LUIS BRITTO GARCÍA
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La economía está llena de misterios. Vertiginosamente aumentan
precios de alimentos, ropas, alquileres,
vivienda, medicinas, servicios públicos, transporte,
combustible, se elevan las tasas de interés, y todo es presentado como
natural e incluso positivo, pues no se dice que los precios suben, sino que “se
liberan”, como si se redimieran de tiránica esclavitud. “Liberaciones” o alzas de precios son mencionadas
como fenómenos inevitables, independientes de la voluntad del hombre. Raramente
se dice que productores o distribuidores elevan los precios de manera
consciente, calculada, premeditada. No, los precios “suben” por sí mismos, como
dotados de voluntad propia, capaces de someter a sus caprichos a productores,
distribuidores, consumidores y gobiernos.
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Lo único que no sube, o lo hace en proporción ínfima, es aquello sin lo
cual no existirían los bienes mencionados: el trabajo, que lo produce
todo, y cuyo precio es el salario. Los salarios no se “liberan”. No se “alzan”
por sí mismos de manera inevitable, como por voluntad propia. El incremento de
sueldos no es presentado como “natural”: quienes manejan la economía lo tratan
de arriesgado, catastrófico, peligroso, inflacionario, irresponsable, caca,
tabú. ¿Por qué? Porque mientras menos pague el capitalista por el trabajo que
lo crea todo y más cobre por los bienes que dicha labor produce, mayor es su
ganancia. Pero la abismal diferencia entre el precio del trabajo y el
de los bienes creados por él puede ser además incrementada mediante armas
de terrorismo económico para desestabilizar gobiernos y países. Por el Derecho
de Legítima Defensa, el más legítimo de los derechos, la sociedad y el Estado
no pueden permanecer pasivos, y deben actuar enérgicamente para
contrarrestarlas. Pero para desbaratar
agresiones, hay que conocer correctamente sus causas y sus métodos. Tal es la
temática del nuevo libro de Pasqualina Curcio Curcio Teoría general de los precios,
el salario, la producción y el dinero en
Guerra Económica, (Editorial
Trinchera, 2021) que despeja el nubarrón de fábulas, mitos y cuentos de camino
interesados que se invocan para disimular los intereses involucrados en los
temas más vitales de la actualidad
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Nos cuentan que en la formación de los precios
intervienen consumidores, productores y el Estado, comprometidos en el sutil
juego del mercado. Señala Pasqualina que en ese juego interfiere un cuarto
agente, político y externo, a veces con evidente complicidad interna, que no
respeta reglas y utiliza todos los medios legales e ilegales, no para producir
bienes, sino para desequilibrar y desestabilizar la producción de ellos. Recordará el lector incidentes no tan lejanos
en el tiempo: escasez programada en
estanterías de supermercados y abastos
mientras se descubrían depósitos ocultos de suministros acaparados que se pudrían;
escasez de papel moneda mientras se localizaban almacenes repletos de billetes
sustraídos de circulación, brutal bloqueo internacional aplicado para evitar
que Venezuela venda sus productos o compre los que necesita. Además de ellos, la manipulación del valor
del dinero.
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Este último elemento reviste importancia crucial. Señala Pasqualina que, “en Venezuela, el bolívar se ha
depreciado 3,1 billones por ciento desde el año 2013 hasta la fecha
(abril de 2021), cifra inexplicable con las teorías económicas que
disponemos. En 2013 dábamos 8,69 BsF/US$ mientras que ahora debemos dar
250.000.000.000 BsF/US$”. Esta agresión es demoledora. Una escuela con adeptos
entre el gremio patronal y hasta en el oficial sostiene que la pérdida de valor
de la moneda se debe al “exceso de dinero” o al fantasma del “dinero
inorgánico”. Los hechos hablan por sí mismos. Todo el mundo sabe (quizá hasta
los mismos monetaristas se hayan dado cuenta) que en Venezuela el circulante no
se ha incrementado 3,1 billones por ciento desde 2021. Al contrario, casi ha
desaparecido, y la inversión, pública y privada se ha contraído con él. No
puede causar hiperinflación un exceso de dinero que no existe.
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Consecuencia de la pugna entre el porcentaje de ganancia del capitalista
que aumenta y el de la remuneración del trabajo que se estanca es el descomunal
deterioro del salario real. Señala Pasqualina que “En 2014, el 36% del PIB se
destinó a la remuneración salarial, mientras que el 31% al excedente neto
de explotación, es decir, al capitalista. En cuanto a lo que se distribuyó
al Estado, para luego ser redistribuido, el porcentaje no superó el 13%.
Para el año 2017 disminuyó la cantidad de producción a los asalariados, pasó a
ser 18% mientras que aumentó el de la burguesía, la cual se apropió del
50% de lo producido. Por su parte, al Estado le correspondió el 9%. En
otras palabras, el producto que antes se distribuía a los asalariados, en
2017 fue a parar a manos de la burguesía”. Sostienen monetaristas y Fondo
Monetaristas que no se debe incrementar los salarios, porque ello sería
“inflacionario”. No explican por qué no resultarían “inflacionarios” el
incremento de beneficios de los capitalistas, ni la indexación de los créditos
bancarios, ni la posible recuperación del ingreso petrolero, ni las tan
esperadas inversiones extranjeras que no pagarán impuestos ni respetarán
derechos laborales. En esta lógica falla algo, o todo.
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Para abreviar: la solución está en indexar la economía. Si una sola de
las variables económicas, el valor del dinero, se altera sin ninguna razón real
y sólo por efectos de la acción combinada de páginas web externas y la
complicidad con ellas de cierto sector privado, se puede hacer que el salario y las restantes
magnitudes sigan esa variación. Como señala Pasqualina: “La propuesta de
indexación de la economía no es otra cosa sino ajustar los salarios, el
presupuesto de ingresos y gastos y todas las expresiones monetarias de la
economía en la misma proporción en la que variaron los precios del resto de las
mercancías”. De hecho, en hiperinflación prácticamente todos los precios son
ajustados automáticamente, salvo el del trabajo, vale decir, el salario. Al
aplicar la indexación todos los factores de la economía seguirán iguales y con idéntica relación entre ellos, sólo que
expresados con más o menos ceros. Y sin agresión homicida contra el salario, y sin que la contracción de éste a
su vez contraiga destructivamente producción y consumo.
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Arrojan algunos la culpa de la crisis sobre el ya sobrecargado y sobreexplotado trabajador. Es concepto que viene desde la Colonia: el venezolano es “flojo” y hay que forzarlo a que produzca. Trabajemos más y más por el mismo ínfimo salario, y todo se solucionará. ¿Será posible que debamos trabajar 3,1 billones por ciento más para compensar la inflación desde el año 2013 hasta abril de 2021? ¿De dónde saldrán las fuerzas para esa hazaña sobrehumana en trabajadores que no perciben lo suficiente para adquirir la canasta básica? Hay que trabajar más, pero también pensar un poco más en el trabajador, que todo lo produce.
TEXTO/FOTO: LUIS BRITTO
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