martes, 15 de enero de 2008


LA UNIVERSIDAD DE LOS PERROS

1
-¡Se los llevan, se los llevan!-gritaba la profesora Naty por los pasillos de la Facultad de Economía, su corazón comeflor conmovido por los rumores sobre el camión que desaparecía a los perros de la Ciudad Universitaria con destino desconocido. Eran las épocas en que los camiones del bipartidismo más bien desaparecían estudiantes para los campos de concentración de La Pica o de Cachipo o para tirarlos desde helicópteros y preocupaba que trataran a los perros como estudiantes después de tratar a los estudiantes como perros. Yo era miembro de un comité de defensa de Derechos Humanos y terminé preso y no formé uno de Derechos Caninos por no terminar con hidrofobia.
2
La ternura es adicción al sufrimiento compartido. No se presta atención a la dicha y por eso yo no reparaba en los perros que encontraba cerca del comedor universitario, echados, jadeantes, patas al aire, meditabundos, tan absortos en una distanciada contemplación que más bien parecían gatos y algunos hasta ronroneaban. El profesor González Miranda decía que bastaba amarrar un burro a las puertas de la facultad de Derecho para que a los cinco años saliera convertido en abogado. Uno no sabía en qué se habían transformado aquellos canes, pero todos tenían aire grave de doctores graduados, como el candidato adeco Piñerúa Ordaz, en la Universidad de la Vida. Contemplaban con sabia mirada el vuelo de los pájaros negros que picoteaban la cabeza de las bachilleras para arrancarles rizos con los que hacer nidos, y no resoplaban ante las abejas que libaban en los vasitos de plástico con gaseosas. De cuando en cuando cambiaban de posición, pero siempre con menor rapidez que los guerrilleros de cafetín que arengaban a las masas en el mismo tono con el cual una década más tarde declamarían en el Fondo Monetario Internacional. Mientras que los canes conservaban una plebeya fidelidad perruna hacia sí mismos.
3
Nada más misterioso que la mirada canina. La solemnidad del hocico y la caída de las orejas le prestan atisbos de pensamiento. Las sobras del comedor universitario posibilitaban esa máxima dignidad del perro y del hombre que es no tener amo. Era imposible adscribirlos a tal Facultad o Instituto, como esos estudiantes de Sociología que piensan cambiarse para Letras aunque lo que les gusta es Sicología,. Como los repitientes, más que una matrícula específica tenían querencias con un cierto meadero en el Pastor de Nubes o algún rincón sosegado en Tierra de Nadie. Parecían poetas del Área Tres que no necesitaban saber francés para el desapego. Nunca se los escuchó aullando a la luna y hasta en sus cortejos tenían aire de profesores conspirando para lanzar una plancha para las elecciones de decano. Incluso pegados cola con cola ponían esa cara inescrutable de los agentes de las coaliciones entre izquierda y derecha para repartirse los cargos administrativos. No recuerdo ninguno pendenciero o adulante. Su dignidad no condescendía a rascarse las pulgas. Uno esperaba encontrar entre ellos a Diógenes Cínico, dictando cátedra muda sobre la inutilidad de complicarse la vida. Como los atenienses antiguos, no sabían que habitaban un Patrimonio de la Humanidad, ni que el patrimonio eran ellos.
