sábado, 19 de noviembre de 2022

8.000.000.000

LUIS BRITTO GARCÍA

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A mediados de noviembre de 2022, durante la COP 27, nació el habitante número 8.000.000.000 de este convulsionado planeta. No está mal como descendencia de nuestra Madre Eva, o  de una pequeña manada de antropoides que hace 200.000 años  enfrentaba la extinción en el africano Valle del Rif. Desde entonces nos propagamos por todo el orbe y plantamos nuestras huellas en los cuerpos celestes. De pocas decenas llegamos a los mil millones en 1800  y a las diez cifras hoy. Cada año nacen 140 millones de congéneres. Para 2057 seremos 10.000 millones.

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Esta propagación no ha sido uniforme. Guerras y epidemias la amainaron; organizaciones sociales que encauzaron ríos para la agricultura del llamado Modo de Producción Asiático la potenciaron hasta los 15 millones de personas hacia el 10.000 A.C.  A tal modo de  producción, tal demografía. Hacia  el  siglo IV A.C,  el  esclavista Imperio Romano de Oriente y Occidente sumó los 60 millones de personas. A  mediados del feudal siglo XIV,  al reponerse de la Gran Hambruna y de la Peste Negra la población mundial habría alcanzado los 370 millones de congéneres.

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Acaso la despoblación más descomunal de la Historia sea el genocidio de ochenta millones de pobladores originarios de América ejecutado por los invasores europeos. Parte de esta colosal mortandad se debió a la involuntaria transmisión de pestes y plagas, pero sus cifras infunden  pavor. Esta desertificación masiva disminuyó tanto el número de siervos avasallados, que  se recurrió a otro genocidio de 60 millones de africanos secuestrados como esclavos en una travesía tan espantosa que apenas llegaron vivos al Nuevo Mundo unos doce millones. Esta doble hecatombe  suministró la mano de obra sierva y esclava que aportó al Viejo Mundo el torrente de  minerales preciosos y alimentos gracias al cual surgió el capitalismo, que convirtió a sus siervos expulsados de los campos de Europa en proletarios sujetos a la más atroz de las explotaciones. Hacia 1800, en pleno auge del capital,  habríamos llegado  a los mil millones de prójimos.

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El capitalismo sólo tiene en cuenta al ser humano como productor  de un trabajo del cual deriva todo valor económico. Su  truco consiste en pagarle al trabajador menos de lo que su labor produce y embolsillarse la diferencia o plusvalía. Un refinamiento de este fraude consistió en la tercerización, la exportación de empresas y puestos de trabajo del Primer al Tercer Mundo  para explotar por remuneraciones insignificantes sus recursos naturales y una fuerza laboral sin derechos económicos ni sociales, y remitir las ganancias a Paraísos Fiscales sin impuestos ni cargas sociales. El resultado fue la pauperización unánime de seres humanos desarrollados  y subdesarrollados en aras de la concentración de una abstracción inhumana, el capital. En la actualidad, sólo 56 millones, o sea el 1% de los 5.300 millones de los adultos del mundo  poseen el 45% de toda la riqueza personal global. El otro 99% posee el resto y casi 3 mil millones de personas en el mundo (el tercio de la población global) tienen poca o ninguna riqueza (https://www.cadtm.org/El-1-posee-el-45-de-la-riqueza-personal-del-mundo-mientras-que-casi-3000).

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La abstracción del capital va en vías de prescindir de su creador, el ser humano. La automatización en pocos años habrá reemplazado  más del 45% o la totalidad de los trabajadores. En ese momento las sabias contabilidades de los monopolios concluirán que el ser humano es prescindible, y calcularán el costo de su Solución Final.

