sábado, 29 de mayo de 2021

LA HERENCIA DE CARABOBO

 


Luis Britto García

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Desde 1810 transcurre más de una dura década de bloqueo y privaciones. La situación de las armas patriotas es deplorable. El 30 de abril de 1821 el Libertador escribe al gobernador militar de Mérida: "Dentro de poco marchará el ejército, y no tienen zapatos los oficiales ni hay medios de proporcionárselos aquí. Haga Ud. comprar en esa provincia todas las alpargatas que haya y remítalas inmediatamente a este cuartel general (...)".El 25 de mayo comunica al vicepresidente  Nariño: "Instigado de los clamores con que mi propia familia y las de algunos de mis compañeros de armas se lamentaban por la miserable situación en que se hallaban, me tomé la libertad de librar una orden a mi favor contra las cajas públicas de Bogotá en el año de 1819”. Tres meses después, desde  Tinaco, informa al coronel Salom que en el  hospital militar del pueblo hay novecientos enfermos y que es imperativo "que estén bien asistidos nuestros infelices soldados, y haya mucho aseo en los hospitales".

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El Comandante podría en verdad negociar un cómodo  arreglo. En la vía hacia San Carlos encuentra al coronel Churruca, edecán de La Torre, quien le entrega un documento de los comisionados colombianos ante la Corte de Madrid, y le propone reanudar el armisticio mientras se conoce el resultado de sus negociaciones. Es tentador. Los monarcas de la Santa Alianza europea  dejarían de mirarlo mal. Estados Unidos podría parar el contrabando de armas para los realistas, e incluso realizar algunas jugosas inversiones. No, nada mal. El Libertador contesta cortésmente a Churruca, sin comprometerse. Al encabezar sus tropas, ordena paso redoblado.

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La acelerada marcha culmina el 24 de junio en la llanura de Carabobo, donde, según informa al Congreso el día siguiente: “"El bizarro general Páez a la cabeza de los dos batallones de su división y del regimiento de caballería del valiente coronel Muñoz marchó con tal intrepidez sobre la derecha del enemigo, que en media hora todo él fue envuelto y cortado. Nada hará jamás bastante honor al valor de estas tropas. El batallón británico, mandado por el benemérito coronel Farriar, pudo aun distinguirse entre tantos valientes y tuvo una gran pérdida de oficiales (...)."Acepte el congreso soberano, en nombre de los bravos que tengo la honra de mandar, el homenaje de un ejército rendido, el más grande y más hermoso que ha hecho armas en Colombia en un campo de batalla".

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El 30 de junio de 1821, al entrar en Caracas, Bolívar dirige proclama a sus coterráneos, en la que explica las consecuencias territoriales del triunfo: “El ejército libertador con su virtud militar os ha vuelto a la patria. Ya, pues, sois libres. Caraqueños: la unión de Venezuela, Cundinamarca y Quito, ha dado un nuevo realce a vuestra existencia política y cimentado para siempre vuestra estabilidad”(...). "Caraqueños: tributad vuestra admiración a los héroes que han creado a Colombia". Cundinamarca es Nueva Granada; Quito es Ecuador: con Venezuela,  son las tres unidades de lo que el Libertador llama Colombia y nosotros la Gran Colombia: el inmenso bloque geopolítico que dominaría la región septentrional de América del Sur, serviría de contrapeso a Estados Unidos y por su dominio del Istmo de Panamá -por donde Bolívar prevé desde 1816 el trazado de canales- regiría el comercio del mundo.

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Acaso más importante que las consecuencias geopolíticas de Carabobo es el definitivo cese de nuestra condición colonial. Durante la Colonia, nos obligaban  leyes emitidas por los monarcas absolutos de España. A partir de Carabobo, nuestras propias  leyes  rigen de manera total, única e integral  toda la extensión del territorio nacional. No puede haber  zonas  exclusivas, excepcionales, exceptuadas  ni extraordinarias excluidas  del deber de aplicarlas, porque ello implicaría  renuncia a la soberanía territorial ganada palmo a palmo  por el sacrificio de los ejércitos libertadores.

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Durante la Colonia, las sentencias de nuestros tribunales eran borradores: podían ser revisadas, corregidas o anuladas por la Real Audiencia de Santo Domingo o los tribunales de Madrid. A partir de Carabobo, nuestros tribunales deciden todas las cuestiones y controversias donde esté involucrado el interés público nacional. Sus decisiones no podrán ser sometidas a reconsideración, revisión ni apelación ante tribunales extranjeros o árbitros foráneos sin renunciar a la soberanía ganada en Carabobo.

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Durante la Colonia, un ínfimo grupo de privilegiados, los blancos peninsulares, gozaban de privilegios por el mero hecho de haber nacido fuera de nuestras fronteras. A partir de Carabobo, se acaban las ridículas prerrogativas de casta: no se podrá adjudicar a extranjeros o a sus negocios o empresas condiciones ni privilegios más favorables que aquellos de que disfrutan los nacionales. La condición de compatriota no será rótulo infamante y vergonzoso que implique gozar de menos ventajas y derechos que los forasteros. En su alocución a su ciudad natal, añade Bolívar: "Caraqueños: tributad vuestra gratitud a los sacerdotes de la ley, que desde el santuario de la justicia os han enviado un código de igualdad y de libertad”. Otorgar privilegios a personas o empresas extranjeras es renunciar al código de libertad e igualdad conquistado en Carabobo.

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Durante la Colonia, un sector de la población sólo era remunerado con lo indispensable para la subsistencia. A partir de Carabobo los esclavos –pues no otra cosa son quienes trabajan sin recibir un mínimo excedente económico- reciben de manera efectiva la libertad que Bolívar les había acordado de hecho y de derecho  desde 1814. Tras la victoria de Carabobo, el 8 de julio en el camino a Caracas se detiene Bolívar en su hacienda de San Mateo para hacer efectiva la libertad de los tres últimos esclavos que quedan en el lugar. Las oligarquías inventarán mil subterfugios para retardar hasta 1854 el cumplimiento de la medida emancipadora, y hasta hoy no cesan de urdir pretextos para que el desposeído trabaje para ellos sólo por la subsistencia, y aun por menos. Refrendar esa esclavitud es deshacer Carabobo.

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No sé si habrá compatriota  que renuncie a la espléndida herencia de Carabobo. Que se recolonice  él: a mí no va a arrebatármela. 

 



TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO

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domingo, 23 de mayo de 2021

QUÉ ES Y QUÉ HACE UN INTELECTUAL

 

Luis Britto García

1

Intelectuales, inteligencia, intelócratas, intelligentzia,  incluso brillantina o pomada son términos en boga desde 1880, cuando un grupo de pensadores y artistas fija posición en Francia sobre el controvertido caso Dreyfus y tras pugnaz debate logra su  revisión. Si la terminología es novedosa, el tema  se remonta a las primeras sociedades humanas. Desde las tribus originarias con sus chamanes y piaches, Egipto con sus escribas, China con sus mandarines, Grecia con sus filósofos  y la Edad Media con sus monjes han existido seres humanos especializados en la concepción, preservación, difusión y aplicación de ideas. ¿Cuáles de ellos pueden ser apropiadamente designados como intelectuales, en el sentido moderno?

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Para el cuarto trimestre de 2018, el Instituto Nacional de Estadística informa que  de 32.985.763 venezolanos están económicamente activos 15.947.719, cerca de  la mitad. De ellos,  15,08% son profesionales, técnicos y afines; 3,6%  gerentes, administradores o directores¸ 7,1%  empleados de oficina y afines, y 17,8% vendedores y  dependientes. Un 44,3 % de la fuerza de trabajo, aproximadamente la cuarta parte de la población,  se desempeña en labores de recolección, procesamiento y difusión de información, en las cuales prepondera aproximativamente el uso del intelecto sobre el esfuerzo físico. Se los puede catalogar por ello como trabajadores intelectuales.

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Sin trabajador intelectual no hay civilización. Desde que el  sapiens empleó por primera vez un guijarro  como herramienta, los trabajadores intelectuales originan y preservan las más decisivas prácticas y trascendentes cambios  de la Historia. Actualmente, activan el llamado sector terciario de la economía (investigación, educación, información, turismo, entretenimiento, finanza, política) que genera cerca del 70% del PIB global. La fisonomía de un país se revela más que por cualquier otra cosa por la proporción de trabajadores intelectuales que aloja. Pero una mayoría de éstos sólo  aplica fórmulas y procedimientos elaborados por otros, sin añadirles ni omitirles componente  alguno. Para ser calificado de intelectual en el sentido moderno, el trabajador intelectual debe además ser creativo, proponer nuevas ideas o conocimientos o reelaborar significativamente los que existen.

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Mas no basta con desempeñarse creativamente en la generación, reelaboración o difusión de información para ser considerado intelectual en el sentido moderno. Tal designación se aplica históricamente  para aquellos que utilizan la prominencia obtenida en su campo específico para intervenir en el debate público. Newton, que  circunscribió sus estudios a las ciencias naturales, es un trabajador intelectual; Voltaire, Zola, Marx, Engels, que utilizan sus destrezas como escritores y pensadores para proponer creativamente cambios sociales y políticos, son intelectuales en el sentido moderno del término.

