1. EL DOGMA LIBERAL Y NEOLIBERAL
Las crisis periódicas
Desde que hay capitalismo
hay crisis económicas:
recurrentes, destructivas, cada vez más graves. Tres soluciones se han propuesto para
remediarlas: la liberal, la keynesiana, la socialista. Cada una comporta una
posición con respecto al papel del Estado y del Gasto Público.
El liberalismo contra el Gasto Público
La solución liberal, basada en ideas de Stuart Mill y Adam Smith,
rechaza la intervención estatal como perniciosa, la gestión económica de los
entes públicos como ineficaz y el Gasto
Público como negativo, porque amplía la
actividad del Estado y disminuye la
ganancia del capitalista que lo financia
con impuestos. En consecuencia condena
la emisión monetaria, el alza de los tributos, el crédito público, las medidas
de protección al trabajador y las de estímulo o restricción de ciertas
actividades económicas. El Estado debía
ser reducido a su mínima expresión; la
economía, enteramente regida por la Ley de la Oferta y la Demanda. Ante la
crisis, había que esperar a que la demanda se reactivara por creación de un nuevo sector productivo, por
una guerra, o por un milagro.
El gasto de consumo del Estado es proporcional al
desarrollo
El capitalismo proclama estas panaceas como dogmas
indispensables para el desarrollo y la abundancia. Tal leyenda es de falsedad palmaria. Estado y capital siempre
han actuado en complicidad y crecido acompasadamente. El uno garantiza al otro
la propiedad privada de los medios de producción, la paz laboral y la expansión
imperial que asegura recursos económicos y mercados. En
los países desarrollados, el Estado protege, estimula y a veces financia la economía, y consume
magnitudes del PIB muy superiores a las que apropian los sectores públicos de
los países en vías de desarrollo. Las estadísticas del Equipo Banco Mundial
sobre “Gasto de consumo final del gobierno general (% del PIB)” muestran que la
participación de los Estados en el PIB no ha hecho más que crecer. Para 1960,
la media mundial era de 13,7% del PIB; para 2015, es de 17,1% del PIB. A mayor
participación del Estado en el PIB, mayor desarrollo. Para 2015, Alemania presenta
19,4%, Estados Unidos 14,3%,
Japón 20,4 %, Venezuela
12,01%. Según la misma fuente, los Estados de los Países de ingreso alto
tienen en promedio una participación de 18,2% en el PIB; los Países menos
desarrollados (según clasificación de la ONU)
el 11,9%. El desarrollo es proporcional a la participación del Estado en
el PIB.
El gasto público es proporcional al desarrollo
El satanizado gasto público es
también proporcional al desarrollo. Alcanza 31% del PIB en
promedio en los países de América Latina y el Caribe, comparado con 41.5% en
los países de la Organización del Comercio y el Desarrollo Económico (OCDE
(2016), Panorama de las Administraciones Públicas: América Latina y el
Caribe 2017, Éditions OCDE,Paris. http://dx.doi.org/9789264266391-es). Son más de diez puntos de diferencia.
Las crisis del liberalismo
El sistema fundado sobre los falsos
postulados liberales de Smith presenta sistemáticamente síntomas indeseables:
superproducción que supera la demanda relativa (la de quienes necesitan un bien
y disponen de medios para comprarlo) contracción de la demanda absoluta,
quiebras masivas, pauperización de los trabajadores, desempleo. Según apuntó Marx en El Capital: “La marcha característica de
la industria moderna, la forma de un ciclo de diez años, interrumpido por
pequeñas oscilaciones, de mediana animación, producción a alta presión, crisis
y estancamiento, se basa sobre la constante formación del ejército industrial
de reserva o población excedente industrial, su absorción más o menos completa
y su nueva formación” (El
Capital. Capítulo XXIII. Ley General de la Acumulación
capitalista. Producción Progresiva de un exceso relativo de población o
ejército industrial de reserva. Pág. 459 y ss.).
