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-¡Se los llevan, se los llevan!-gritaba la profesora Naty por los pasillos de la Facultad de Economía, su corazón comeflor conmovido por los rumores sobre el camión que desaparecía a los perros de la Ciudad Universitaria con destino desconocido. Eran las épocas en que los camiones del bipartidismo más bien desaparecían estudiantes para los campos de concentración de La Pica o de Cachipo o para tirarlos desde helicópteros y preocupaba que trataran a los perros como estudiantes después de tratar a los estudiantes como perros. Yo era miembro de un comité de defensa de Derechos Humanos y terminé preso y no formé uno de Derechos Caninos por no terminar con hidrofobia.
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La ternura es adicción al sufrimiento compartido. No se presta atención a la dicha y por eso yo no reparaba en los perros que encontraba cerca del comedor universitario, echados, jadeantes, patas al aire, meditabundos, tan absortos en una distanciada contemplación que más bien parecían gatos y algunos hasta ronroneaban. El profesor González Miranda decía que bastaba amarrar un burro a las puertas de la facultad de Derecho para que a los cinco años saliera convertido en abogado. Uno no sabía en qué se habían transformado aquellos canes, pero todos tenían aire grave de doctores graduados, como el candidato adeco Piñerúa Ordaz, en la Universidad de la Vida. Contemplaban con sabia mirada el vuelo de los pájaros negros que picoteaban la cabeza de las bachilleras para arrancarles rizos con los que hacer nidos, y no resoplaban ante las abejas que libaban en los vasitos de plástico con gaseosas. De cuando en cuando cambiaban de posición, pero siempre con menor rapidez que los guerrilleros de cafetín que arengaban a las masas en el mismo tono con el cual una década más tarde declamarían en el Fondo Monetario Internacional. Mientras que los canes conservaban una plebeya fidelidad perruna hacia sí mismos.
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Nada más misterioso que la mirada canina. La solemnidad del hocico y la caída de las orejas le prestan atisbos de pensamiento. Las sobras del comedor universitario posibilitaban esa máxima dignidad del perro y del hombre que es no tener amo. Era imposible adscribirlos a tal Facultad o Instituto, como esos estudiantes de Sociología que piensan cambiarse para Letras aunque lo que les gusta es Sicología,. Como los repitientes, más que una matrícula específica tenían querencias con un cierto meadero en el Pastor de Nubes o algún rincón sosegado en Tierra de Nadie. Parecían poetas del Área Tres que no necesitaban saber francés para el desapego. Nunca se los escuchó aullando a la luna y hasta en sus cortejos tenían aire de profesores conspirando para lanzar una plancha para las elecciones de decano. Incluso pegados cola con cola ponían esa cara inescrutable de los agentes de las coaliciones entre izquierda y derecha para repartirse los cargos administrativos. No recuerdo ninguno pendenciero o adulante. Su dignidad no condescendía a rascarse las pulgas. Uno esperaba encontrar entre ellos a Diógenes Cínico, dictando cátedra muda sobre la inutilidad de complicarse la vida. Como los atenienses antiguos, no sabían que habitaban un Patrimonio de la Humanidad, ni que el patrimonio eran ellos.
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La alarma de la profesora Naty me reveló una Universidad repleta de ausencias. Pasillo tras pasillo pasé lista sin que me respondieran presente uno solo de sus discípulos:
Capulina, perra sabia a quien los estudiantes de medicina secuestraban periódicamente para hacer experimentos y soltaban remendada con puntos de sutura que le daban aire Frankenstein, al punto de que parecía hecha con trozos cosidos de canes diferentes, salvo su mirada que era siempre de muchacha mansa.
Sacacorcho, can melómano que no pelaba ni una de las funciones en el Salón de Conciertos o en el Aula Magna, sentado muy atento en primera fila, ojos clavados en la orquesta, y que sólo volteaba para mirar con reprobación a algún ignorante que aplaudía entre movimiento y movimiento. Sacacorcho se unía a la ovación final dando vueltas como un torbellino persiguiéndose el rabo, para luego sentarse de nuevo, orejas paradas, fijos los ojos en la batuta que marcaba el inicio de la sinfonía.
Fifí, caniche venido a menos que se apareció por el pasadizo de los buhoneros de libros, un poco demasiado grande para ser caniche, con pasudas lanas blancas sin afeitar, faldero sin faldas abandonado por alguna dama con pantalones, como extrañando un pedigrí con degustación de carpaccio y lengüeteo de champaña en la fiesta para perritos que dio una vez la oligarquía caraqueña, ahora resignado a olisquear sobras con olor de pintura de labios Revlon en el cafetín de Arquitectura.
Igor, chihuahua demasiado grande pero sin pelos como todo chihuahua, quizá calvo de la preocupación de no escuchar mariachis, quizá pensando siempre en tiroteos descabellados, cómo llegaría desde la pirámide del sol en Teotihuacan hasta la sucursal del cielo donde nunca se pudo comer esa tuna.
