sábado, 2 de agosto de 2014

LA ORGÍA IMAGINARIA: El Alarido


Los animales transponen la loma. El sol poniente les hiere los ojos. El cansancio los derriba en la informe oscuridad. El sueño les brinda refugio contra los terrores del día. Uno solo de ellos continúa resoplando. Tras sus párpados, el sol se resiste a morir. Con él sobreviven los pánicos que ha iluminado. El animal se remueve. Lo hiere el chirrido de los insectos. Lo embriaga el olor distante del agua. El animal se incorpora.
El animal husmea. Trota alrededor de los cuerpos acostados. Trota por la ladera erizada de matorrales secos. Las espinas le trazan tatuajes de sangre. Su trote tritura huesos dispersos y caparazones de insectos. Las nubes huyen por el cielo. Sus bordes adoptan las formas de todas las cosas. El animal se detiene. Las estrellas giran a su alrededor, como bestias de presa.
La luz de la luna enciende todas las cosas. El animal salta. El animal cae. Vuelve a saltar. Salta una y otra vez. Se detiene. Su corazón golpea como un animal atrapado. Bajo la tierra golpea otro corazón. El animal respira. El mundo entero se detiene.
El animal olfatea. El mundo se intensifica, como un latido. Un escalofrío azota al animal. Sus músculos se hacen un solo nudo. Sus miembros dejan pasar un torrente desconocido. Un relámpago lo inmoviliza. Una dolorosa laceración recorre su piel. El animal abre los ojos.

En ellos se hinca el cuerno de la luna.
Por ellos entra el torrente de la visión.
El animal salta.
Por el suelo viaja una luna de oscuridad.
El animal salta.
La luna embiste el vientre de los cielos.

El animal salta. El animal reconoce su propia sombra. El animal salta. Hasta la fatiga y más allá de la fatiga. Su cuerpo espumajea de sudor y saliva. Su sombra deja de ser su propia sombra. Como un latido, se extiende por el mundo. El animal cae dentro de ella. El animal la traspasa. El animal cae por mundos palpitantes. El viaje no termina nunca. Con los ojos cerrados, encuentra caminos. Lo envuelve la niebla de su sudor. El relámpago lo inmoviliza en una posición. De su piel erizada brota un plumaje de luz. Sus alas cubren la noche. Vuelve por senderos de vibración y de vértigo. Su plumaje nace y se consume alimentándose de los infinitos soles. Remonta hasta el primer sol. Y de éste, se devuelve hasta el último. Ve conectarse dentro de sí todas las posibles formas. El poder brota de su interior como la sangre de una inagotable herida. La luna se levanta con un rojo de incendio. Aniquilando las visibles estrellas. El animal ve el fin de ellas. Y todos los fines que esta agonía alumbra. Ve las veredas de los futuros de todas las cosas. Es arrastrado por todas y cada una de ellas. Su sombra se ramifica, como un árbol. La tierra comienza a girar. El animal ve su propia sombra, girando. A su alrededor, gira un remolino de moribundas estrellas. Con ellas, cae hasta las fiestas remolineantes de la tiniebla. La carne del animal pasa a ser carroña. Su carroña al final espejea, como un hueso. Sus huesos al fin se disuelven, como piedras. Las piedras se encienden en luz. La luz incendia su plumaje. De su plumaje nacen nuevamente  sombras. Sombra de las sombras, el animal las imita. Al ser sombra de ellas, se apodera de todas las cosas,. Imita el gesto de la garra, de la aleta, del tentáculo. El movimiento de la serpiente, del pez, la pantera. La presencia del matorral, de la gota del guijarro. El animal recorre todos los posibles senderos. Su cuerpo hierve por la abrumación de las cosas. Se estrella contra lo que puede saber sólo destruyéndose. Se detiene un instante, sólido y lleno por todas las posibles presencias.
El vacío embiste contra él.
El animal le arroja un alarido.
El animal siente una herida atroz.
El alarido se desprende desde el sueño.
El alarido detiene el mundo de sombras.
El tumulto de los insectos crece hasta ensordecerlo.
El animal percibe que cada cosa tiene detrás de sí un alarido.
Vivientes, palpitantes, sufrientes, las cosas esperan la herida del alarido. Prestas a vivir y a morir por el rayo del gemido.
El animal grita.
El animal grita el alarido de la roca y el alarido de la sangre y el alarido del dolor.
Y aun contradice las sombras, arrojando contra la sombra de las espinas el alarido del agua, y el alarido de los pájaros contra la sombra de las arañas.
Hasta que la noche entera no es más que una zarza de alaridos. Sus encarnizadas espinas perforando el tejido de todas las noches posibles.
Sus encarnizadas espinas perforando el tejido de todas las noches posibles.
La luna se hinca en el horizonte, desangrándolo en claridad.
El animal se lleva las manos a los ojos, para defenderlos contra la dentellada del sol.
El hombre grita el nombre de la luz.


(TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO)