El hombre instantáneo
Viene en sobrecitos de diversos colores, ábrase por la línea de puntos y sírvase en agua tibia. Inmediatamente empieza la ebullición de la tristeza. La espuma sobrante debe ser removida. Si la superficie aparece veteada, las manchas pueden ser aclaradas con un detergente suave. El tono y el alcance de la voz pueden ser regulados oprimiendo la concavidad de la clavícula. Sacúdase el exceso de sueños. Sírvase mientras todavía mantiene la esperanza. Agítese antes de usarlo. Consúmase antes de la fecha que aparece en la envoltura.
El hombre desechable
Se ofrece en presentaciones media regular y extra. Conocido por la diversidad de sus aplicaciones en todas las tareas que implican un rápido desgaste. Su demanda se incrementa gracias a que dispensa de la necesidad del mantenimiento y del uso prolongado así como de las molestias del reciclaje. Su perfecta homogeneidad asegura el fácil reemplazo. Para evitar las molestias inherentes a la sustitución de unidades o de multitudes se garantiza un suministro inagotable. Sus tasas de consumo son inversamente proporcionales a su número. El bajo costo moral y emocional es la clave de su rentabilidad operativa. Concluida su aplicación se desvanece sin dejar residuos de recuerdos.
El hombre obsolescente
Cuando se descubre su uso ya éste ha dejado de ser necesario. No importa la rapidez con la que perfeccione sus destrezas, en el instante en que logre la competencia ya no son requeridas. No deja jamás de prepararse para cometidos que la rápida transformación tecnológica o las frívolas modas convierten en inútiles. La sucesiva deslegitimación de propósitos lo va afectando lentamente. La incesante nulificación de los oficios carcome al oficiante. Un día encuentra que no tiene sentido la profesión de la existencia.
El hombre inhumano
No ha habido más sostenido propósito en la humanidad que la de convertirse en su opuesto. El camino de la deshumanización está empedrado de malas intenciones. La digresión también, la eterna bifurcación de los destinos que separan a cada ser de su esencia transformándolo en tipo y luego progresivamente en carácter o en rol. Toda abdicación de la totalidad opera contra lo humano. La especialización es así la primera criba que separa la paja de la humanidad del grano abstracto de la antiexistencia. Favorablemente va cada ser separándose de sí mismo hasta nulificarse en pieza. La purificación de toda locura opera el último milagro. Ensoberbecido en la victoria de haberse derrotado se contempla sin mirarse.
El hombre consecutivo
Estirado en la larga trama del tiempo nunca sabrá cuál es el verdaderamente suyo entre todos los instantes. No conoce si en este o aquél segundo fue él mismo. En otros estaba tan distraído o tan apartado de sí que casi no existía. La mayoría de los momentos fueron tan escasamente vividos que se borran o en gran parte no destacan por carecer de diferencias. Apenas estuvo cerca del instante del verdadero existir cuando cayendo en otro se encontraba cada vez más lejos de sí mismo. No es imposible que dos seres que viven juntos logre cada uno acertar con su instante de plenitud del ser. Mas nunca juntos. La mayoría nunca acertarán, deslizándose en la serie indiferenciada de los intervalos. Quizá nadie.
El hombre conjetural
No sabrá por fin nunca cual es su precisa definición en el torrente de las presunciones. Siempre restará la incógnita entre apariencia de diafanidades. No hay modo de andar el laberinto ni de desandarlo. Todo lo que es promesa desemboca en engaño. Todo lo que es engaño se diluye en certeza. Todo lo que es certeza se sublima en celaje. Todo lo que es celaje se dispersa en azares. Todo lo que es azares se concreta en distancias. En el sello de la imprecisión acrisola el punzante horadar de lo exacto.
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