Tras la huelga de los empleados y la huelga de los estudiantes y la huelga de los poetas renovadores se declaraba en la Universidad la huelga de rabos meneantes.
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En vano pregunté por ellos a los bedeles que les traían sobras de comida los fines de semana y las vacaciones. Hablaban de un camión que los recogía para vacunarlos y despulgarlos. La noche que inauguraban la Galería Viva México, la profesora Naty, con lágrimas de comeflor, me juró que los revendían para hacer experimentos en los laboratorios de Medicina. Salimos a Sabana Grande y vimos pasar la manada de tanquetas adecas que invadía la Universidad y la jauría de patrullas copeyanas que aceleraba para cercar la casa del rector Bianco, un señor que era la viva imagen del Doctor de los Milagros, el siervo de Dios José Gregorio Hernández.
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La ocupación militar de la Universidad duró dos años, nos quitaron la autonomía y abrieron expedientes a los profesores opositores. Durante dos años nadie pudo pasar a alimentar los especimenes en los laboratorios donde los perros se fueron comiendo unos a otros y el último desapareció por la tristeza de no tener compañeros a quienes menearles el rabo.
martes, 15 de enero de 2008
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6 comentarios:
y los perros - de aqui escucho mi carrorro con sus aullidos, rrss - son menos estúpidos que muchos humanos, que muchas veces son "educados", sensatos, buenas personas, bons padres, buenas madres, ciudadanos respetables, no huellen a azufre, pero tienen la hipocresía del mundo...
abrazo del amigo,
luis
"El mejor amigo del hombre", compañero leal y fiel, conjurador de soledades,que tantos lugares comunes para definirlos con gran vacuidad. Gracias Luis, no son sustituibles nuestras preocupaciones por lo humano por ellos, pero, mira que a veces...
Tal vez no conoces la historia de Forastera, aquella sin más pedigrí que el mestizaje callejero, un día maltratada por la orfandad, las garrapatas y las llagas, recibió el tributo de nuestra solidaridad, y hospicio para que, en gratitud, se la pasara alertándonos de la presencia de intrusos y policías en aquella calle céntrica de Maiquetía.
Qué decir de Luisa Fernanda, en honor a la zarzuela, con su descendencia periódica, que recibió la misma solidaridad que nos quedaba cuando los obreros portuarios, rechazaban nuestros llamados a "organizarnos" porque "aquí se gana mucho billete y no creo en eso de la explotación"
y que igual nos servía de centinela contra los esbirros de la Disip y que corrió tras el vehículo que una vez se llevó a Gilberto para el palacio del horror que era "el Hotel" Las Brisas de Los Chaguaramos.
Marginados, maltrados y trashumanantes, después que por abandono o por simple vocación libertaria abandonan "el cobijo y plato", como aquel Malasangre de Serrat, en pos de ir "festejando con el día sin bozal y sin correa" o simplemente aceptando nuestra admiración y respeto por su estirpe
sin más melindres que nuestra aceptación por su presencia.
"S"
hola, te invito a la lectura de un otro texto...
saludo,
luis
Es triste ver como en otrora fue allanada nuestra alma mater por intereses personalistas que pretendian silenciar al intelecto que se formaba y debatía los aciertos y desaciertos de la ciencia, la politica y la literatura. Peor aún es ver los perros silentes actuales seguidores de un castrador de utopias del país, que invoca a Bolivar pero destruye a Venezuela. Son esos mismos perros de la Universidad que ayer se decian defensores del calustro universitario y de la lucha por el pesamiento libre, los que hoy pretenden cerrar, allanar y vilipendiar haciendo uso del poder y de la defensa robolucionaria escondido en un puesto que lejos de producir reproduc los vicios ocultos de la corrupción.
Peores perros los de ahora¡¡¡¡no lo cree Licenciado Brito García?
Lubi Jorge Rangel Rodríguez
Lubi Rangel: definitivamente tu vínculo con la realidad se limita al estrecho espacio que te concede la televisión. No deja de ser cierto que esto no termina de revolucionar y que, por el comportamiento de sus pseudoimpulsores, difícilmente llegue a ser lo que se empecinan en promover. Pero del frustrado proceso súperburocratizado que padecemos los progresistas y paladean los comerciantes infladores de precios al capricho, al oprobioso estilo de vida que se deduce de tu afirmación, hay un trecho que la imaginación con dificultad puede cubrir. La represión del pensamiento libre a que te refieres es que quien acusas de "castrador de utopías" ha abierto posibilidades para la comprensión del mundo más allá del fabulario joliwudense. Admítelo, tu frustración exudada con tanta pseucivilizada palabra, no es más que haber descubierto que los argumentos de las pelis estadounidenses no pueden presumir de verdad incuestionable.
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semelokertes marchimundui
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