domingo, 24 de junio de 2018

PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO

Luis Britto García

            Poderoso caballero es don Dinero, pero no tiene modales. No se rebaja hasta nuestras manos. Los inversionistas nacionales se lo llevaron, y no quiere regresar. Los inversionistas extranjeros lo exportan a paladas, y dicen que no le da la gana de venir. Cada vez que intentamos servirlo, nos cobra servicios. Si pedimos balance, nos baja de la mula. Si retiramos chequera, pasa factura. Si usamos tarjeta para transferirlo de una a otra cuenta, muerde.  Si lo convertimos en cheque de gerencia, pasa raqueta.  Si tenemos un saldo inferior al que se le antoja al banco, corta tajada. Últimamente se ha hecho imposible comunicar con él. Los bancos ni dan saldos, ni efectúan transferencias, ni aceptan solicitud de tarjetas ni de chequeras, ni conceden certificaciones bancarias, nada de nada, a menos que se les pidan informáticamente mediante computadoras ultrapoderosas combinadas con celulares de última generación. Es decir: exigen comisión por operaciones que realiza uno mismo, con su propio equipo y su propio dinero, y encima tratan de cobrar por encima de las tarifas acordadas.  Uno se pregunta si no sería mejor sustituir de una vez entidades tan repelentes con sus ahorristas por un cajero automático público que no sorbiera tantos beneficios especulativos ni hiciera desaparecer el efectivo.


           Aparte de eso, cuando lo pedimos prestado, el Poderosos Caballero es incosteable. Si lo depositamos en los bancos, ninguno da nada por él. Si lo guardamos, pierde valor. Al llegar a nuestras manos se derrite como copo de nieve, mientras los precios crecen como avalancha. Dedica campañas publicitarias a mofarse de quienes utilizan los cheques que él mismo expide. Nos representan al dinero como nuestro nuevo amo. Diga usted si es posible servir a patrono tan problemático. 


            Fantasma del bien económico que representa, el dinero metálico al desvanecerse como papel moneda se hizo espectro de sí mismo. Desde 1944 todas las divisas del mundo occidental están respaldadas por el dólar, el cual a partir de 1974 no está respaldado en nada. Su mayor fuerza reside en su debilidad. Cuando el dinero se viene abajo, arrastra a todos, salvo a quienes lo quebrantaron. Sobre la debilidad del circulante funda su fortuna el especulador, que compra energía o trabajo a precio de moneda blanda y vende lo producido a tarifa de divisa dura. A este fraude lo llaman los pedantes Sistema Financiero Mundial, y los sinceros, explotación.


          Para agravar la situación, el Poderoso Caballero tiene varias personalidades, cada una de las cuales nos trata peor que las demás. En su fase de papel moneda nacional, en cuanto pisa la taquilla de un banco viaja al exterior, a misteriosos galpones cucuteños o paraguayos donde no lo veremos más. En su fase de dinero plástico, vale la mitad que el efectivo, aparte de lo cual nos cobra porcentaje por usar tarjeta de crédito, y arrebata el mismo porcentaje incorporado en el precio de los productos a quienes pagan en efectivo o al contado. En su fase imperial de divisa, por iniciativa de un ocioso con una página web y la complicidad de veinte mil empresarios reduce a la nada a sus otras dos facetas, y con ellas a los condenados a no tener otro medio de pago. Dime cuál moneda usas, y te diré quién eres, o mejor dicho quién no eres.


            No permitiríamos que nos gobernaran
nuestros muebles, ni nuestros lápices. Mucho menos debemos dejarnos gobernar por el dinero, que es poco más que garabato trazado sobre pulpa de harapos. Decimos ser enemigos de las tiranías políticas: mansamente asentimos a la dictadura económica que a través del dinero regentan tres o cuatro déspotas que no elegimos y ni siquiera conocemos. Se cuentan con los dedos de una mano los consorcios extranjeros que dominan la mayoría  del negocio bancario del país. A través de él, poseen al bolívar, y mediante él a la República Bolivariana.


            No se borran todavía las cicatrices del Viernes Negro de 1983, fruto de una irresponsable política que alentó la fuga de divisas para enfriar la economía y cerró la jaula del control de capitales después que éstos habían volado. Todavía están frescos los recuerdos de la crisis bancaria de 1993,  provocada por la demasía de una banca que abandonó la intermediación financiera para ordeñar al Estado los Títulos de Estabilización Monetaria y acaparar activos productivos embargados a sus indefensos deudores. Apenas nos reponíamos del vodevil de los delincuentes financieros, cuando padecimos el coletazo de la crisis bancaria mundial de 2009, y ya se anuncia otra peor. Cansado de  dar tumbos, don Dinero quiere ahora arrastrarnos a su barranco. O reclama la eliminación del control de cambios para evaporar en 24 horas las reservas internacionales. O exige la liberación de intereses. O desaparece de las taquillas de los bancos, donde “no hay efectivo” ni para un pasaje de autobús. En nombre de la competencia, un grupo hegemónico mantiene el virtual monopolio sobre la oferta y la demanda del circulante del cual dependen treinta millones de personas. Se permite que una ínfima página web fije fantasiosamente la cotización de nuestra divisa en relación con otra divisa que no es más que fantasía. Así no hay economía que arranque.


            Para bien o para mal, el Estado administra ese patrimonio común de los venezolanos que es el ingreso del petróleo. Si los inversionistas privados extranjeros no vienen y los nacionales se niegan a repatriar capitales y los bancos “no saben” dónde está el dinero que todos le entregamos, toca al Estado llenar esas vacantes. Nuestras leyes permiten regular  tasas de interés del sistema financiero, limitar  comisiones y recargos por servicios, manejar  la delicada materia de las operaciones de crédito público, asumir las funciones que el sector privado no cumple a cabalidad. Tenemos la plenitud del Poder Constituyente para crear un nuevo sistema bancario para el caso de que el presente se siga declarando a sí mismo incompetente. Disponemos de  oro, no sólo para respaldar nuestro sistema monetario, sino para crear uno nuevo  mundial que eche por tierra el vendaval del papelillo verde. Las leyes  sobre bancos deben disciplinar a los bancos que creen estar sobre la ley.  Nadie dejaría a un delincuente suelto para hacer lo que le dé la gana, pero permitimos al poderoso caballero don Dinero ejecutar todos los desmanes que conducen a la ruina colectiva. 0  lo dominamos, o nos domina. Ya no hay alternativa.



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