domingo, 24 de junio de 2012

PERIODISTAS DEL DÍA



1
¿Qué requisitos definen nuestra profesión? ¿Requiero título universitario para ejercerla en los medios? ¿Habría que excluir de ellos a los propietarios, en su mayoría no titulados? ¿La ejercemos ilegalmente los comunicadores pasionales como yo, que desde los catorce años publico ininterrumpidamente en medios estudiantiles o nacionales, clandestinos o legales? ¿Requerirán diploma internecios, blogeros, weberos, twiteros, comunicadores comunitarios, libres y alternativos?


2
¿Cómo se forman nuestros colegas? La Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central no ofrece especializaciones sobre la trama de la comunicación contemporánea: Redacción de guión, Publicidad, Mercadeo, Periodismo digital o Audiovisual, Edición. En cambio mantiene costosos cursillos relámpago que venden títulos de locutor a no profesionales. Institutos privados imparten todavía más costosos postgrados en algunas de esas disciplinas. Lo costoso es la norma.


3
¿Cómo juzgan nuestros comunicadores la profesión? Hace décadas docentes universitarios redactaron contundentes críticas sobre nuestros medios, mantenían publicaciones para analizarlos. O los medios actuales son perfectos, o la tinta crítica se ha secado. La deconstrucción mediática ha pasado a outsiders como Mario Silva, Miguel Ángel Pérez Pirela o quien esto escribe. Tampoco es relevante la producción de textos formativos. Escribí hace décadas el Manual de Estilo para un cotidiano. Debí recurrir fundamentalmente a bibliografías foráneas. El inestimable trabajo de Olga Dragnic sigue siendo la principal referencia para las nuevas generaciones. Desaparecieron gran parte de las revistas sobre la materia. Apenas el jesuítico Centro Gumilla mantiene Comunicación.


4
¿Cómo trabajan nuestros comunicadores? Encuesta realizada por José María Aguirre reveló un desempleo profesional de 33,3%. Los empleados padecen prácticas de tercerización laboral y de despido periódico para evitar acumulación de prestaciones. Con igual finalidad los patronos les exigen constituirse en personas jurídicas ficticias, que no tienen derechos laborales. O a cobrar con facturas del Seniat para disfrazar una relación laboral como trabajo a destajo. Las remuneraciones son bajas, y las de las colaboraciones free lance, insignificantes. Poco hace por sus agremiados un Colegio de Periodistas que pasó una década sin elegir nuevas directivas, o un Sindicato Nacional de Trabajadores de Prensa que aceptó el despido masivo de medio millar de comunicadores luego del cierre patronal de 2002-2003, y las sucesivas oleadas de cesantías.


5
¿Cuál es la función de nuestros comunicadores? Líderes y partidos políticos opositores se reconocen desacreditados, y sostienen que los comunicadores son los nuevos actores políticos ¿Actores políticos contratados por empresarios? ¿Actores políticos que no son elegidos, ni escogen democráticamente sus dirigencias ni sus programas, en desacato de la Ley de Partidos Políticos? ¿Actores cuya línea editorial es la aprobada por propietarios e impuesta por jefes de Redacción? Para 2003 Marcelino Bisbal verificó que apenas dos diarios mantenían un relativo equilibrio informativo. Gremios de comunicadores han publicado remitidos donde separan su posición política de la de la empresa donde trabajan.


6
¿Deben los actores políticos autodesignados limitarse a criticar al poder político, lo cual es su derecho mientras lo hagan con veracidad? ¿Son igualmente críticos con las empresas, sus prácticas y sus productos? ¿Tenemos publicaciones como el Consumer´s Report, de Ralph Nader, que defiendan a los consumidores? ¿Columnas o programas que en lugar de enjuiciar a políticos desmonten ofertas comerciales engañosas, esquemas de financiamiento usurarios, ganancias exorbitantes? ¿Se ejerce la crítica de los medios desde los propios medios? ¿Se es capaz de ver la viga en el ojo propio antes que la paja en el del vecino? ¿De no confundir el amor con el amo?


7
¿Cuál es la relación del comunicador con la ley? ¿Es aceptable el síndrome del motorizado, que se considera por encima de toda regla salvo la solidaridad automática con el infractor? ¿La libertad de expresión incluye la de mentir? ¿La de acusar descaradamente de corrupción administrativa a un menor de once años, fallecido trece años antes? ¿La de inventar muertos que están vivos, y pontificar que el agua contaminada produce Alzheimer? ¿La de publicitar golpes de Estado como artículos de consumo? ¿La de ejercer con desenfado el racismo y la discriminación social? ¿La de asumir todos los poderes sin ser elegido para ninguno, y legislar, ejecutar y sentenciar por cuenta propia? ¿La de violar sistemáticamente la Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión, acribillando los programas de prohibida publicidad por inserción y por emplazamiento, excediendo todos los límites del espacio publicitario, elevando el volumen durante la emisión de las cuñas? ¿La libertad de mantener un perpetuo final de fotografía entre el cúmulo de infracciones y la incapacidad de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones para proteger al público? ¿La de desacreditarse desacreditando? Son demasiadas preguntas para un día. Quizá el Día del Periodista sea la ocasión para contestarlas, o por lo menos plantearlas.


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