LUIS BRITTO GARCÍA
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A mediados de noviembre de 2022, durante la COP 27,
nació el habitante número 8.000.000.000 de este convulsionado planeta. No está
mal como descendencia de nuestra Madre Eva, o de una pequeña manada de antropoides que hace 200.000
años enfrentaba la extinción en el africano
Valle del Rif. Desde entonces nos propagamos por todo el orbe y plantamos
nuestras huellas en los cuerpos celestes. De pocas decenas llegamos a los mil
millones en 1800 y a las diez cifras hoy.
Cada año nacen 140 millones de congéneres. Para 2057 seremos 10.000 millones.
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Esta propagación no ha sido uniforme. Guerras y
epidemias la amainaron; organizaciones sociales que encauzaron ríos para la
agricultura del llamado Modo de Producción Asiático la potenciaron hasta los 15
millones de personas hacia el 10.000 A.C. A tal modo de
producción, tal demografía. Hacia el
siglo IV A.C, el esclavista Imperio Romano de Oriente y
Occidente sumó los 60 millones de personas. A
mediados del feudal siglo XIV, al
reponerse de la Gran Hambruna y de la Peste Negra la población mundial habría
alcanzado los 370 millones de congéneres.
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Acaso la despoblación más descomunal de la Historia
sea el genocidio de ochenta millones de pobladores originarios de América
ejecutado por los invasores europeos. Parte de esta colosal mortandad se debió
a la involuntaria transmisión de pestes y plagas, pero sus cifras infunden pavor. Esta desertificación masiva disminuyó
tanto el número de siervos avasallados, que se recurrió a otro genocidio de 60 millones de
africanos secuestrados como esclavos en una travesía tan espantosa que apenas
llegaron vivos al Nuevo Mundo unos doce millones. Esta doble hecatombe suministró la mano de obra sierva y esclava
que aportó al Viejo Mundo el torrente de
minerales preciosos y alimentos gracias al cual surgió el capitalismo, que
convirtió a sus siervos expulsados de los campos de Europa en proletarios sujetos
a la más atroz de las explotaciones. Hacia 1800, en pleno auge del
capital, habríamos llegado a los mil millones de prójimos.
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El capitalismo sólo tiene en cuenta al ser humano como
productor de un trabajo del cual deriva
todo valor económico. Su truco consiste en
pagarle al trabajador menos de lo que su labor produce y embolsillarse la
diferencia o plusvalía. Un refinamiento de este fraude consistió en la
tercerización, la exportación de empresas y puestos de trabajo del Primer al
Tercer Mundo para explotar por
remuneraciones insignificantes sus recursos naturales y una fuerza laboral sin
derechos económicos ni sociales, y remitir las ganancias a Paraísos Fiscales
sin impuestos ni cargas sociales. El resultado fue la pauperización unánime de
seres humanos desarrollados y
subdesarrollados en aras de la concentración de una abstracción inhumana, el
capital. En la actualidad, sólo 56
millones, o sea el 1% de los 5.300 millones de los adultos del mundo poseen el 45% de toda la riqueza personal
global. El otro 99% posee el resto y casi 3 mil millones de personas en el
mundo (el tercio de la población global) tienen poca o ninguna riqueza (https://www.cadtm.org/El-1-posee-el-45-de-la-riqueza-personal-del-mundo-mientras-que-casi-3000).
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La abstracción del capital va en vías de prescindir de
su creador, el ser humano. La automatización en pocos años habrá
reemplazado más del 45% o la totalidad
de los trabajadores. En ese momento las sabias contabilidades de los monopolios
concluirán que el ser humano es prescindible, y calcularán el costo de su
Solución Final.
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¿Somos demasiados? ¿O demasiado pocos?
Alternativamente sentimos que el prójimo nos atrae o nos repele.