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Esta distinción no niega ni elude el concepto de intelectual orgánico desarrollado por Gramsci. Entre los trabajadores intelectuales la mayoría pueden ser considerados orgánicos en cuanto aplican sus destrezas específicas en instituciones de la clase a la cual pertenecen, bien para perpetuar su hegemonía o para instaurarla.  Si bien hay intelectuales que no muestran una adscripción institucional, el sentido de sus obras la suple. Pero sólo deberían ser considerados intelectuales, en el sentido contemporáneo del término, el   grupo de trabajadores intelectuales que ejerce una función creativa y además interviene  activamente en el debate público.  Noam Chosmky,  lingüista prominente  del personal académico de una institución universitaria, es asimismo persona pública, que al expresar sus opiniones puede influir e influye de hecho en el curso de los acontecimientos que comenta. 

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La influencia en el debate público se puede ejercer incluso fuera de la voluntad del trabajador intelectual. Nadie más alejado de la intención de participar en una polémica pública que Nicolás Copérnico, quien dispuso que sus trabajos sobre el sistema heliocéntrico permanecieran inéditos hasta después de su muerte. Pero la idea expresada en ellos era de tal  relevancia, modificó  tan decisivamente nuestra percepción del mundo, que todavía hoy hablamos de revoluciones “copernicanas”. De igual forma se negó Charles Darwin a participar en el enconado debate que suscitó la publicación de El Origen de las Especies, pero sus investigaciones todavía determinan en gran parte la manera en que interpretamos la vida. Me inclino  por calificar también de intelectuales a las personas cuyo trabajo conceptual opera un decisivo efecto económico, político, social o cultural, aunque éste no haya sido programado, previsto o debatido por su autor.

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Decía Gramsci que cada clase social tiene sus intelectuales: con la adscripción clasista por lo regular se heredan las ideas, aunque esta adscripción puede ser electiva. Vienen Carlos Marx y Federico Engels de  familias  burguesas, y su pensamiento no sólo los emancipa de ellas, sino que casi emancipa al mundo. Por el contrario, mucho intelectual surgido de las clases explotadas no tiene más ambición que celebrar a los explotadores y a través de tal estrategia convertirse en uno de ellos. Pues así como las clases dominantes controlan la producción material, tratan también de regir la producción intelectual con las instituciones de la superestructura: escuelas, secundarias, seminarios, academias, iglesias, inquisiciones, universidades, fundaciones, tanques de pensamiento, centros de investigación, medios de comunicación. En cada una de ellas operan  jerarquías de trabajadores intelectuales que defienden y reproducen el sistema. El intelectual revolucionario que lo desafía es un héroe vetado y perseguido por los aparatos culturales del sistema contra el cual insurge, y a veces del que ayuda a fundar.

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La categorización precedente incluye a los artistas. Una obra de arte es una idea expresada sensorialmente. Pocas cosas tan decisivas en el debate ideológico como las creaciones estéticas, bien por el contenido ideológico que expresan, bien  por la autoridad de que  invisten a las opiniones del creador. Las composiciones  de Chopin y  de Giuseppe Verdi son  poderosos agentes del resurgimiento nacional de Polonia e Italia. La Guernica de Picasso es  lápida de la sepultura ideológica del fascismo.

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Toda  revolución de la modernidad ha sido preparada conceptualmente por vanguardias ilustradas. Para la constitución de  éstas  es necesario un núcleo de trabajadores intelectuales con dificultades de integración social y habilidad para participar en el debate público; con creatividad para formular un proyecto alternativo; que el mismo suscite adhesiones; que éstas sean validadas por un compromiso,  y que dispongan de medios de comunicación  para divulgarlo. Sin intelectual no hay revolución. Lograda ella, es indispensable comprender la realidad para planificar la nueva sociedad, defenderla  y mantener la cohesión de las clases emergentes. Sin intelectuales no hay socialismo.

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 Así como con frecuencia critica, debe el intelectual aceptar críticas, siempre que sean formuladas en sus mismos términos: razonamientos claros, hechos concisos, pruebas decisivas. ¿Qué responder a quienes menosprecian la tarea del pensamiento? De una vez y para siempre  contestó de manera lapidaria al místico Weitling el joven Carlos Marx: “La ignorancia no ha servido jamás a nadie para nada”.

TEXTO/FOTO: LUIS BRITTO