sábado, 27 de octubre de 2012

EL MAR LIBERA




El imaginario convencional sobre la Independencia insiste en fulminantes cargas llaneras o empeñosos cruces de los Andes. Pero como exiliado o invasor, Bolívar surcó ágilmente el Caribe, consideró puntos claves las ciudades puertos, fundó cerca de Estados Unidos la “República de las Floridas”, selló la Independencia de Venezuela con las batallas del Lago de Maracaibo y de las Bocas del Orinoco, movilizó ejércitos por mar en el Pacífico, planificó el Canal de Panamá, y junto con el Congreso Anfictiónico, preparó una invasión naval para independizar a Cuba, según explico en El pensamiento del Libertador. Pocos autores han levado anclas con este capitán que comprendió que el mar libera.

Literatura sin Odisea

En dos siglos de vida republicana las ciudades puertos exportan cosechas y minerales y reciben desde las nuevas metrópolis instrucciones y modas culturales en barcos extranjeros. Apenas tres novelas narran nuestro mar: Cubagua, de Enrique Bernardo Núñez; Dámaso Velásquez, de Antonio Arráiz, y Pirata, de quien suscribe. Escasos cuentos describen nuestro mundo marino: “Marina” de Rómulo Gallegos, “La balandra Isabel llegó esta tarde” y “La mano junto al muro” de Guillermo Meneses, “Simeon Calamaris” de Arturo Uslar Pietri, “La perla” de Enrique Bernardo Núñez. Son narrativas que versan más sobre los puertos que sobre el proceloso mar. Más abundante y dispersa es la poesía marina, desde Cruz Salmerón Acosta hasta Andrés Eloy Blanco, pasando por Ana Enriqueta Terán, Miguel Otero Silva, Aquiles Nazoa en su magistral “Polo Doliente” y Ramón Palomares en su ontológico “El hijo pródigo”.

Pantallas sin mar

Escasas películas, Araya de Margot Benacerraf y La balandra Isabel llegó esta tarde de Carlos Hugo Christensen, Simplicio de Franco Rubartelli y Carpión Milagrero de Michel Katz reflejan nuestro mar. Hace tres años espera La Planta Insolente, proyecto fílmico de Román Chalbaud sobre la agresión de acorazados de Inglaterra, Alemania e Italia en 1902. El océano ausente de las pantallas sin embargo salva nuestra vida. Confundimos el mar con la felicidad.

Inmigrantes y revolucionarios
¿Carecen nuestras dilatadas costas de gravitación sobre la vida nacional? Afirma Ferdinand Braudel que durante la Colonia la mitad del comercio con América se hizo por vía ilegal. Igual pasó en la vida republicana. Por el mar llegaron los africanos de Birongo y los sefardíes de Coro y los alemanes de la Colonia Tovar y los corsos de Carúpano y los demás torrentes inmigratorios. Por él zarparon hace un siglo buzos margariteños a pescar perlas en el Mar Rojo. Apenas José Rafael Pocaterra en Memorias de un venezolano de la decadencia, Federico Vegas en Falke y Miguel Otero Silva en Fiebre narran las quijotescas invasiones navales contra Gómez. Para tantos oleajes falta un Homero.

Tanqueros y cargueros

No hay ocupación física del espacio sin generación de un imaginario de magnitud equiparable. En mis tiempos de velerista casi no encontré navegantes venezolanos. Transnacionales de la contaminación sembraron de desechos tóxicos nuestras playas. Multinacionales de la pesca de arrastre devastan nuestros recursos. Transnacionales turísticas instalan enclaves ilegales en parques nacionales como Los Roques. El sabotaje petrolero de 2002 nos recordó cuánto dependemos de tanqueros que exportan hidrocarburos y cargueros que importan alimentos. Desde Curazao apuntan contra nosotros bases estadounidenses. Por el Caribe ronda amenazándonos la IV Flota. Guyana y Colombia nos disputan nuestras aguas. Hace poco recuperamos la Compañía Venezolana de Navegación que nos comunica con el mundo. Apenas en 2011 declaramos Territorio Insular Miranda a nuestras islas y centralizamos en Los Roques su administración. Para que el mar sea nuestro debemos pertenecerle. No basta con surcarlo: hay que pensarlo y soñarlo.

