrices claramente definidas. Como afirma Buffon, “cuando se haya hecho un plan, una vez que haya reunido y ordenado todas las ideas esenciales de su tema, percibirá fácilmente el momento en el cual debe tomar la pluma, sentirá el punto de madurez de la producción de su espíritu, y se sentirá apresurado para hacerla eclosionar y no experimentará más que placer al escribir: las ideas se sucederán ágilmente, y el estilo será natural y fácil; la calidez nacerá de este placer, se extenderá por todas partes y dará vida a cada expresión; todo se animará cada vez más; el tono se elevará, los objetos adquirirán color, y el sentimiento, juntándose a la luminosidad, lo aumentará, lo llevará más lejos, la hará pasar de lo dicho a lo que se va a decir, y el estilo devendrá interesante y luminoso”. Al comienzo de su carrera, para el Libertador la Patria es una palabra; al fin de ella, la Patria es América.
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Dos escuelas de pensamiento antagónicas concurren en el pensamiento del Libertador. Por una parte, la Ilustración, a la cual no por casualidad Emmanuel Kant ha definido como “la liberación del hombre de su culpable incapacidad”. Esa liberación ha de operar mediante la aplicación de la racionalidad a todos los aspectos de la experiencia humana, según lo predican los enciclopedistas; no excluye la guía autoritaria y benévola de Déspotas Iluistrados. La segunda escuela es el Romanticismo, que le llega por la lectura de Rousseau y las enseñanzas de Simón Rodríguez Desconfían los románticos del exceso de racionalidad en general y de la civilización en particular; pues ésta corrompería al hombre. La guía fundamental de la conducta ha de ser la pureza de las emociones, que sólo se encuentra en el bajo pueblo y en las naciones apenas formadas. La Ilustración es raciocinio, mesura, equilibrio, claridad, porvenir, reforma esclarecida. El Romanticismo es sentimiento, desenfreno, apasionamiento, misterio, pasado, revolución popular. A cada doctrina corresponde una estética. “Se dice que los grandes proyectos deben prepararse en calma ¿Trescientos años de calma no bastan?”, exclama Bolívar en su discurso ante la Sociedad Patriótica en julio de 1811. En esta frase chocan las dos escuelas: la calma raciocinante y la impaciencia pasional. .
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Afirma Buffon, a quien Bolívar toma por guía en cuestiones de
estilo, que “escribir bien es lo mismo
que pensar bien, sentir bien y exponer bien: es tener al mismo tiempo ingenio,
alma y gusto. El estilo supone la reunión y el ejercicio de todas las
facultades intelectuales”. En el mismo sentido, había afirmado Boileau en su
Ars Poetica:
Aprended á pensar antes que todo,
Bien escribimos cuando bien pensamos;
La espresion sigue siempre nuestra idea.
y lo que se concibe sin trabajo,
Con claridad y método se enuncia,
Y sin
dificultad nos esplicamos.
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La claridad, la firmeza y la originalidad con la cual escribe el
Libertador reflejan las de su pensamiento. Son las mismas con la que dispone csmpañas,
jerarquiza objetivos estratégicos,
ordena medios tácticos y encuentra formas sorpresivas y eficaces de
sortear dificultades. Si el estilo es el hombre, el del hombre de
acción se expresará en sus actos, que tendrán la misma premeditación y orden
que sus palabras.
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De lo anterior no debemos concluir que el estilo de Bolívar es
sólo diáfana máquina de razonamientos. El estadista ama y emplea metáforas
deslumbrantes, antítesis
chispeantes, expresiones emotivas,
matices irónicos, al extremo de que su prosa y su vida han sido calificadas de
románticas. Parecería que, aparte de expresar su naturaleza impetuosa, acoge
los preceptos de Boileau en su Ars
poetica:
Promoved
la pasión en el discurso.
Valeos
de su fuerte poderío,
Y
cual sublime arte manejada
Sepa
inflamar un corazón tranquila
Si
jamas vuestro Numen nos inspira.
De
un furor agradable poseído,
O
de un dulce terror el movimiento
O
bien de la piedad el tierno hechizo.
Vuestro
saber manifestáis en vano;
Será
sabio el discurso, pero frío.