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¿Somos demasiados? ¿O demasiado pocos? Alternativamente sentimos que el prójimo nos atrae o nos  repele.  Somos animales sociales; la soledad es patrimonio de náufragos o ermitaños. El prójimo es fuente de  todas las molestias y de la mayoría de los placeres. La mejora de las condiciones de vida modera la expansión demográfica. La población sólo es excesiva o deficiente en relación con los recursos. Según datos de la ONU, el mundo actual produce alimentos para más de 10.000.000.000 de personas. Una tercera parte de esta comida se pierde o desperdicia; con sólo el 25% de esta pérdida se podría alimentar 870 millones de personas, casi la novena parte de la población global en pobreza porque su ingreso es menor de 1,90 US$ diarios. Padece hambre el 80% de los campesinos que producen la comida (https://www.bbc.com/mundo/noticias-50064563).

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¿Nos multiplicaremos desenfrenadamente en progresión geométrica, según predijo Malthus, hasta agotar los recursos naturales? El incremento del bienestar tiende a moderar e incluso frenar la tasa demográfica. Según señala Joseph Chamies: La tasa de fertilidad promedio mundial de aproximadamente 2,3 nacimientos por mujer en 2020 es menos de la mitad de las tasas de fertilidad promedio durante las décadas de 1950 y 1960. La proyección de población de la variante media de las Naciones Unidas asume que las tasas de fertilidad seguirán disminuyendo. Para fines del siglo, se espera que la tasa total de fecundidad disminuya a un promedio mundial de 1,8 nacimientos por mujer, que es un tercio de la tasa de principios de la década de 1960 y muy por debajo del nivel de reemplazo de la fecundidad” (https://www.other-news.info/noticias/la-poblacion-mundial-despues-de-los-ocho-mil-millones/).

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De aquí a ese entonces es de esperar que adelantos en la agricultura, en la hibridación de vegetales y sobre todo en la distribución aporten alimentos para todos. No acabará la humanidad devorándose mutuamente. La verdadera amenaza no viene de su crecimiento, sino del decrecimiento de los recursos naturales que la sostienen. Según fuentes autorizadas, en cuatro o cinco décadas el combustible fósil se habrá agotado o su extracción consumirá más energía que la que produce. Se requerirá  aplicar antes los hidrocarburos remanentes para habilitar fuentes de energías renovables, preservar  vestigios de civilización y proceder a otro modo de   producción y por consiguiente de vida. Si no resolvemos este problema nos uniremos a la media docena de especies de homínidos ya extinguidas.

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Pasatiempo primordial de nuestra especie es el exterminio mutuo con los pretextos más descabellados. En el prontuario del homo Sapiens está la extinción  de su pariente próximo, el Neanderthal. Somos una sola especie, con insignificantes diferencias de facciones, tono de piel o rizado del cabello. Pero cada tribu  se considera elegida  por Dios, cada pueblo se proclama superior: el  tiempo desautoriza esas patrañas, pero con cada generación renacen más funestas. Toda arremetida imperial acarrea reflujos de millones de refugiados que arriban a la metrópoli como migrantes legales o ilegales. La Primera Guerra Mundial dejó 20 millones de  bajas; la Segunda, 60 millones de caídos.  Estrategas de la Alianza Atlántica afirman que es posible ganar una Guerra Nuclear que reduciría la población mundial a cero.  

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¿En definitiva, qué somos? No terminamos de contestar esta pregunta, cuando ya se transforma en ¿qué seremos? Desde la antigüedad, plantadores y criadores hibridaron vegetales y animales hasta obtener los especímenes más adaptados a sus deseos. La medicina y la informática nos llenan de implantes; los editores de genes podrían cambiar nuestro genoma y modelar y remodelar nuestras descendencias para producir superhombres o infrahumanos. Sus posibilidades se abren al ensueño o la pesadilla. Imaginemos un homo mutans, capaz de elegir a voluntad sus apariencias y facultades. Un homo perennis, casi invulnerable a la vejez y la muerte. Me conformo con un hombre despojado de todo lo que hoy lo hace inhumano.


TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO