viernes, 15 de octubre de 2021

 DELIRIO SOBRE EL CHIMBORAZO

Luis Britto García




En la erudita tarea de desarmar y volver a armar todos los aspectos de la vida de Bolívar siempre sobra una pieza. El análisis historiográfico ha calibrado el justo lugar que ocupan en ese mecanismo las semblanzas del dandy que lanza la moda de un sombrero en Europa, el militar que declara la Guerra a Muerte, el hacendista que reserva la riqueza del subsuelo para la propiedad de la nación, el educador que se reconoce criatura de un utopista y el político que diseña el equilibrio de las fuerzas de un continente que a su vez servirá de contrapeso al mundo. Esa investigación no ha podido nunca integrar en la estructura al visionario que escribe “Mi delirio sobre el Chimborazo”. Texto inflado de prosa romántica según unos, divertimento inexplicable para otros, el Delirio no cabe en ninguna de las casillas en que los especialistas han querido fragmentar a Bolívar. Pero justamente por esta irreductibilidad es la pieza que lo explica todo, el centro que coordina las misteriosas relaciones entre las partes.

 La vastedad americana, la multitud de los orígenes culturales del Mundo Nuevo podían, en efecto, asegurar la inevitabilidad de estrategas capaces de coronar la Campaña Admirable, de filósofos aptos para vislumbrar los grandes lineamientos del destino de un mundo y negociadores con habilidad para resolver a su favor la entrevista de Guayaquil. Lo que no se explica en modo alguno es que tantas y tan excluyentes modalidades del ser concurrieran en la misma persona. La lectura del Delirio nos permite transponer, literalmente, los umbrales del abismo que separa y a la vez reúne tantos rostros diversos.

Concisamente, el Delirio narra la anécdota de un hombre que asciende una cima hasta entonces no hollada por la planta humana, para depositar en ella la enseña de su causa política, su poder, su gloria. Toda montaña es, simbólicamente, punto de encuentro entre la verticalidad del espíritu y la solidez de la materia, confluencia entre cielo y tierra, lugar donde la variedad y la vastedad de las determinaciones del universo sensible ascienden y a la vez se reducen a la unidad de la cumbre. También, montaña es límite del espacio, fin de toda ascensión y de todo camino. Por el abrupto término que opone a todo avance, la cima de un pico propone el comienzo de otra dimensión: la del tiempo. Si la historia del hombre es la de un animal que se hace preguntas sobre el tiempo, ello es porque éste no cesa de plantearle acertijos. Así como la cumbre evoca al tiempo, a su vez plantea al narrador –a todo narrador– los asfixiantes enigmas de si el universo es algo, si los instantes que los humanos llaman siglos pueden medir los sucesos, si el mundo entero no es menos que un punto en presencia del infinito.

En un viejo mito griego, un hombre fue enfrentado con acertijos similares por otro fantasma, y la solución de ellos –que se refería siempre a la transitoriedad del instante– produjo la muerte del fantasma, y abrió al hombre el camino que lleva al poder y a renegar de la vista. En nuestra cortante mitología americana, por el contrario, el viajero viene desde el poder, y los enigmas, lejos de destruir el fantasma del tiempo, lo invitan, colocándolo desde ya en el centro de una mirada capaz de abarcar de un guiño los rutilantes astros, los soles infinitos. Si el arcaico mito griego redime el pecado del poder en la anestesia de la ceguera, la epifanía americana lo martiriza en el tormento de la luz, de la cual son metáforas y a la vez espejos las referencias del héroe a los cristales eternos que circuyen el Chimborazo, y también aquel inmenso diamante que le servía de lecho. Visión y luz acaecen aun con los párpados cerrados: dentro de ellas concluyen pasado, presente y futuro: la perfección de su horror consiste en que a través de ellas se vislumbra la presencia absoluta de la nada.

Si en la aurora de la historia de Occidente un hombre perforó sus ojos para no contemplar lo insoportable, en la alborada de América otro hombre, inundado por la más arrasadora luz, todavía abre sus párpados para superponer a la claridad insoportable el transitorio vértigo de la voz de Colombia, el trajinar de los batallones, la miseria fisiológica y la muerte solitaria. Los pasos de esta última gesta se aprecian con justeza si se sabe que cada uno de ellos fue dado sobre el vacío, y en cierta manera contra y dentro de él. La penetración de esta mirada que verificaba exactamente el estado de las cabalgaduras y la metálica intendencia de la artillería y el secarse de la tinta en la sentencia de muerte se puede ahora juzgar sabiendo que al mismo tiempo veía en todos ellos el espacio que encierra la materia. El salón del dandy y el lomo de la bestia indómita y el gabinete del dictador y el lecho de amor y el de la agonía que con escrupuloso utilitarismo citó para enfatizar proclamas no fueron entonces más que concreciones superpuestas al desierto de tal espacio. El hombre, o la muchedumbre de hombres que peregrinaron dentro de ese ámbito fueron asombrosas consolidaciones de una voluntad capaz de evocar y materializar cualquier forma contra el telón de fondo del vacío. La crónica rememora profundos desalientos del Libertador. No le fueron nunca impuestos por los hechos: sus adversarios lo sabían infinitamente más peligroso vencido que vencedor. Si se quejó de haber arado en el mar, aun habiendo surcado la historia con un tajo imborrable, fue porque la luz insoportable lo hizo consciente de la levedad de todo paso humano en los piélagos de la eternidad. Porque sabía la nulidad de todos los gestos pudo asumirlos eficazmente.

También, el que le encomienda el fantasma del tiempo antes de desaparecer: No escondas los secretos que el cielo te ha revelado; di la verdad a los hombres. Esta acre y fiel verdad está más allá de los archivos y de los onomásticos. Nuestra peculiar ceguera nos ha hecho creer en una América determinada por los sablazos de los chafarotes y los salivajos de los demagogos. La transparencia de un texto que nadie acepta nos hace comprender que la batalla y quizá el momento más importante de América tuvieron lugar silenciosamente, en el discreto momento en que un viajero adivinó los límites del hombre y los trascendió aferrándose lúcidamente a los despreciables juegos propios de un hombre o de un viejo, de un niño o de un héroe. Ese instante que acontece siempre y dura perennemente cada vez que uno de los peregrinos del tiempo es herido por la luz y comienza a consumirse encendido, como lo dice el propio Delirio, de un fuego extraño y superior.


TEXTO/FOTO; LUIS BRITTO.

 


PANDORA PAPERS Y PARAÍSOS FISCALES

Luis Britto García



Según Ferdinand Lundberg, para determinar cuál es la clase dominante en un país basta ver cuál es la que está exenta de la tributación. El neoliberalismo ha  perfeccionado una trama de corruptelas, acomodos y  trampas para que los capitalistas resulten virtualmente inmunes a los impuestos.

Con la globalización, el capital trasnacional ha encontrado su presa predilecta en el Tercer Mundo. La abundancia de recursos naturales, de mano de obra subpagada y sin derechos laborales en las maquilas o Zonas Económicas Especiales y las autoridades complacientes se dan la mano para llevar la explotación al paroxismo del capitalismo salvaje.

Instrumentos del latrocinio como los Infames Tratados contra la Doble Tributación disponen que las empresas extranjeras no paguen impuestos en el país donde operan y obtienen sus beneficios, sino en la metrópoli donde está situada su casa matriz.

Gracias a estos instrumentos del bandolerismo, nuestros países aportan sus recursos naturales, sus servicios públicos, sus sistemas de protección de la propiedad, sus trabajadores educados, mantenidos en buena salud y pensionados, sin que los inversionistas extranjeros aporten un centavo en impuestos para colaborar con esos gastos indispensables para la producción.

Pero el capital transnacional tampoco paga impuestos en sus países de origen: coloca sus ganancias en cuentas secretas en  Paraísos Fiscales donde ni cancela tributos ni rinde cuentas a nadie.

A los gobiernos de los países hegemónicos les parece muy bueno que sus empresarios exploten a los países del Tercer Mundo sin aportarles un céntimo en tributos,  pero no soportan que también eludan pagárselos a ellos.

 Para repatriar los capitales desgaritados en Paraísos Fiscales,  a principios de siglo Estados Unidos recurrió a la oferta inmoral e ilegal de una amnistía tributaria a cambio de un insignificante tributo del 5%, pero muy pocos se acogieron a ella. Optó también por ofrecerles Paraísos Fiscales en su  propio territorio, pero  los capitales estadounidenses no confían en Estados Unidos.

Así las cosas, pasó del soborno a la amenaza: destapar parte del  latrocinio que las trasnacionales perpetran contra el Tercer Mundo, para forzarlas a acogerse a los bancos de sus países de origen. Esta es la fuente de los Panamá Papers,  Pandora Papers y de cuántos Papers estén por venir.

 

En el mundo de complicidades que vivimos, hay que examinar la fuente de toda milagrosa información, sobre todo si es selectiva. Un agente de la CIA fue la “Garganta Profunda” de las revelaciones que condenaron a Nixon; otro equipo de la  CIA  sustrajo de la oficina Mossack-Fonseca los documentos de los Panamá Papers. En éstos, y en los Pandora Papers, realiza la investigación el Consorcio Internacional de Periodistas Investigativos (CIPI) financiado por la USAID, Rockefeller y el George Soros de las “Revoluciones de Colores”.