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Es estadista quien piensa en colectividades antes que en individuos. Si por
la conjunción de facultades naturales, pedagogía original e inmensa curiosidad
intelectual ha llegado Bolívar a pensar bien, sentir bien y exponer bien, su
objetivo es que las naciones liberadas compartan estas facultades. “Moral y
luces son los polos de una República: moral y luces son nuestras primeras
necesidades”, proclama en el Discurso de Angostura en 1819. El Libertador
comparte la fe ilustrada en el conocimiento. Poner a disposición de un
continente los instrumentos intelectuales necesarios para educarse, informarse
y formar un juicio sobre los prejuicios heredados producirá la verdadera
liberación, la del intelecto.
Podemos formarnos una idea de la medida en que
Bolívar validaba estos princpios estilísticos en uno de los pocos textos en los
cuales ejercer la crítica literaria: específicamente, en las reconvenciones que
jovialmente descarga contra “La victoria
de Junín”, extenso poema de 907 versos de José Joaquín Olmedo. En ellas
encontramos elementos de una preceptiva
que el mismo Libertador se aplicaba. Para
comenzar, critica la extrema exageración épica del poema: “Todos los calores de
la zona tórrida, todos los fuegos de Junín y Ayacucho, todos los rayos del
padre de Manco Capac, no han producido jamás una inflamación más inmensa en la
mente de un mortal. Ud. dispara... donde no se ha disparado un tiro; Ud. abrasa
la tierra con las ascuas del eje y de las ruedas de un carro de Aquiles que no
rodó jamás en Junín; Ud. se hace dueño de todos los personajes: de mí, forma un
Júpiter; de Sucre, un Marte; de La
Mar, un Agamenón y un Menelao; de Córdoba, un Aquiles; de
Necochea, un Patroclo y un Ayax; de Miller, un Diomedes, y de Lara, un Ulises.
Todos tenemos nuestra sombra divina o heroica que nos cubre con sus alas de
protección como ángeles guardianes”.
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En esta crítica irónica parecería que Bolívar
rinde tributo al pasaje de Buffon en su Discurso
sobre el estilo, donde el naturalista afirma que «Nada hay mas opuesto a la
belleza natural que el trabajo que se toma para expresar cosas ordinarias o
comunes de una manera singular o pomposa: nada degrada más al escritor”.
También resuena un eco de las estrofas donde Boileau condena la desmesura
hiperbólica:
No
subáis al principio en el Pegaso
.Ni
gritéis como un trueno del Olimpo,
'Yo
canto al vencedor de vencedores."
¿Qué seguirá
después de tales gritos?
—Hallábase
de parto la montaña,
Y
nos ha dado á luz un ratónzuelo—
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En la segunda epístola sobre el mismo poema,
dirigida a José Joaquín de Olmedo el 12 de Julio de 1825, todavía aplica
Bolívar con mayor rigor la preceptiva literaria: "He oído decir que un tal Horacio
escribió a los Pisones una carta muy severa, en la que castigaba con dureza las
composiciones métricas; y su imitador, M. Boileau, me ha enseñado unos cuantos
preceptos para que un hombre sin medida pueda dividir y tronchar a cualquiera
que hable muy mesuradamente en tono melodioso y rítmico”. Dichos autores recomiendan no apresurarse a
divulgar textos recién escritos; someterlos a la consideración de amigos que no
teman señalar sus defectos, releer y corregir incesantemente. En cierto
sentido, aplica el consejo de Quinto
Horacio Flaco, según el cual “Podrás siempre destruir lo que no
hayas publicado; una palabra, una vez liberada, no sabe cómo regresar”. Por tal
motivo, Bolívar, entre otras
consideraciones, sentencia: "Ud. debió
haber borrado versos que yo encuentro prosaicos y vulgares: o yo no tengo oído
musical, o son... o son renglones oratorios”. Clara conciencia tiene de que hay
que saber distinguir entre la poesía, y
la retórica para componer una argumentación que fulgure como un poema.
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Llama la atención esta conciencia de la necesidad
de maduración del trabajo literario en
alguien como Bolívar, obligado por el torbellino de las circunstancias a resolver
mil asuntos a la vez, dictar a varios secretarios simultáneamente y dejar
constantemente la escritura por la acción. Simón José Antonio de la
Santísima Trinidad es Ilustrado; el Libertador es romántico. Su escritura es la
América.
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LUIS BRITTO
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