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La alarma de la profesora Naty me reveló una Universidad repleta de ausencias. Pasillo tras pasillo pasé lista sin que me respondieran presente uno solo de sus discípulos:
Capulina, perra sabia a quien los estudiantes de medicina secuestraban periódicamente para hacer experimentos y soltaban remendada con puntos de sutura que le daban aire Frankenstein, al punto de que parecía hecha con trozos cosidos de canes diferentes, salvo su mirada que era siempre de muchacha mansa.
Sacacorcho, can melómano que no pelaba ni una de las funciones en el Salón de Conciertos o en el Aula Magna, sentado muy atento en primera fila, ojos clavados en la orquesta, y que sólo volteaba para mirar con reprobación a algún ignorante que aplaudía entre movimiento y movimiento. Sacacorcho se unía a la ovación final dando vueltas como un torbellino persiguiéndose el rabo, para luego sentarse de nuevo, orejas paradas, fijos los ojos en la batuta que marcaba el inicio de la sinfonía.
Fifí, caniche venido a menos que se apareció por el pasadizo de los buhoneros de libros, un poco demasiado grande para ser caniche, con pasudas lanas blancas sin afeitar, faldero sin faldas abandonado por alguna dama con pantalones, como extrañando un pedigrí con degustación de carpaccio y lengüeteo de champaña en la fiesta para perritos que dio una vez la oligarquía caraqueña, ahora resignado a olisquear sobras con olor de pintura de labios Revlon en el cafetín de Arquitectura.
Igor, chihuahua demasiado grande pero sin pelos como todo chihuahua, quizá calvo de la preocupación de no escuchar mariachis, quizá pensando siempre en tiroteos descabellados, cómo llegaría desde la pirámide del sol en Teotihuacan hasta la sucursal del cielo donde nunca se pudo comer esa tuna.
Tras la huelga de los empleados y la huelga de los estudiantes y la huelga de los poetas renovadores se declaraba en la Universidad la huelga de rabos meneantes.
5
En vano pregunté por ellos a los bedeles que les traían sobras de comida los fines de semana y las vacaciones. Hablaban de un camión que los recogía para vacunarlos y despulgarlos. La noche que inauguraban la Galería Viva México, la profesora Naty, con lágrimas de comeflor, me juró que los revendían para hacer experimentos en los laboratorios de Medicina. Salimos a Sabana Grande y vimos pasar la manada de tanquetas adecas que invadía la Universidad y la jauría de patrullas copeyanas que aceleraba para cercar la casa del rector Bianco, un señor que era la viva imagen del Doctor de los Milagros, el siervo de Dios José Gregorio Hernández.
6
La ocupación militar de la Universidad duró dos años, nos quitaron la autonomía y abrieron expedientes a los profesores opositores. Durante dos años nadie pudo pasar a alimentar los especimenes en los laboratorios donde los perros se fueron comiendo unos a otros y el último desapareció por la tristeza de no tener compañeros a quienes menearles el rabo.

