Luis Britto García
América Latina y el Caribe forman parte del mundo, y nada de éste puede serles extraño. Las crisis capitalistas deprimen el centro pero devastan las periferias. Una tradición de dependencia instaurada desde tiempos coloniales indujo a la región a dejar de producir para sus necesidades internas, para concentrarse preponderantemente en la exportación de unos cuantos bienes con poco valor agregado, o commodities. Materias primas, recursos no renovables, granos. Con los ingresos de estas ventas compramos lo que necesitamos. Pero quien depende, pende.
El pueblo que vende, sirve
“El pueblo que compra, manda. El pueblo que vende, sirve. Hay que equilibrar el comercio, para asegurar la libertad. El pueblo que quiere morir, vende a un solo pueblo, y el que quiere salvarse, vende a más de uno. El influjo excesivo de un país en el comercio de otro, se convierte en influjo político”. Así escribía José Martí a fines del siglo XIX sobre “La conferencia monetaria de las Repúblicas de América”. Digamos que hoy el pueblo que quiere suicidarse, vende una sola cosa a un solo pueblo, el que quiere vivir, vende muchas a todos. Desde la dominación colonial, latinoamericanos y caribeños han sido reducidos por sus oligarquías a vender una sola cosa a un solo pueblo: primero a España o Portugal, luego a Francia e Inglaterra, finalmente a Estados Unidos. Esta mecánica ha funcionado con el oro y la plata, luego con el azúcar, el café, el cacao, el ganado, el estaño, el cobre, el hierro, los hidrocarburos. La dominación de las oligarquías importadoras llevó a Venezuela durante un siglo a vender sólo petróleo a un solo grupo de pueblos: Estados Unidos y sus aliados europeos. A clientela única, influjo político unilateral. Durante cien años dependimos de los altibajos de quienes nos compraban. En tiempos de guerra o de embargo petrolero, demandan mucho, el precio sube, asciende nuestra economía. En tiempos de crisis o de saqueo a países productores, compran menos, los hidrocarburos se abaratan, nuestra economía se hunde. Para evitar hundirnos con ella, debemos romper este círculo vicioso.
TEXTO/FOTO: LUIS BRITTO
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