
Las sirenas anuncian la tregua y bajamos al río desde lados opuestos. Bebemos y llenamos las cantimploras. Un momento nos quedamos sentados en el cauce que nos moja, pensando aunque ninguno sabe qué piensa el otro. Hay tiempo y me lavo la cara y hundo la cabeza y siento un gran alivio. Luego suena la primera sirena y sin hablarnos nos retiramos, mirándonos. Cuando la segunda sirena suena, disparo primero, y allí queda tendido para siempre a la orilla del río que sigue pasando para siempre.