domingo, 13 de enero de 2008

REGALOS DE REYES


1
Son perversos los reyes y dejan regalos fatales: el oro que incita codiciosos, el incienso que ensalza vanidosos, la mirra que adormece a los suntuarios, la estrella que marca para el martirio a quienes desprecian suntuosidad, vanidad, codicia.
2
Adán regala una costilla y la costilla le regala una manzana y la manzana le regala la muerte.
3
La diosa Eris encarga a Paris regalar la manzana de la discordia que enciende la pelea entre Afrodita, Palas y Juno que dispara la guerra de Troya.
4
Los reyes griegos dejan de regalo el ominoso caballo de madera y los reyes troyanos le obsequian el corral de hierro de donde sólo escapan relinchos agonizantes.
5
El cascabel de hojalata es embarcado en el crujiente navío y atraviesa durante meses el mar y es entregado al indio como regalo y el conquistador sólo toma a cambio la mitad del cascabel del mundo.
6
El hada madrina se alía con la mala bruja para derrochar dones en las cunas de quienes jamás los aprovecharán. Desperdician el talento poético en el futuro borrachín que sólo lo convertirá en delirium tremens, la velocidad en el potencial ratero que apenas la utilizará escapando, el genio en el perezoso que jamás concluirá obra alguna, el raciocinio en el idiota que fabricará las bombas inteligentes, la seducción en el monstruo que convencerá a su país de que puede ganar la guerra final en la cual todos perderemos todo.
7
El lugar común asigna a cada quien el regalo del cual jamás podrá desprenderse. De una vez por todas quedan adjudicados irremediablemente la calvicie a la oportunidad, la merienda de ojos al cuervo, la terquedad a la mula, la inmortalidad al cangrejo, el engaño a las apariencias, las piedras al sonido del río, las ramas imposibles de enderezar al árbol que crece torcido, el sueño a los laureles, la rapidez al espabilar del cura loco, la flojera al venezolano, el rentismo al venezolano, la incapacidad de pensar a quien reduce el mundo a un repertorio de frases hechas.
8
Deja el niño bajo la almohada el diente de leche para el ratón, y éste muere por falta del regalo que desde siempre esperaba para salvarse, el cascabel para ponerle al gato.
9
Nunca se ha localizado el cementerio de los elefantes y tampoco se sabe nada del cementerio de los juguetes. Parece que un instinto avisa al juguete que va a morir, y se lo nota en que elige los rincones de los escaparates o los huecos bajo las escaleras. A algunos se los ve ya en fuga sobre el techo o arrastrándose en piezas por el patio. En vano será que los niños ordenados los retengan en gavetas o los adolescentes nostálgicos en baúles. Cuando el llamado de la muerte hace sentir su imperio sobre el juguete éste supera todos los obstáculos, cerraduras, cajas y envoltorios con los que intentamos retenerlos. El inocente sueño de los niños les impide despertarse cuando enfilan los juguetes hacia la puerta disimulándose por los rincones y cuidando de no delatarse con sus matracas, campanas y cascabeles. Una noche de eclipse vi fugarse un tren de cuerda, un rebaño de metras y un juego de tacos que brincoteaban camino de la acera. Por calles silenciosas los seguí hacia una hondonada con mudos montones de juguetes. Allí reconocí unos viejos modelos de aviones de caza y mi primer calidoscopio y un microscopio de juguete. Más lejos espadas de latón y tambores de hojalata y soldados de plomo amontonados. Con ojos de vidrio abiertos muñecas de porcelana y animales de peluche esperaban el fin. No pude recordar mi primer ni mi último juguete, a menos que éste fuera mi infancia, que esa noche se marchó para siempre.
10
Los fanáticos saben que la gran transnacional del comic consultó a sus lectores si el Joven Maravilla debía sobrevivir a una explosión o morir y por 77 llamadas de desventaja Ricardo Díaz dejó este mundo en su batiurna sin haber terminado de crecer después de cincuenta años de adolescencia. La pasión de las masas por las encuestas va así librando a otros superhéroes del triste oficio de deambular disfrazados con mallas haciendo ruidos como CRACK POW BANG hasta que agotados los personajes imaginarios se somete a encuesta la supervivencia o defunción de personalidades públicas igualmente sobreexpuestas. Resulta sorprendente la unánime partida de defunción que las masas extienden a varios inexpresivos duros y a una que otra cacatúa holliwoodense antes de tomarla con los políticos. El senador Petersen introduce un proyecto de ley para prohibir las sentencias por encuesta pero antes de votarlo una consulta pública lo envía a hacerle compañía a Robin y desde entonces las masas caprichosas la toman con los políticos y mientras ninguno de éstos se atreve a votar las normas pertinentes esperando que las masas encuentren un nuevo blanco una abrumadora encuesta exige la nuncupatoria de los autores de despidos masivos, de quiebras bancarias, de conflictos inútiles, de las atrocidades sin castigo, quienes ya no pueden dormir más esperando el timbre del teléfono.
11
Quién nos envía el regalo de los sueños y por qué cada amanecer nos retiran los maravillosos presentes de la noche. Quién edifica palacios imposibles, viste o desviste maravillosas mujeres, engendra desapacibles monstruos o fabrica tonterías convincentes. El desconsuelo de que nos sean retirados los sueños consiste en que con ellos se va nuestra única propiedad personal, que no podemos compartir con nadie. Muchos pueden tomar parte en nuestras vidas, nuestras ideas, nuestros amores: aunque durmamos acompañados, nuestros sueños son solitarios, y cuando se desvanecen nos dejan íngrimos sabiendo que lo único nuestro se esfuma, a menos que la vida sea otro sueño, que como cualquier otro de ellos al final nos será también retirado.
12
El exiliado pasea, lo golpean, lo secuestran, lo arrastran ilegalmente a otro país para regalarle la tortura o la muerte, y desde hoy quién sabe qué sombríos reyes pueden decidir que yo o tu recibamos el mismo obsequio.