A su vez las crisis generan desastres económicos, políticos y sociales, éstos desembocan en guerras, y éstas a veces en revoluciones. La Soviética y la China surgieron del caos del sistema capitalista que acompañó la Primera y la Segunda Guerra Mundial, implantaron el socialismo en vastas regiones, y amenazaron con extenderlo al resto del planeta.
2. CÓMO SE SUPERAN LAS CRISIS ECONÓMICAS
El gasto público compensador
Para paliar las deficiencias
del capitalismo sin desecharlo, surgieron los partidarios del “gasto
compensador de la actividad económica” como John Maynard Keynes, Alvin H. Hansen, Gunnar Myrdal y Harold. M.
Groves, según los cuales el gobierno debe gastar lo que sea necesario
a fin de asegurar un alto nivel de ingreso nacional, y para asegurar asimismo
el pleno empleo o “full employment”:
el uso integral de todos los factores de la producción. Afirman que en un sistema de empresa privada el sector
público puede elevar el nivel de la
demanda total incrementando el volumen de los gastos públicos, y en
consecuencia alterando el nivel de
ingreso, empleo y precios. Keynes
indica que “al aumentar la utilización de factores, la renta total y real
aumenta. La psicología de la comunidad es de tal naturaleza que al aumentar la
renta real total el consumo total aumenta; pero no aumenta tanto como la renta.
De aquí que los empresarios incurrirán en pérdidas si el aumento total de la
utilización de factores se destina a la producción de bienes de consumo. En
consecuencia para justificar un volumen determinado de utilización de factores
se requiere un monto de nuevas inversiones suficiente para absorber el exceso
de producción sobre el consumo de la población a ese nivel de utilización de
factores” (KEYNES. John Maynard.
General Theory of Employment. Interest and Money.
Pp 27 y ss.).
En resumen: adiós a la
satanización del Estado y a la condena de su intervención en la economía;
bienvenido el incremento de la inversión y el gasto públicos. Aplicando estas
políticas ha sobrevivido el capitalismo a duras penas a las gravísimas y
sucesivas crisis que él mismo provocó
durante el siglo pasado y el presente. Pero la disolución de la Unión Soviética
alejó el miedo al socialismo, y algunos de los más obtusos reaccionarios
volvieron a las políticas del liberalismo primitivo, generando la catástrofe que
todos padecemos.
John Maynard Keynes expresa el
efecto positivo de las inversiones públicas sobre el monto de la ocupación a
través de una relación a la cual se denomina “el multiplicador”, desarrollada por primera vez por el
economista R. F. Kahn, y resumida por Keynes en el sentido de que “si la propensión
a consumir en varias circunstancias hipotéticas (juntamente con otras
condiciones) se da por conocida y concebimos que las autoridades monetarias u
otras públicas tomen medidas para estimular o retardar la inversión, el cambio en
el monto de la ocupación será función del cambio neto en el volumen de la
inversión”. Según el mismo resumen, Kahn
“pretendía sentar principios generales para calcular la relación cuantitativa
real entre un incremento de la inversión neta y el aumento de ocupación total
que le acompañará”. De acuerdo con Keynes, el multiplicador de inversión (k),
indica que “cuando existe un incremento en la inversión total, el ingreso
aumentará en una cantidad que es k veces el incremento de la inversión”. En su
aplicación a las Finanzas Públicas, Harold R. Somers lo define como “el número
por el que un incremento inicial de los Gastos Públicos debe multiplicarse a
fin de obtener el aumento del ingreso atribuible a esos Gastos Públicos”
(HAROLD
R.SOMERS: Finanzas Públicas e Ingreso
Nacional. P. 54).
El
Multiplicador de la Producción
Esta nueva concepción de la
utilidad del Gasto Público no se fundamenta necesariamente en las ventajas para la comunidad de los bienes o servicios
costeados con él. Define la utilidad de tales erogaciones en relación de su eficacia para poner en marcha procesos de
producción, no importa cuán estéril pueda ser su resultado inmediato. Así,
Keynes indica que “los gastos ´ruinosos´
(wasteful) de préstamos pueden, no
obstante, enriquecer al fin y al cabo a la comunidad. La construcción de
pirámides, los terremotos y hasta las guerras pueden servir para aumentar la
riqueza, si la educación de nuestros estadistas en los principios de la
economía clásica impide que se haga algo mejor”. En el mismo orden de
ideas, propone el célebre ejemplo
conforme al cual “si la Tesorería se pusiera a llenar botellas viejas con
billetes de banco, las enterrara a profundidad conveniente en minas de carbón
abandonadas, que luego se cubrieran con escombros de la ciudad, y dejara a la
iniciativa privada, de conformidad con los bien experimentados principios del
laissez-faire, el cuidado de desenterrar nuevamente los billetes (naturalmente
obteniendo el derecho de hacerlo por medio de concesiones sobre el suelo donde
se encuentran) no se necesitaría que hubiere más desocupación, y con ayuda de
sus repercusiones, el ingreso real de la comunidad y también su riqueza de
capital probablemente rebasarían en buena medida su nivel actual”. El
economista sueco Gunnar Myrdal opina que “nada es técnicamente más fácil que
poner en marcha un auge”, y que esto “podría hacerse, por ejemplo, sembrando
billetes de a dólar a manera de abono desde aviones” (GUNNAR
MYRDAL: El Reto a la Sociedad Opulenta.
Cap. IV. Pág. 78. Fondo de Cultura Económica. México, 1964).
Pirámides, catedrales, ferrocarriles
El que el gasto público fuera aplicado a fines inmediatamente productivos podría, paradójicamente dificultar el objetivo deseado de estimular la inversión privada y el consiguiente proceso económico, por cuanto, como señala Keynes, “desde el momento en que el valor de una casa depende de su utilidad, cada casa que se construya sirve para reducir la renta probable que puede obtenerse de las futuras construcciones y, por tanto, disminuye el atractivo de futuras inversiones similares, a menos que la tasa del interés esté bajando pari passu”. Este contraste entre la inversión directamente productiva y aquella aplicada a un fin sin utilidad inmediata, es planteado por el mismo autor en los términos siguientes: “El antiguo Egipto era doblemente afortunado, y, sin duda, debió a esto su fabulosa riqueza, porque poseía dos actividades: la de construir pirámides y la de buscar metales preciosos, cuyos frutos, desde el momento que no podían ser útiles para las necesidades humanas consumiéndose, no perdían utilidad por ser abundantes. La Edad media construyó catedrales y cantó endechas. Dos pirámides, dos misas de réquiem, son dos veces mejores que una; pero no sucede lo mismo con dos ferrocarriles de Londres a York” (Op. cit. pp. 130 y ss).
Estas medidas que amplifican la
intervención económica estatal dentro de límites moderados, constituyen, según
Keynes, “el único medio practicable de evitar la destrucción total de las
formas económicas existentes”, es decir, del sistema capitalista de propiedad
privada de los medios de producción (Op.
cit. Cap. 24: Notas Finales sobre la
Filosofía Social a que podría conducir la Teoría General. Pág. 364).
Sólo cuando la disolución
de la Unión Soviética disipó el temor de los capitalistas por “la
destrucción total de las formas económicas existentes”, regresaron éstos a la
ortodoxia liberal bajo la forma de
recetario neoliberal que prohíbe
el gasto social, sataniza el gasto público y pauperiza a los
trabajadores arrebatándoles una tras otra todas las conquistas de varios siglos
de lucha. Bajo tales principios, arrancó un proceso de “desindustrialización”
de los países desarrollados que dejó sin empleos a gran parte de su clase
trabajadora en aras de una economía dedicada a la especulación financiera y la
extrema concentración de capital en las élites. De ello resultan las
desastrosas crisis económicas de fines del pasado siglo y de comienzos del
presente.