(FOTO/TEXTO: Luis Britto)

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POLO



                                        Limpio estaba el infinito

                                           Cantar margariteño.

Allí comenzaron a contratarnos para pescar perlas en el otro mundo. De madrugada levamos el ancla. Durante días dimos bordadas por el viento contrario de la mar que nos remecía. Al atardecer rumbeábamos por la Cruz de Mayo. Al amanecer se desteñía la Rosa del Escorpión. Toda la noche trabajábamos en el foque arrimándonos a la punzada de los vientos. A mediodía rizábamos la mayor en mares de papel de plata. Saqué un carite, el cuerpo tronchado por el mordisco de un peje que cortaba como machete. Con la Osa sobre la mesana se nos rasgó el trapo de la mayor. Luchamos tapados por drizas y lonas. Cada vez sacábamos pejes menos conocidos. El viento Sur era más furioso a medida que la Cruz se empinaba sobre nuestras cabezas. El agua estaba ya mala en las pipas. Dimos en la más fría de las tormentas. Amarrados sobre cubierta evitábamos que las olas nos barrieran. De madrugada embarcamos una cresta que nos llevó los perros y las gallinas. Por babor nos amenazaba una tierra dura como un puñetazo. Achicábamos día y noche con totumas los escurrideros de las sentinas. Habíamos dejado de ver las grandes tortugas. Los fríos nos serraban las manos cortadas de casar y descasar escotas. A los sesenta días sin pisar tierra la ola se tragó la “Mairena”. Trepado en la cofa la vi desaparecer. Primero el casco, después el mástil, hasta dejar sólo el burbujeo y el ruido de cajas que se rompen de las cuadernas. Con el bichero recogí la pipa de agua que fue lo único que afloró en los remolinos. Por las noches nos persignábamos mirándonos las caras encendidas por el fuego de San Telmo. Bautizábamos estrellas sin nombre que salían de la mar sin término. Dimos bordadas contra la corriente en un mar de leva. Tomamos Norte rumbeando las estrellas de la Osa. Ahora los peces voladores nos daban en la cara. En la mañana venían mariposas desde la tierra. En la tarde volvían hacia la costa, con la luna que elevaba sus cuernos. Comenzamos a hurtarle el casco a los agarrones del coral. Las toninas volvían a celebrarnos. Sufrimos calmas que parecían que el sol se había ahogado en el mar. Las olas arrastraban cuerpos de hombres despedazados por las peleas o los tiburones. Maniobrábamos más rápido que las falúas que se nos pegaban para hundirnos o para saquearnos. Allí fue que ofrecí el barquito de plata si regresaba. Ni los pejes ni la costa ni los hombres nos eran conocidos. El turco que nos había contratado reconoció por fin un minarete en una bahía. En el otro mundo todos vestían de blanco y hablaban una lengua de muertos. Encerrados en sus iglesias cantaban rezos que eran lamentos. Pescamos perlas durante años, entre mujeres que tenían tapada la cara como una luna. Las recuerdo, pero no las palabras con las que quisieron retenernos. Algunos guardamos dijes en forma de luna que nos colgaron al pecho. Yo juré entregarlo en el altar en lugar del barquito de plata. Hasta los corales trataron de retenernos en esas aguas tibias tragándonos las anclas. Picamos sus cabos a la madrugada. Una constelación en forma de cisne se elevaba por proa. La vimos borrarse sobre la aurora a medida que aparejábamos. Tardó mucho ese viaje. Regresé solo. Nadie me reconoce. Nadie me cree.
(FOTO/TEXTO: Luis Britto)




domingo, 21 de octubre de 2012

LA PIEDRA LIBRE DE LA INVENCIÓN


Palabras ante la primera entrega del Premio Municipal de Literatura Luis Britto García

Siempre me ha parecido un enigma que existan Premios de Literatura.