Quien paga el mariachi elige la canción. Ello explica, según  Julio Yao, que el CIPI “jamás ha criticado a EUA, a sus aliados anglosajones ni a sus paraísos fiscales”. Y que  Dmitri Peskov, portavoz presidencial de Rusia, apunte que en las revelaciones de Pandora “falta la laguna fiscal  offshore  más grande del mundo”, vale decir, la protegida por Estados Unidos.

            En cambio, la paliza de revelaciones hasta ahora diluvia  sobre América Latina y el Caribe. Así, titula El País: Los ¨Papeles de Pandora¨ en Latinoamérica: tres jefes de Estado en activo y 11 expresidentes operaron en paraísos fiscales” (https://bit.ly/3mz52E6). De seguidas señala a Sebastián Piñera, al dominicano Luis Abinader, al ecuatoriano Guillermo Lasso, a 90 influyentes políticos, congregaciones religiosas, artistas, multimillonarios y al Director de un banco central.

En  sus comentarios, agrega El País que Tener una cuenta en un paraíso fiscal no es ilegal, pero debería serlo. Su existencia muestra cómo billonarios y políticos han creado un sistema legal a modo de sus intereses” (https://bit.ly/3Fwvw1o). Las alarmantes revelaciones no son entonces más que conmovedora oportunidad  para ejercer la resignación.

No es necesario que una nueva investigación del CIPI descubra cómo llegaron tales magnitudes a semejantes cuevas de Alí Babá. Puedo ofrecer algunas claves.

Cada vez que uno de nuestros países suscribe un Infame Tratado contra la Doble Tributación (y Venezuela ya ha firmado unas tres decenas) sustrae el monto de impuestos indispensables para atender a las necesidades de sus ciudadanos, y los arroja a los Paraísos Fiscales.

            Cada vez que nuestros legisladores alzan jubilosamente la mano para sancionar normas que permiten exonerar a trasnacionales del pago de Impuestos sobre la Renta, de Importación o de Exportación,  arrebatan el monto de esos impuestos al pueblo necesitado que los eligió, para repletar con esos dineros los Paraísos Fiscales.

 

        Cada vez que nuestras autoridades suscriben contratos con inconstitucionales cláusulas que anulan el imperio de nuestras leyes y nuestros tribunales y obligan a someter las controversias sobre cuestiones de orden público interno a órganos extranjeros como el CIADI, que siempre resuelven a favor de las transnacionales, están arrebatando a los compatriotas que votaron medicinas, alimentos, recursos, para obsequiárselos a los Paraísos Fiscales.

        Cada vez que nuestros administradores o legisladores celebran o permiten suscribir inconstitucionales contratos de estabilidad tributaria, por los cuales se pacta privadamente con las transnacionales que no se les aumentarán los tributos, se clausura el ingreso al  Tesoro de sumas indispensables para satisfacer perentorias necesidades de los electores nacionales, y se ofrendan esas cantidades a los Paraísos Fiscales.

          Cada vez que se elude crear sistemas integrales de control previo, concomitante y posterior del manejo de los fondos públicos por  la administración central, estadal, descentralizada, autónoma, y fundaciones y empresas del Estado, se abren boquetes para que por ellos indispensables recursos no cubran las necesidades internas y en cambio repleten los pozos sin fondo de los Paraísos Fiscales.


          Cada vez que los bienes o los servicios públidos de nuestros países son privatizados a precios irrisorios aue garantizan obscenos beneficios a los compradores, las ganancias van en línea recta a los Paraísos Fiscales.  


          Esos fondos exaccionados, exonerados, distraídos, malversados, robados, estafados, timados están allí, porque funcionarios que debían cuidarlos permitieron que en vez de cubrir perentorias necesidades de sus compatriotas terminaran abismándose en los agujeros negros de los Paraísos Fiscales.

         ¿Será que los Paraísos Fiscales le darán a legisladores, administradores, jueces, el voto que necesitan para continuar en sus funciones?

         Me atrevo también a señalar el remedio contra este continuado latrocinio. El 8  de octubre de 2021, un grupo de 136 países de la ONU acordó con la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo estipular una tasa mínima de 15% de impuesto para las ganancias de las transnacionales, que estas deben pagar donde operen y generen beneficios, y no donde estén situadas sus casas matrices.

       Legisladores, administradores, jueces, deben elegir entre cobrar de acuerdo con el principio universal de territorialidad  los impuestos indispensables para cubrir las necesidades de sus pueblos, o  seguir atiborrando a los vergonzosos pozos sin fondo de los Paraísos Fiscales con la catarata de impuestos debidos a nuestros países y jamás  pagados,


ILUSTRACIÓN: ANDREA BRITTO MORENO.