Keynesianismo militar
La
aplicación de las ideas keynesianas sacó temporalmente a las economías
occidentales del foso en el cual las habían sepultado tanto sus propias
dinámicas destructivas como el anatema liberal contra el gasto y la
intervención del Estado. Ambas herramientas ayudaron al capitalismo a sobrevivir a las sucesivas
depresiones del sistema, y de paso permitieron una relativa elevación del nivel
de vida de los trabajadores. Lamentablemente, también se aplicó un
“keynesianismo militar” consistente en provocar guerras para justificar la
sobreproducción de bienes que, como los armamentos, “no podían ser útiles para las necesidades humanas
consumiéndose”, y “no perdían utilidad por ser abundantes”. Así, de las crisis
económicas surgen guerras, y de las guerras, crisis económicas.
Revolución o Nada
En
resumen, nunca se ha salido de una crisis económica aplicando medidas liberales
o neoliberales de extrema restricción del gasto público, disminución del circulante
y pauperización radical de los trabajadores mediante salarios inferiores al
nivel de la subsistencia que paralicen o clausuren la demanda de bienes y
servicios. Keynesianismo, Revolución o Nada. Y para los países en vías de
desarrollo, mejor Revolución, que llevó
en pocas décadas a la Unión Soviética al estatuto de segunda potencia del mundo,
y a China al sitial de primera.
FUENTES:
Sobre los gastos públicos considerados
como justificados en la doctrina liberal, véase ADAM SMITH: “La Riqueza de las Naciones”, Libro V,
Ingresos del Soberano y de la Comunidad, particularmente el Capítulo I.
Editorial Aguilar, Madrid, 1961. V. asimismo: JOHN STUART MILL: Principios de Economía Política; Libro
V: De la Influencia del Gobierno; Capítulo I: De las funciones del Gobierno en
general; págs. 681 y 22.; y Capítulo X: De las intervenciones del Gobierno
basadas en doctrinas erróneas; págs. 782 y siguientes; Fondo de Cultura
Económica, México, 1951. Para exposiciones generales sobre la doctrina liberal,
se recomienda consultar: EMILE JAMES: Historia
del Pensamiento Económico, Parte II, Capítulos II y III, págs. 76 y
siguientes; y Parte III, Capítulo VI,
páginas 157 y siguientes, Editorial Aguilar, Madrid, 1961; ROBERT L.
HEILBRONNER: The Wordly Philosophers
Caps. III y IV, págs. 28 y ss. Simon and Schuster, New York, 1961; BERTRAND
RUSSELL: Storia delle Idee del Secolo XIX,
Parte III; Biblioteca Moderna Mondadori, Milano, 1961; HAROLD J. LASKI: El Liberalismo Europeo, Fondo de Cultura
Económica México, 1961. ALVIN H. HANSEN. Política
Fiscal y Ciclo Económico. Fondo de Cultura Económica, 1955.
En general, sobre el empleo del gasto público para compensar los ciclos económicos, se recomienda consultar: GUNNAR MYRDAL: Los efectos económicos de la Política Fiscal; Partes II, III y IV; Editorial Aguilar, Madrid, 1962; MAURICE MASOIN: Los Gastos Públicos, y KURT HEINIG: Los Gastos Materiales del Presupuesto Público, ambos en el Tratado de Finanzas de Gerloff y Neumark, Editorial BCE, El Ateneo, 1961; KJELD PHILIP: La Política Financiera y la Actividad Económica, Segunda Parte: La relación recíproca entre los ingresos y los gastos del Estado, Cap. IX, págs. 134 y ss, Editorial Aguilar, Madrid, 1955; HAROLD M. GROVES: Finanzas Públicas, Parte 3, Cap. 21, págs. 617 y ss., Editorial F. Trillas, México, 1965; PHILIP E. TAYLOR: Economía de la Hacienda Pública, Cap. III: Gastos Públicos, sus tendencias y su significado, págs. 41 y ss.; Editorial Aguilar, Madrid, 1960; CHALLIS A. HALL, r.: Política Fiscal y Crecimiento Estable; Ediciones Deusto, Bilbao, 1964; EARL R. ROLPH: Teoría de la Economía Fiscal; Cap. V: Bases Monetarias de la Teoría Fiscal, págs. 116 y ss., Editorial Aguilar, Madrid, 1958.
TEXTO/ IMÁGENES: LUIS BRITTO