Por su inveterada complicidad con los más horribles aspectos del Poder, las bellas letras no tienen Historia sino prontuario; no merecen honores sino condenas.
Para todos hay impunidad, salvo para el escritor, siempre prófugo o en confinamiento solitario. Literatura es el Crimen y su propio Castigo.


Siempre lo supieron los gobiernos serios que metieron a los literatos serios en la cárcel o bajo tierra.

La escritura es indagación sobre el Ser, esa llama que se extingue al ser contemplada.

La sociedad farisea execra como a la peste al escritor que la desnuda.

El lenguaje, argamasa del edificio social, mantiene cada ladrillo prisionero de su función y de su posición en la Torre de Babel que nunca llegará a los cielos.

Así como los ladrillos del orden social están prisioneros de gramáticas carcelarias, los discursos que emiten son cautivos e intentan recluir a sus receptores.

Todas las formas primitivas de la literatura, Religión, Política, Historia, Ética, Ciencia, tiranizaron pretendiendo ser vehículos de una Verdad superior que las sometía y debía por consiguiente avasallar a quien la recibe.

Los números dominan las cosas; las palabras, las conciencias.

En su incesante reconstitución de simulacros del mundo la mente lo falsifica en el engendro de la creación.


Todo discurso miente: sólo la literatura lo hace a sabiendas.

La literatura es el género que constituye una verdad al proponerla como mentira.


Pero desde el momento cuando la ficción reconoce que es independiente de la verdad, comienza la desmitificación de todos los discursos que pretendieron ser verídicos.


Frankenstein significa Piedra Libre: la literatura es el guijarro suelto, el monstruo que deviene peligroso más por su libertad que por su fuerza.


Participan las letras del pecado de Fausto, el intento de detener el fugaz instante: el pensar que alguna idea, infundio, impresión o sentimiento merece perpetuidad.


Anular el concepto de pérdida, recuperar lo irrecuperable, ir, en fin, contra las leyes de universal decadencia y progresivo desorden que rigen el universo.

Escribir y leer son transgresiones del orden de la vida.


El pecado original es engendrar signos en lugar de actos.

Crear cosmos sin realidad o realidades fuera del cosmos.


Las fantasías del revolucionario modifican la realidad; las del visionario a quien las sueña.


La literatura es el único género que propone la libertad.


El de la literatura es el único discurso honesto; para que la sociedad lo soporte hay que corromperlo.


Sostuvo el dictador Porfirio Díaz que nadie resiste un cañonazo de cincuenta mil pesos. En tiempos de postmodernidad al escritor molesto no se lo fusila, se lo premia.


Premios conferidos con la intención de que el creador deje de serlo, terminan fatalmente premiando a quien nunca ha creado.


Ante estos antecedentes penales de la Literatura con mayúscula, se comprende que los lauros en Venezuela hayan sido casi siempre conferidos por delitos menores.


¿Hablamos como caballeros, o como lo que somos? ¿Seguiremos ocultando que la mayoría de nuestros galardones propinan laureles a la cirrosis hepática y destilan la cantidad y calidad de grados alcohólicos libados entre jurados y homenajeados en tascas, cantinas y botiquines?


¿Reconoceremos que significativa parte de nuestras preseas son partes médicos que recompensan achaques como la hipocondría parasitaria, la flatulencia intermitente y el cólico senil?


¿Ignora alguien que las páginas más premiadas en nuestros certámenes son requisitorias de memorandos y de nombramientos para viceministerios y vicegobernaciones y vicealcaldías y vicecomisiones y viceconcejalías y viceacademias y viceredacciones y viceinstitutos y viceadulantes y vicepanteones?

¿Confesaremos que conferimos homenajes odontológicos al Diente Roto que recompensan, más que a la obra, la inexistencia de ella?