LOS PERROS DE LA UNIVERSIDAD


1
Los aullidos de los perros que terminaron devorándose unos a otros en los laboratorios de la Universidad Central durante el allanamiento socialcristiano inquietaron a un perraje de medio pelo que lloriqueaba entre en las residencias de lujo entre fuentes luminosas y motor homes sin estrenar. Ante las mansiones de Sartenejas, las grúas avanzaban las obras de la Universidad para tecnócratas que sustituiría a la Central para erradicar del estamento ilustrado la mala hierba de la protesta social. La excavación para una inmensa pileta de aguas estancadas con ocas y cisnes auguraba el sosiego de la paz intelectual.
2
Mientras el gobierno de Caldera precipitaba opositores desde helicópteros o los enterraba vivos en los Teatros de Operaciones, una Sociedad de Amigos de los Animales empezó a pacificar a los canes callejeros recogiéndolos para castrarlos y ponerlos a dormir si no encontraban dueños adoptivos. A los perros sin amo no los salvaba la ideología sino su filosofía de vivir y dejar vivir. Así como evaden al que los acosa con un palo, eluden a quien le ofrece caricias o pellejos sin razón aparente. Los Amigos de los Animales no exterminaron a los perros, sino que los purificaron. Encerraron en el cobertizo enrejado o suministraron la inyección letal a los ilusos, los confiados, los nostálgicos de antiguos dueños. Por un momento pareció que el Orden reinaba en las calles. Sobre el pavimento sólo sobrevivía la casta dura, descreída, pulgosa, furtiva de los que no se dejaron acariciar.
3
Entonces subieron los precios del petróleo y el diluvio de dólares tendió el manto del olvido. Durante otro instante pareció que el pedigrí y la conciencia se podían comprar con descuento. En las zonas rosas bebió una fauna de poetas subsidiados, y en las residenciales engordó una casta de nuevos ricos sin abolengo y canes con árbol genealógico. Con cada tonelada de electrodomésticos se adquiría un porcentaje de pedigrí que ladrara a los ladrones. Cancerberos neurasténicos de sangre azul se estrellaban contra rejas con alarmas intentado destrozar peatones imaginarios o menearle el rabo a perras esterilizadas. Sin más obra que la literatura verbal de aullarle a la luna o al camión de la basura que se llevaba diariamente las montañas de botellas de whisky vacías, experimentaban el vértigo de la vacuidad o la acidia de sólo escuchar la voz de sus amos mandándolos a callar durante los festejos para celebrar comisiones multimillonarias o años nuevos que sólo traían más de lo mismo.
4
Los perros huelen la muerte y la ruina. Las mascotas de pedigrí quedaron en suspenso mientras sus dueños se enteraban en los televisores de los decretos del Viernes Negro. Un cuadrúpedo no comprende el tipo de cambio flotante pero sí olfatea el sudor frío del amo que no anticipó que debía fugar todos sus capitales en divisas duras. El corazón de muchos canes de lujo se encogió mientras se agigantaba el espacio de los cuartos vaciados de muebles ostentosos y los garajes limpiados de motor homes. Tras revisar las nóminas para los despidos masivos, los dueños pasaban a sumar las facturas de veterinario y alimentos especiales, metían a sus mascotas neurasténicas en el asiento trasero de los lujosos automóviles, y las soltaban ante la enorme pileta de aguas estancadas de la universidad para tecnócratas donde graznaban ocas y cisnes de engañoso plumaje. Allí les arrojaban el hueso o la pelota tras la cual el alienado sabueso corría, y cuando la puerta se cerraba tras su tramojo y el automóvil de lujo arrancaba ya era tarde para correr tras el último modelo e inútil intentar descifrar el cartelón en el parabrisas trasero que proclamaba Se Vende. Los canes buscan el camino perdido gracias al olfato pero huelen igual todos los tubos de escape y todos los perros abandonados.
5
En la universidad para tecnócratas no había comedor gratuito que los amansara. En un mundo sin peluquero canino ni tazón de perrarina importada, los abandonados no tuvieron más modelos de conducta que los agrestes prófugos de la Asociación de Amigos de los Animales. La alianza de clases entre desclasados, como la de los bucaneros del Caribe o la de indios y esclavos, concluyó en cimarronaje. María Lucía Nazoa me certificó la historia de Pinto, plebeyo sato recogido que se negó a comer hasta que lo soltaron y recuperó la dignidad del desamparo. La antropóloga Iraida Vargas Arenas me detalló metodológicamente el estudio de caso de Susan, perra abandonada por la familia Sontag que terminó capitaneando un cumbe policlasista en los mogotes de Prados del Este. El matemático Roger Soler me calculó la desaparición de cisnes y de ocas de la pileta de aguas estancadas como directamente proporcional a la multiplicación de sabuesos, podencos, galgos, afganos y otros cánidos insurrectos en situación de disonancia de status. La insurrección del pedigrí ponía en cuestión el prestigio del collar y de la colaboración de clases. Mientras el bote de goma enfilaba hacia la mortal hilera de escollos de Isla de Aves donde yacían los restos de la naufragada flota del vicealmirante Jean d´ Estrées, el explorador Charles Brewster me narró la empeñosa defensa de su bungalow montañés. Colgaba de ramas elásticas a metro y medio de altura garfios afilados con presas de carne. El perro saltaba, pirueteaba ensartado en el garfio cual pez en el anzuelo, y se lo ultimaba con fusil de cacería para presas mayores. De cabeza nos sumergimos en el abismo de corales. Cada vez que veía un tiburón, me alegraba de que no fuera un explorador o un perro escapado.
6
Así terminó la universidad para tecnócratas asediada por el perraje, y académicos y vecinos se encerraron fortificando mansiones cual bunkers hasta que partidas de bedeles organizados como paramilitares fueron neutralizando cánidos en una suerte de conflicto de baja intensidad para desalojarlos hacia los campos de tiro de Fuerte Tiuna, donde se supone que el ejército los exterminó o los empujó hacia las fronteras del olvido o que conviven con él en una calma tensa que a lo mejor no es más que intensa calma.