Luis Britto García
La extrema gravedad de la
ocupación militar de Nuestra América se comprende si se tiene en cuenta que los
países invasores además pretenden para sus bases y soldados en el exterior la
condición de extraterritorialidad e
impunidad. Vale decir, 1) la nación ocupada no puede inspeccionar lo que
sucede en las instalaciones militares extranjeras situadas en su territorio, y
2) los efectivos del ejército de ocupación son dotados formalmente de inmunidad
diplomática, de manera que sus delitos, atrocidades y crímenes de lesa
humanidad no pueden ser juzgados de acuerdo con la Constitución y las leyes
locales.
Así como los capitalistas extranjeros de las Zonas
Económicas Especiales no están sujetos a las leyes tributarias ni laborales ni
a los tribunales nacionales, los ocupantes extranjeros son inmunes a las leyes
y juzgados del país que ocupan.
Para mantener tales
atropellos, la doctrina
militar de Estados Unidos es reajustada periódicamente, como lo hizo el “Plan
de guerra del presidente William Clinton”, puesto en marcha en la Primera
Cumbre de las Américas en Miami en 1994.
Dicho plan presenta tres objetivos estratégicos en
tres frentes conexos a ser logrados antes del año 2006: 1) la reconquista económica, mediante el ALCA, 2) la reconquista política, 3) la
reconquista propiamente militar y 4) la
apropiación de la Amazonia, añadida posteriormente.
La “reconquista militar” de América
Latina y el Caribe se prepara mediante organismos de intervención hemisférica
armada creados por William Clinton en 1995: la Conferencia de Ministros de
Defensa de América, que acogió la doctrina de la Carta Democrática de la OEA el
año 2002 en su quinta reunión en Santiago de Chile: y el Centro Hemisférico de
Estudios para la Defensa.
Al examinar las posibilidades de “reconquista militar” se ha de tener en
cuenta que Estados Unidos dispone de 1.328.800 soldados en servicio activo. Según
datos del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, para 2001 América
Latina y el Caribe disponía de 1.251.000 efectivos: es posible que en la actualidad iguale la
cifra de los estadounidenses.
A
la potencia del Norte le sería sumamente dispendioso, complicado y exigente
mantener una fuerza de ocupación total de
sus propios nacionales en toda la extensión de Nuestra América. Para entrenarla
y mantenerla deberían reclutar y equipar una tropa por lo menos equivalente a
la de la suma de sus ejércitos locales, lo cual implicaría duplicar su
contingente actual, devendría
incalculablemente oneroso y la forzaría a debilitar sus otros frentes
estratégicos mundiales.
La
ocupación militar total de Nuestra América por Estados Unidos es por tanto imposible. Ha sido nuestra desunión y nuestra falta de
solidaridad, cuando no nuestra colaboración, la que permitió que la potencia
norteña impusiera su voluntad mediante consecutivas intervenciones focalizadas
en repúblicas que no tuvieron más remedio que enfrentarse diplomática y
estratégicamente solas al desmesurado
poderío del coloso norteño.
Por
tanto, lo ideal para Estados Unidos sería que su hegemonía sobre América Latina
y el Caribe fuera mantenida por efectivos
de las propias naciones de ésta, costeados en lo posible por los propios
pueblos ocupados.
Así, en 1963 los estadounidenses apoyaron el
derrocamiento del gobierno
democráticamente electo de Juan Bosch en la República Dominicana, y para evitar
que el coronel Caamaño Deñó lo repusiera en el mando, los marines contaron en 1965 con el apoyo de
contingentes enviados por las dictaduras latinoamericanas de ese entonces en
Brasil, Nicaragua, Honduras y Paraguay.
Una resolución de la OEA legitimó el bloqueo contra Cuba. La diplomacia de
Estados Unidos obtuvo de un grupo de pequeñas islas del Caribe la solicitud para
la invasión de Granada en 1983; tropas de la Colonia inglesa de Jamaica participaron en dicha invasión. En la
actualidad la cabeza del Estado de Jamaica es el monarca británico: las tropas
de dicha isla están por tanto bajo
comando inglés. Repetidos intentos de desestabilización e invasión contra
Venezuela han partido de los países limítrofes desde 2002.
Es posible que valiéndose de su progresiva ocupación militar
de Nuestra América, intente Estados Unidos revitalizar el Tratado
Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR)
de 1947, especie de complemento de la doctrina Monroe y predecesor de la
OTAN, que preveía el uso conjunto de fuerzas de los países de
América contra cualquier agresión.