Supongo que al poner mi nombre a un premio literario, éste no exaltará achaques decrépitos, prontuarios burocráticos, esterilidad ni borracheras sociables. La embriaguez es un estado sagrado, que no debe ser banalizado.

Reputaciones consagradas y nulidades engreídas reposaban sobre el agrio secreto de obras inexistentes o creaciones exiguas amparándose en el hecho de que un país de iletrados no podía juzgarlas.

Ahora que se ha cumplido el milagro de que las grandes mayorías lean y escriban, comprendemos por fin el prodigio de la literatura, que es el anticipo del Reino de la Libertad.

No tiene la humanidad otros destinos que la libertad para imaginar y la omnipotencia para realizar.

Dichosa edad y milenios dichosos aquellos a quienes nuestros sucesores darán el nombre de Liberados, pues en ellos no tendrá el ser humano otra tarea que la de suplantar al Creador haciendo realidad todas y cada una de las formas y propuestas de lo que hoy es sólo imaginario.

Este Reino que comienza desde siempre, cada vez que alguien imagina, sueña, crea.

(FOTO/TEXTO: Luis Britto García)

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CÓMO GANAR AMIGOS


¡Chico! ¿Tú por aquí? ¿No te acuerdas de mí? Silva, chico, Silvita. El de la escuela. El que acusaron de que había acusado a los otros por el papelito con groserías contra el profesor. Es que no te imaginas el peo que me formaron mamá y papá para que contara. Capulina y Carlitos nunca me perdonaron. ¿Tú me perdonaste? Yo creo que nadie me perdonó. Y eso que me iban a expulsar. Yo siempre te he estimado mucho, pero yo sé que tú no me estimas a mí. Coño esta fiesta está que se acaba. Los músicos bostezan. Los mesoneros se miran el reloj. Lo que falta es que empiecen a poner las sillas sobre las mesas. Ya es hora de beberse el del estribo.

Bueno, dime de una vez que no me estimas. Dímelo a mí que sí te estimo. Yo a ti sí te he estimado siempre. Y eso que no veo por qué coño no me estiman. Cuando los profesores me pusieron a leer el “Agradecimiento de un alumno emocionado”, ahí los hubiera querido ver, que alguien tirara una trompetilla, que sacaran otro papelito con groserías. Pero no, guevones, la vaina era con Silvita porque dijo, pero a la hora de la verdad nadie tiene cojones para hacerlo de frente. Menos mal que papá me envió a estudiar afuera. Ahí no hay esa vaina de que no se acuerdan de tu nombre. No, todos los domingos el oficio religioso, y después reunión social o picnic-party, y todo el mundo con una etiqueta en la solapa con tu nombre.

La primera regla para ganar amigos: el nombre propio es el sonido más dulce para una persona. El primer nombre, guevón, ahí no hay tú o usted, ahí sólo hay you, ahí de un golpe eres Peter, o John, o Richard. Lo dice Dale Carnegie, que Míster Farley se sabía el nombre propio de cincuenta mil personas. Ahí sí se aprende a ganar amigos. Se elegía el muchacho más popular del curso y el muchacho más popular del collage, y todo el mundo se sabía su primer nombre.

Y la segunda regla es sonreír. La tercera es alentar a los demás a hablar de sí mismos. Tras el oficio las muchachas me decían oh Peter háblenos de usted. Pero yo les decía oh Margaret hábleme de usted. La cuarta regla es buscar algo qué hacer cuando nadie se atreve a hablar. Yo sonreía. La quinta regla es no mandar un coño a educarse a nadie al exterior. Así regresan las mujeres que no encuentran hombres a su gusto y los hombres que son demasiado del gusto de los demás. Así te reciben en todos lados. Así sí lo estiman a uno. Así sí lo ponen a uno a leer “Agradecimiento de un alumno emocionado”. Siempre ponen a agradecer al que jodieron, al que va a estar toda la vida diciendo hábleme de usted, al que llaman influyente porque todo el mundo lo influye.

