sábado, 29 de julio de 2023

BATALLA EN EL LAGO



 

LUIS BRITTO GARCÍA

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La Conquista y la Colonia impusieron en América la “Concentración de Fachada”: la mayor parte de la población se situó cerca de las costas, al alcance de la subordinación y el comercio con la metrópoli. Sus puntos clave eran y son las ciudades puertos. Usualmente reunían tres elementos: vías de acopio de las riquezas del interior, atracadero oceánico  donde embarcarlas hacia las metrópolis y fortaleza  o configuración natural defensiva contra incursiones piráticas o flotas hostiles.

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Cumple Maracaibo con estas tres condiciones. Las trochas que bajan de la cordillera andina, y el propio Lago, son vías por las cuales llegan tanto los cultivos de los Andes como los de las riquísimas tierras del Sur y de Cúcuta. Su puerto tiene calado para naves oceánicas;  las estrechas bocas de la laguna y las fortalezas que las defienden son   resguardo contra incursiones hostiles. Durante la Guerra de Independencia, estos rasgos  potencian la importancia estratégica de la ciudad lacustre. No por nada en el armisticio de 1819 el Pacificador Morillo se reserva Puerto Cabello y Maracaibo: sus muelles son cordones umbilicales a través de los cuales puede España enviar tropas, armas, pertrechos.

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La contundente victoria patriota en Carabobo el 24 de julio de 1821  no significa el fin de la guerra. Entre Carabobo y la Batalla Naval de Maracaibo el 24 de junio de 1823 se libran una cincuentena de combates y escaramuzas de todo tipo entre patriotas y realistas. Quedan  en poder de estos últimos los fortificados  enclaves oceánicos de Puerto Cabello y de Maracaibo. En 1821 una rebelión de su pueblo y de la guarnición pone Maracaibo en manos de la República, lo cual causa la ruptura del armisticio. Pero el 9 de septiembre de 1822 el Capitán General Tomás José Morales, al mando de 14 naves y 1.200 efectivos, captura de nuevo la estratégica ciudad, y  con ella los fuertes de San Carlos y Zapara, que dominan la desembocadura del Lago. Desde este enclave puede, no sólo recibir y albergar flotas de la corona española, sino también armar y dirigir expediciones hacia el resto del litoral, hacia Coro y la región central, hacia el Sur del Lago, Gibraltar y la cordillera andina, y hacia la Goajira y la región Norte y Oriental de la Nueva Granada. Sobre la  incipiente República se cierne el peligro de la Reconquista.

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Los patriotas han estado mientras tanto concentrados en el asedio terrestre y naval de Puerto Cabello, refugio de las tropas  monárquicas derrotadas en Carabobo. El mando republicano decide liberar Maracaibo  mediante una doble ofensiva, terrestre y naval. Dirige la operación Mariano Montilla, quien encomienda las operaciones navales al general  José Prudencio Padilla, zambo neogranadino a quien llaman “almirante” por su experiencia náutica: militó en la naval española, participó en la batalla de Trafalgar, y luego  acompañó a Bolívar en sus andanzas caribeñas. Las operaciones terrestres están a cargo del general Manuel Manrique.  

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Morales sale de Maracaibo con 2.000 efectivos a  combatir a Montilla, dejando sólo medio millar en Maracaibo, situación que aprovecha Manrique  para tomar transitoriamente con dos compañías la desguarnecida ciudad lacustre, apoderarse de los víveres y pertrechos acumulados en ella, inhabilitar los cañones, derruir parte de las defensas y retirarse ante el regreso de las burladas fuerzas de Morales, superiores  en número pero ahora debilitadas en subsistencias y armamentos. Falta  rematar la ofensiva destruyendo la flota que apoya a las fuerzas realistas.

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Si bien las acciones de Manrique y Padilla están perfectamente coordinadas, entre el  jefe de la escuadra realista Ángel Laborde y Navarro y el Capitán General  Tomás José Morales hay serias diferencias. Debilitado por la audaz incursión de Manrique, Morales confía en desquitarse mediante una batalla naval decisiva, que Laborde rehúye alegando que parte de sus buques son mercantes apresuradamente habilitados para la guerra.

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Mientras los comandantes realistas resuelven sus diferencias, la mañana del  24 de julio de 1823 la flota patriota se despliega ante la monárquica. Según Rafael María Baralt, el zuliano autor de la primera Historia de Venezuela desde el punto de vista republicano, la armada patriota dispone de 7 goletas, 3 bergantines, 85 piezas y 872 hombres y una “fuerza sutil respetable» (de embarcaciones menores), con 15 piezas y 327 hombres. El mismo autor atribuye a los realistas 12 goletas, 3 bergantines, 16 buques menores, 67 piezas, 925 infantes de marina y 497 marineros. La relativa superioridad de la flota monárquica es compensada por el conocimiento de los prácticos patriotas sobre los elusivos bajos  y los cambiantes vientos lacustres.

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Hacia las cuatro de la tarde  el cambio del viento, previsto por los prácticos de la armada patriota, deja a ésta con  toda la ventaja para maniobrar, pues la brisa la impulsa por la cuarta de popa, mientras que los realistas, con el viento en las proas y la Tierra Firme a popa, sólo podrían avanzar dando bordadas, operación lenta y trabajosa de navegación en zig zag. No les queda otro recurso que comenzar a disparar contra los patriotas mientras éstos se encuentran a distancia, lo cual disminuye la eficacia de las andanadas y los deja temporalmente inermes, pues  recargar cañones y fusiles es operación que para la época requiere mucho tiempo. Los patriotas, siguiendo la estrategia de Lord Nelson en Trafalgar, esperan a estar “a toca penoles”, a la menor distancia posible antes de abrir fuego,  para decidir de inmediato el combate con un animoso abordaje.  Caen arboladuras y velámenes; la humareda de las andanadas cubre el campo de batalla dejando a cada comandante, según la estrategia fijada por Padilla, la decisión de elegir su presa y dominarla. Entre la confusión de la refriega el patriota Independiente captura al San Marcos, el Confianza a una goleta,  las republicanas Manuela, Chitty y la Leona asaltan  a las monárquicas Habanera, Liberal y la Zulia, el Marte aborda a las goletas realistas Rayo, Mariana y María, la Emprendedora ataca a la Esperanza, y el capitán de esta hace estallar el polvorín por no entregarla al enemigo.  Entre los patriotas mueren 8 oficiales y 56 soldados y marinos y quedan 105 heridos.  El bando realista sufre 800 bajas entre muertos y heridos; 69 oficiales y marinos quedan prisioneros. Hacia las seis de la tarde Laborde verifica que la mayoría de sus naves han sido hundidas o capturadas, y a bordo de la maltratada Zulia, la Especuladora y dos flecheras escapa con restos de las tripulaciones hacia Puerto Cabello. Es todo lo que queda de la imponente flota realista de 31 velas.

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Morales capitula el 3 de agosto;  el 10 de noviembre de 1823 capitula también Puerto Cabello. Ni un solo enclave queda a los realistas en las costas grancolombianas, desde la Guayana hasta Panamá. Puede Bolívar culminar la Campaña del Sur y Sucre la Independencia en Ayacucho en 1824 sin la amenaza de invasiones navales. Tantas muertes fueron para evitar que los extranjeros se apoderaran de nuestros recursos y  tuvieran más privilegios que los nacionales. El Lago vive, la batalla sigue.


TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO. 


 

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