Dicho Tratado fue suscrito por Argentina, Bahamas, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa
Rica, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua, Panamá, Paraguay,
Perú, República Dominicana, Trinidad y Tobago, Venezuela, Estados Unidos y
Uruguay. Ha sido invocado una
veintena de veces sin mayores efectos, pero falleció de muerte natural cuando,
en 1982, para reivindicar su dominio sobre las Malvinas, Gran Bretaña agredió militarmente a Argentina, y ni
Estados Unidos ni los restantes países del pacto movieron un dedo para defender
a esta última.
Desde entonces, quedó claro que el instrumento sólo sería
aplicado en favor de los intereses de Estados Unidos, evitando cualquier conflicto
con los países europeos sometidos a la OTAN.
De hecho, jamás fue utilizado contra los enclaves coloniales que
mantenían en América tanto Inglaterra como Francia y Holanda: Jamaica, Belice,
las Guayanas Inglesa, Francesa y la Holandesa. Por tales razones, México lo
abandonó en 2002; Venezuela, Nicaragua y Bolivia en 2012.
Sin embargo, la proliferación de bases militares de la
Alianza Atlántica hace previsible una revitalización del TIAR. También apunta a
ella la política expansionista y agresiva anunciada por Donald Trump antes de
ocupar su segunda presidencia: estricto cierre de fronteras, expulsión masiva
de 11 millones de inmigrantes, anexión de Groenlandia, Canadá y la zona del
canal de Panamá, impuestos aduaneros del 60% contra los productos de China y
contra los países cuyos puertos, aeropuertos u otras vías faciliten el
transporte de dichos bienes. Son medidas
que difícilmente se impondrían de manera pacífica.
Los imperios en
declive tienden a sustituir sus ejércitos nacionales por milicias de
mercenarios reclutados entre los mismos pueblos colonizados. La Roma de la
decadencia nutrió sus legiones con mercenarios de las provincias conquistadas;
los británicos sostuvieron su dominación sobre la India con cipayos; la Alianza
Atlántica mantiene su dominio sobre Europa con milicias de los pueblos
sometidos por la Organización del Atlántico Norte.
Venezuela tiene hoy
en día en su vecindad países infestados de bases militares estadounidenses o de
la OTAN: Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Aruba, Curazao, Guadalupe, Martinica.
En el Sur, el “Aliado Principal Extra-OTAN” Brasil desconoce nuestras
elecciones y por tanto nuestro gobierno.
En su frontera oriental, la República Cooperativa de Guyana entrega recursos de
la Zona en Reclamación, permite continuos ejercicios militares intimidatorios
de Estados Unidos y otros países y recibe masivos contingentes de armamentos. Es de temer un atentado de
falsa bandera que sirva de pretexto para asaltar nuestras riquezas a las
potencias ávidas de hidrocarburos.
Contra esta masiva ocupación, equiparable la de una zona invadida
por el enemigo tras aplastante derrota militar, sugerimos las medidas
siguientes:
1.-Promover una cultura de la soberanía, impartiendo a
través de todos los niveles de la
educación y de los medios una cultura de la soberanía, que defina y clarifique
el concepto, y aclare que la soberanía desaparece cuando se atribuye a
potencias extranjeras el poder de modificar nuestras leyes, ejecutarlas,
decidir sobre controversias relativas al orden público interno u ocupar el
territorio con milicias armadas foráneas instaladas en enclaves donde no valen
las leyes locales.
2.-Constituir, valiéndose de organizaciones como el Alba,
Unasur y la Celac una alianza militar de América Latina y el Caribe que excluya
la participación y sobre todo la injerencia de Estados Unidos, el Comando Sur, la
OTAN y otras fuerzas y uniones extrañas a Nuestra América. .
3.-Avanzar en la democratización de nuestros ejércitos,
abriendo el acceso a todos los rangos de la carrera militar a todas las clases
sociales; manteniendo en forma cuerpos
de apoyo como la Reserva y la Milicia, e impartiendo en todas las ramas de la
educación los elementos básicos de la defensa armada, sin que ello implique
necesariamente la conscripción para el servicio.
4.-Iniciar una ofensiva diplomática, jurídica, cultural y
comunicacional que exija el retiro de las bases extrañas a la región que
actualmente ocupan Nuestra América.
5.-Modernizar y entrenar nuestras Fuerzas Armadas a fin de repeler de manera eficaz,
conjuntamente con el pueblo, cualquier invasión, injerencia, interferencia o
intento de anexión o colonización en Nuestra América.
6.-Complementar estas medidas con pactos, alianzas y
acuerdos defensivos de nuestras soberanías concertados con países y organizaciones del mundo multipolar.
América Latina y el Caribe necesita con urgencia un nuevo Ayacucho.
DESPEDIDA A ISAÍAS RODRÍGUEZ