¿De verdad que no quieres otro del estribo? Hay que brindar, soy influyente, formo parte de la directiva del Club, estoy enamorado. Como miembro junior de la Directiva del Club tengo que ir a las fiestas, y aquí la conocí. Ella estaba sentada en una mesa con un vestido que daba risa y un peinado que daba lástima. No sólo eran nuevos ricos: eran muy nuevos y muy ricos. El papá había metido la mano en algo en el gobierno anterior; estaba incómodo con el smoking, a Ella se le notaba la rabia por todos los que no la invitaban, por los jóvenes que se daban en el codo mirando hacia ella y sonriéndose después de bailar con otras. Me quedé y la entretuve. Cómo soy de bueno para entretener. Me contó que allá, en la provincia, todas le tenían envidia. Le juré que todas se la tendrían en la capital. Aproveché mis amistades íntimas con los cronistas sociales. La presenté en una agencia de asesoría de imagen.

No te imaginas lo que es la imagen. Empezaron a aparecer en las crónicas, primero en las tiradas de nombres, luego con adjetivos delante. La mamá me adoraba. El papá ya no me ponía mala cara. Fiesta tras fiesta se relacionaba con todos los que habían metido la mano en todos los gobiernos anteriores. Aparecían en los comités de organizadores de eventos, de preparadores de festejos. La hermana menor ya tenía un flirt con el Font-Jiménez de Brunn. Ella jugaba a la inaccesibilidad. Se reservaba, me decía, y yo adivinaba para quién. Le participé mi jugada maestra. Ella sería Reina del Club, aun en contra de Estelita Gros, biznieta de uno de los fundadores, incluso contra Ramonita, nieta del magnate de la prensa amarilla, aun por sobre Eiriz Josefina, hija del rey de las financiadoras de inmobiliarias.

Divide y vencerás. Una nueva oleada de ladrones recién enriquecidos con todos los gobiernos se resistía a ser ignorada de nuevo. Promoví presentaciones en televisión; Mundo Social le sacaba reportajes; aparecía en las portadas, raqueta en mano y borde de piscina. Se dieron fiestas para anunciar la candidatura. Ella estaba exultante. Llegó la noche de la elección. Ésta noche. Su noche. No te diré cuánto costó el traje. Cecil Paco, el viejo Cecil Paco, como maestro de ceremonias, fue el que la sacó hacia el proscenio, anunció que “por escasa ventaja de dos votos”…

Empezó mi noche, dueño de las miradas agradecidas de la mamá, dueño de la mesa de la “reina entrante y para el año presente”. De lo que no fui dueño fue de las piezas de Ella. Cuando la acorralé por un momento, me dijo “Ay, Silvita, tú eres un muchacho simpático”. Allí me bebí el primer trago del estribo. Yo sólo he bebido tragos del estribo. Hay sitios de los que desde el principio uno sabe que tiene que irse. Yo he debido irme hace años. De la escuela. De todo.

Ahora Ella viene por fin a buscarme. Ya todas las botellas están boca abajo en todas las cubetas. Todos los hielos están derretidos. Pero todavía me doy cuenta de lo que pasa. El chofer salió a llevar al papá que está imposible. Ella me mira ahora para ver si le sirvo de chofer. Ella me mira para ver si le sirvo. Ya no. Son demasiados nombres, demasiados estribos. Ahora voltea, para buscar otro. El que sirvió sólo sirve para dejar paso al que servirá. Allá corren, allá acuden todos los que pueden mantenerse en pie. El servilismo es un instinto ¿De verdad que no quieres el otro del estribo? Es una lástima, porque yo si te estimo, aunque yo sé que tú no me estimas a mí.

Pero ya he hablado demasiado. Ahora que nos encontramos después de tanto tiempo ¡Háblame de ti!

(FOTO/TEXTO: Luis Britto García)