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Todo viaje es trayecto a los suburbios del ser. No debemos despreciar los paseos a los arrabales de la literatura, zonas marginales donde no imperan preceptivas ni leyes. Todas las utopías son antípodas de la organización social presente, y por lo tanto requieren una travesía para visitarlas. En las romerías a otros planetas o de otros planetas al nuestro nos encontramos sin mayor sorpresa a nosotros mismos. Cyrano de Bergerac nos traslada a un Sol en el cual las viajeras son las ciudades y no sus habitantes. H.G. Wells nos lleva a la luna para pasearnos por un hormiguero de seres llegados al último extremo de la especialización, que al igual que los burócratas cumple cada uno con una función y solamente con ella. Sus marcianos son seres llegados al pináculo de la evolución civilizada, en los cuales la enorme cabeza pensante ha reducido el cuerpo a una decena de tentáculos que fungen de manos y a un pico con el cual succiona el alimento digerido por sus víctimas. El viajero en el tiempo se adentra en un futuro que parece al principio de infantil decadencia y es al fin de explotación devoradora, para luego seguir hasta el umbral de la muerte del sol, o de la propia. Se nos predica que el viaje en el tiempo es una paradoja imposible, cuando la única paradoja es el tiempo, la mutación, vale decir, el viaje.
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También nos encontramos con uniforme predecibilidad a nosotros mismos en los viajes fantásticos. Como a Ulises, nos atraen cantos de sirenas y nos animalizan hechiceras. Los científicos de la isla volante de Laputa, que visten trajes geométricos e inventan lenguajes que consisten en mostrar los objetos, son los mismos académicos que pululan en nuestras universidades. Robinson no saca mayor utilidad de su exilio que confirmarse colonialista y esclavista. El peor monstruo que encuentra el capitán Nemo tras veinte mil millas de viaje submarino es la flota imperialista sin bandera que destruyó su país. El mundo geométrico en dos dimensiones de Flatland, de Abbot, es un teorema sobre las clases sociales y la revolución, definida como revuelta de los polígonos de pocos lados contra aquellos que tienen tantos que se confunden con la esfera. “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius” no es más que doctrinaria ejemplificación del idealismo de Borges. Los alucinantes cosmos del Hacedor de estrellas de Olaf Stapledon son, puntualmente, nuestros triviales errores magnificados a talla inconmensurable.
Todo viaje es trayecto a los suburbios del ser. No debemos despreciar los paseos a los arrabales de la literatura, zonas marginales donde no imperan preceptivas ni leyes. Todas las utopías son antípodas de la organización social presente, y por lo tanto requieren una travesía para visitarlas. En las romerías a otros planetas o de otros planetas al nuestro nos encontramos sin mayor sorpresa a nosotros mismos. Cyrano de Bergerac nos traslada a un Sol en el cual las viajeras son las ciudades y no sus habitantes. H.G. Wells nos lleva a la luna para pasearnos por un hormiguero de seres llegados al último extremo de la especialización, que al igual que los burócratas cumple cada uno con una función y solamente con ella. Sus marcianos son seres llegados al pináculo de la evolución civilizada, en los cuales la enorme cabeza pensante ha reducido el cuerpo a una decena de tentáculos que fungen de manos y a un pico con el cual succiona el alimento digerido por sus víctimas. El viajero en el tiempo se adentra en un futuro que parece al principio de infantil decadencia y es al fin de explotación devoradora, para luego seguir hasta el umbral de la muerte del sol, o de la propia. Se nos predica que el viaje en el tiempo es una paradoja imposible, cuando la única paradoja es el tiempo, la mutación, vale decir, el viaje.
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También nos encontramos con uniforme predecibilidad a nosotros mismos en los viajes fantásticos. Como a Ulises, nos atraen cantos de sirenas y nos animalizan hechiceras. Los científicos de la isla volante de Laputa, que visten trajes geométricos e inventan lenguajes que consisten en mostrar los objetos, son los mismos académicos que pululan en nuestras universidades. Robinson no saca mayor utilidad de su exilio que confirmarse colonialista y esclavista. El peor monstruo que encuentra el capitán Nemo tras veinte mil millas de viaje submarino es la flota imperialista sin bandera que destruyó su país. El mundo geométrico en dos dimensiones de Flatland, de Abbot, es un teorema sobre las clases sociales y la revolución, definida como revuelta de los polígonos de pocos lados contra aquellos que tienen tantos que se confunden con la esfera. “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius” no es más que doctrinaria ejemplificación del idealismo de Borges. Los alucinantes cosmos del Hacedor de estrellas de Olaf Stapledon son, puntualmente, nuestros triviales errores magnificados a talla inconmensurable.
1 comentario:
BUENAS TARDES PARA LUIS BRITO GARCIA LE SALUDA ORLANDO DIAZ LO FELICITO YO LEO MUCHO SU ARTICULO QUE USTED ESCRIBE EN ULTIMAS NOTICIAS EL ARTICULO QUE USTED ESCRIBE YO COMPARTO TODO LO QUE USTEC DICE SOBRE LA CRISIS QUE ESTA PASANDO EN ESTADOS UNIDOS YA EL PRESIDENTE CHAVEZ LO DIJO ESO ES VERDAD YO COMPARTO TODO LO QUE DICE MI SALUDOS DESDE CARABOBO SIGA ESCRIBIENDO PORQUE DE VERDAD YO OPINO TODO LO QUE USTED DICE
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