viernes, 25 de enero de 2008

PROBLEMA CON LAS MANDARINAS



Tomar en la mano una mandarina. Contar los poros incontables, ver cómo, a medida que se hunde la uña del pulgar, ts ts ts alfilerazos de perfume impregnan las manos las narices la ropa. Seguir el avance de la grieta, que pone de manifiesto, entre el anaranjado-verde, el blanco mate, el blanco algodonoso, el blanco hilachado, el blanco nube, el blanco chispeante, el blanco hueso.
Seguir adelante. Considerar los filamentos que se desgarran, las estructuras que quedan al desnudo. La miríada de cerebros anaranjados que quedan al descubierto y que no piensan en nada, sólo que cada hilo que se les arranca abre canales, sólo que cada poroso encaje es una teoría del mundo, sólo que la gota que saltará en el pleno corazón de los reventados hemisferios reflejará infinita anaranjadamente: la mandarina misma, tus manos, tu rostro, las sucesivas cúpulas que el tiempo construirá sobre tu inmovilidad y sobre tu cabeza.
Morir de hambre, con los bolsillos repletos de mandarinas.

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