viernes, 19 de abril de 2013

FUTUROS (IM)POSIBLES



1
Agoniza Julio Verne y todas sus creaciones le saben a ceniza. Pronto se multiplicarán los submarinos y el Nautilus carecerá de maravilla. Los aeroplanos serán cada vez más grandes y el Albatros devendrá un lugar común. Seguramente se dispararán proyectiles a la luna y el Columbiad parecerá un juguete. Se demostrará la equivalencia entre masa y energía y la fórmula del profesor Xephiryn Xyrdal será una nota en los libros de texto. Nada más trivial que imaginar                            maquinarias fantásticas. Su maravilla durara apenas el lapso breve que la realidad tarde en alcanzarlas. No, le dicen el capitán Nemo, Robur el Conquistador, Barbicane y Xyrdal, que cargan el ataúd bajo las aguas, por los cielos, en el vacío sideral y en la incesante transfiguración de la energía en las estrellas. Has inventado el alma de las máquinas, lo que les da sentido, lo que las precede y las sobrevive después de que su perecedero metal es convertido en  chatarra y la escritura resucitada en memoria. Has inventado el alma de las máquinas, lo que les da sentido, lo que las precede y las sobrevive después de la chatarra. Te sobreviviremos, y a todas las máquinas que intenten opacar nuestro recuerdo.
  Museo Sigmund Freud-Viena.
2
Toma el doctor Sigmund Freud la sobredosis de morfina que por siempre lo liberará del infierno del cáncer de garganta y se libra de la represión que le ha impedido discernir  que el inconsciente de las mujeres reside en el insondable bolso que cargan con ellas. Allí habita el olor de los polvos de arroz que fabrican la máscara, el del perfume que se mezcla con el sudor, el de los peinecillos que incesantemente desordenan ideas y ordenan los vellos, el espejito de la introspección donde el ojo contempla a otro ojo que lo contempla falsificado, el infinito de los alfileres, los ganchos, los centavos, los zarcillos, los papelitos de amor, las facturas vencidas, las cintas, y así sucesivamente, pues lo único que no tiene fin es la muerte y lo que guardan el inconsciente y el bolso de las mujeres.

3
Herbert George Wells monta en la máquina del tiempo, acelera, ve como el día y la noche se suceden como un parpadeo, cómo la trayectoria del sol se torna  río de luz y la de la luna arroyo de plata, ve cabecear el firmamento con el paso de los equinoccios y los solsticios, acelera  hasta rebasar el mundo crepuscular de los Eloi y los Morlog, acelera todavía mas hasta que el sol llena el firmamento a medida que la tierra se precipita en él, frena, decelera, retrocede, ve rejuvenecer el mapa de los cielos, vuelve a su laboratorio, rueda por el suelo, sabe que no volverá a abordar la máquina del tiempo, que el futuro es la muerte en sorbos pequeños que se instala en nosotros gota a gota de manera que no la sentimos llegar, que podemos afrontar la extinción del sistema solar o la del cosmos, pero no nuestra sabida muerte ni el próximo segundo.

4
-Ni Dios- truena el teólogo en su púlpito- puede corregir el pasado, puede lograr que lo que fue no haya sido. –Pero –le responde el desventurado filósofo- si Dios conoce desde siempre el futuro, ni Él mismo puede hacer que este conocimiento no sea, que resulte el porvenir distinto de cómo él en su infalibilidad lo previó. -¿Crees entonces –fulmina el teólogo- que la hoguera que castigará tu herejía irremisiblemente arderá sin que ninguna piedad la extinga, que ninguno de tus actos puede ablandar el destino? –Lo único más implacable  que el destino –responde el filósofo- es un teólogo.

5
Se supone que algún orden universal rige el cosmos y los majestuosos torbellinos de los átomos y que la vida solamente por ensayo y error intenta remedarlo. Si la armonía universal actúa como repetitiva guillotina de selección natural que destruye las copias imperfectas, es concebible que por fin se produzca un ser de perfección absoluta cuyos ojos senos cadera finalmente expresen el orden sublime hasta que Ser y Cosmos resuenen en una armonía única que haga imposible distinguirlos. Existe tal Ser y lo he conocido, pero me dio calabazas.

6
Le dan a un hombre la oportunidad de escoger entre el pasado y el futuro tocando una pantalla en un lugar reservado. Las vías del futuro se ensanchan las del pasado se estrechan. Cuando dejamos de esperar, morimos. Acerca lentamente el dedo sabiendo que según y como lo que escoja podría dejar de existir.

(TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO)

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