Somos animales sociales; la soledad es patrimonio de náufragos o
ermitaños. El prójimo es fuente de todas
las molestias y de la mayoría de los placeres. La mejora de las condiciones de
vida modera la expansión demográfica. La población sólo es excesiva o deficiente
en relación con los recursos. Según datos de la ONU, el mundo actual produce
alimentos para más de 10.000.000.000 de personas. Una tercera parte de esta
comida se pierde o desperdicia; con sólo el 25% de esta pérdida se podría
alimentar 870 millones de personas, casi la novena parte de la población global
en pobreza porque su ingreso es menor de 1,90 US$ diarios. Padece hambre el 80%
de los campesinos que producen la comida (https://www.bbc.com/mundo/noticias-50064563).
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¿Nos multiplicaremos desenfrenadamente en progresión
geométrica, según predijo Malthus, hasta agotar los recursos naturales? El
incremento del bienestar tiende a moderar e incluso frenar la tasa demográfica.
Según señala Joseph Chamies: “La tasa de
fertilidad promedio mundial de aproximadamente 2,3 nacimientos por mujer en
2020 es menos de la mitad de las tasas de fertilidad promedio durante las
décadas de 1950 y 1960. La proyección de población de la variante media de las
Naciones Unidas asume que las tasas de fertilidad seguirán disminuyendo. Para
fines del siglo, se espera que la tasa total de fecundidad disminuya a un
promedio mundial de 1,8 nacimientos por mujer, que es un tercio de la tasa de
principios de la década de 1960 y muy por debajo del nivel de reemplazo de la
fecundidad” (https://www.other-news.info/noticias/la-poblacion-mundial-despues-de-los-ocho-mil-millones/).
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De aquí a ese entonces es de esperar que adelantos en
la agricultura, en la hibridación de vegetales y sobre todo en la distribución
aporten alimentos para todos. No acabará la humanidad devorándose mutuamente. La
verdadera amenaza no viene de su crecimiento, sino del decrecimiento de los
recursos naturales que la sostienen. Según fuentes autorizadas, en cuatro o
cinco décadas el combustible fósil se habrá agotado o su extracción consumirá
más energía que la que produce. Se requerirá
aplicar antes los hidrocarburos remanentes para habilitar fuentes de
energías renovables, preservar vestigios
de civilización y proceder a otro modo de
producción y por consiguiente de vida. Si no resolvemos este problema
nos uniremos a la media docena de especies de homínidos ya extinguidas.
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Pasatiempo primordial de nuestra especie es el
exterminio mutuo con los pretextos más descabellados. En el prontuario del homo
Sapiens está la extinción de su pariente
próximo, el Neanderthal. Somos una sola especie, con insignificantes diferencias
de facciones, tono de piel o rizado del cabello. Pero cada tribu se considera elegida por Dios, cada pueblo se proclama superior:
el tiempo desautoriza esas patrañas,
pero con cada generación renacen más funestas. Toda arremetida imperial acarrea
reflujos de millones de refugiados que arriban a la metrópoli como migrantes
legales o ilegales. La Primera Guerra Mundial dejó 20 millones de bajas; la Segunda, 60 millones de caídos. Estrategas de la Alianza Atlántica afirman que
es posible ganar una Guerra Nuclear que reduciría la población mundial a
cero.
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¿En definitiva, qué somos? No terminamos de contestar esta pregunta, cuando ya se transforma en ¿qué seremos? Desde la antigüedad, plantadores y criadores hibridaron vegetales y animales hasta obtener los especímenes más adaptados a sus deseos. La medicina y la informática nos llenan de implantes; los editores de genes podrían cambiar nuestro genoma y modelar y remodelar nuestras descendencias para producir superhombres o infrahumanos. Sus posibilidades se abren al ensueño o la pesadilla. Imaginemos un homo mutans, capaz de elegir a voluntad sus apariencias y facultades. Un homo perennis, casi invulnerable a la vejez y la muerte. Me conformo con un hombre despojado de todo lo que hoy lo hace inhumano.
TEXTO/FOTOS:
LUIS BRITTO
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