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Durante mucho tiempo decliné firmar las peticiones de
esclarecimiento sobre la desaparición de Carlos Lanz que presumían complicidad
de las autoridades en ella. Un reflejo
de jurista me lleva a distinguir entre
lo probable y lo probado. Confieso un profundo pesar por la confirmación de la
muerte de Carlos, y por otra parte, me alivia el cúmulo de evidencias difundidas
por el Fiscal Tarek William Saab, que hacen
esperar sentencias firmes contra los indiciados, y revelan que no se invocan el bolivarianismo ni el socialismo para encubrir crímenes contra
defensores de ambos ideales.
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Varios puntos vale destacar en esta grave tragedia. En
primer lugar, la víctima. Carlos Lanz es héroe de la generación de patriotas
que con su sacrificio sentó el piso ideológico de lo que luego sería el
bolivarianismo. Como militante de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional y
de su sector político PRV-Ruptura, como contribuyente en la configuración de
las bases teóricas y políticas del Partido Socialista Unido de Venezuela,
lúcido estudioso de las operaciones de
guerra sicológica y no convencional, encarnó en pensamiento, palabras y obras el
socialismo, el antiimperialismo, el nacionalismo, la defensa de los
trabajadores contra sus explotadores y la de los bienes de la nación contra sus
depredadores nacionales y transnacionales. En una de sus acciones privó de
libertad al ejecutivo estadounidense Niehous,
de la empresa Owen Illinois, para exigir que ésta publicara en la prensa
documentos probatorios de corrupción en sus relaciones con el gobierno de la
época. El testimonio de los asesinos sobre las últimas palabras de Carlos lo
revela de cuerpo entero: “Si me van a matar, mátenme de pie”.
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Examinemos a los presuntos victimarios. A principios
de año señalábamos con inquietud cómo funcionarios electos con votos
socialistas resultaron ser delincuentes sin más finalidad que obtener cargos que les facilitaran latrocinios. No hay movimiento
ideológico o político en el mundo que no corra el riesgo de ser asaltado por
corruptos para dedicarlo a los fines opuestos de aquellos para los cuales fue
creado. En el entorno cercano a Carlos Lanz operó uno de estos procesos. Es
desalentador cómo alrededor de un hombre íntegro, idealista, noble hasta el
extremo de arriesgar incontables veces su vida por sus ideas, pudo formarse un
entorno de corruptela, lavado de capitales y sicariato. Resumamos indicios y evidencias recolectadas por la
Fiscalía. Un indiciado, Castellanos, confesó que el móvil del secuestro era el
dinero producto de la corrupción en el INCES Maracay agenciado por la segunda esposa
de Lanz, Maxiorisol
(Mayi) Cumare, quien concedía contratos con sobreprecio a sus
testaferros: el “dirigente sindical de izquierda” Tito Viloria y la esposa de
éste, Zaida Suárez. Mayi Cumare lavó los dineros así obtenidos invirtiéndolos en una casa en la playa en Tucacas,
dos apartamentos, fincas en Cojedes, camionetas, carros y muchos otros bienes que puso a nombre del citado
dirigente sindical. Según señala el Fiscal Tarek William Saab, «Todo el
tinglado de corrupción le permitió a Viloria incrementar su patrimonio de forma
desproporcionada». A lo cual añade: «Creo que era evidente que Carlos Lanz iba
a denunciar a su pareja. Ante eso ella decidió ordenar contratar a unos
sicarios».
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Revisemos
el modus operandi. Tanto los
instigadores del asesinato como los narcotraficantes y prevaricadores
descubiertos el año anterior lograron sus objetivos criminales haciéndose pasar
por bolivarianos. Tito Viloria pretendía ser “dirigente sindical de izquierda”;
Mayi Cumare seguramente logró su cargo en el INCES haciendo valer su condición
de cónyuge de un militante intachable. Glen Castellanos, quien de paso era
amante de Mayi Cumare, seguramente fingía militancia progresista. Los delincuentes han
descubierto que la mejor forma de destruir a Venezuela es hacerse pasar por sus
defensores. Ni un voto les ha ganado predicar desde la derecha la fragmentación
del territorio venezolano; la entrega de los recursos naturales, económicos,
comunicacionales estratégicos y turísticos a transnacionales que no pagarán
impuestos, la desaplicación de las
irreversibles conquistas laborales, sociales y sindicales de los trabajadores,
el sometimiento de nuestros asuntos de orden público interno a tribunales
extranjeros, la privatización de ríos, lagos y lagunas. Buscar esos objetivos
contrarios al socialismo mediante el golpe de Estado sólo les reportó 37
efímeras horas de poder precario. Fingir
bolivarianismo es la coartada para cometer delitos que hubieran despertado la
fulminante ira de Bolívar y de Chávez.
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Aislemos el agente, el combustible que dinamiza el
macabro tinglado: la dolarización. Sostiene la derecha que la economía
venezolana está dolarizada. Ello no es posible. La masa monetaria de un país debe equivaler
a la mitad de su Producto Interno. Para 2013 aquella era de 1.188.000.000.000 de bolívares, un
44.82% del Producto Bruto Interno. El
PBI para 2017 según el FMI sería de 215.307 millones de dólares: para obtener
las divisas equivalentes aproximativamente a un 44,82% de esa magnitud
deberíamos gastar la totalidad de nuestras reservas internacionales -que a
mediados de 2017 totalizaban apenas 9.928 millones de dólares- y todavía encontrar otros 999.990 millones de dólares
en momentos en que el país confronta problemas de liquidez para satisfacer
compromisos internacionales y realizar importaciones indispensables. El sector
privado sólo aporta 2,5% de las divisas que ingresan. Ni él, ni el Estado, tienen
con qué dolarizar Venezuela. Sin embargo, una política de premeditada restricción
del circulante monetario, sumada a otra de indexación de precios y tarifas pero
no de salarios, forzaron el paroxismo dolarístico. Su resultado es la
cotización de la vida de un prócer en 8.000 dólares, a ser
distribuidos entre “un pran de Tocorón”, dos sicarios, y un facilitador del
negociado. Si ese es el precio de la vida de un hombre como Carlos Lanz,
imaginemos lo que para los simuladores del bolivarianismo importan las vidas de
los trabajadores, los ancianos, la de quienes por ellos votaron. Detengámolos
antes de que nos aniquilen.