jueves, 7 de octubre de 2010

SUEÑOS Y LITERATURA




Ponencia expuesta en el Festival de Biarritz 2010

El hombre pasa su vida entre dos universos inexplicables: el de la vigilia y el del ensueño. Ambos le reportan experiencias incomprensibles, sobre ambos formula hipótesis plausibles pero no necesariamente ciertas, en los dos es juguete de fuerzas que su conciencia maneja sólo en forma parcial.
Al soñar somos el guionista, el escenógrafo, el director, el protagonista de una obra que creemos real en la medida en que mientras la contemplamos ignoramos que viene de nosotros mismos. Lo más perturbador es que desconocemos el propósito, el mecanismo, el lenguaje, el significado de esta creación que ocupa casi la tercera parte de nuestras vidas.
Toda dualidad engendra una trinidad. La discordia entre el mundo de la vigilia y el del ensueño crea un tercero que quizá los sintetiza, esa ensoñación en vigilia que llamamos lo imaginario. Es fácil tentación desdeñarlo, hasta que se columbra el peso que tiene en las sociedades primigenias el mito, en cuyo honor se elevan pirámides, y lo que significa en las economías desarrolladas el sector terciario, fábrica de fábulas en cuyo interés se inmolan naciones.
Mal avenida síntesis del sueño y la vigilia, la imaginación construye lúcidamente sus arquitecturas, ignorando sin embargo de dónde surgen sus materiales y sus planos. Así como no conocemos el propósito de los sueños, ignoramos el de lo imaginario.
Lo único que sabemos sobre ambos es que no podemos desecharlos. Necesitamos imaginar. Los animales se reproducen, se asocian, tienen lenguajes, sacian cuerpos y estómagos. Sólo el humano experimenta una necesidad autónoma de percepciones que no contribuyan directamente a su supervivencia. El sujeto a quien se somete a deprivación sensorial evitando que experimente sensaciones al poco tiempo desvaría y pierde la percepción del propio cuerpo. La deprivación imaginativa es la peor de las torturas y se llama aburrimiento. Tenemos hambre de percepciones aunque las sepamos falsas; especialmente si las sabemos falsas.
El estilo de vida de mayor economía y estabilidad es el de los vegetales. La vigilia es un subproducto de la función predatoria. Durante el dormir aparentemente regresamos al estado vegetativo, rindiendo temporalmente el estado de alerta de quien devora o teme ser devorado. El sueño es un residuo de la vigilia que perdura en esa gran nada del vacío de conciencia de lo vegetativo.
Necesitamos soñar. Caemos en los sueños sin buscarlos y quizá contra nuestra voluntad. Sin embargo, voluntariamente buscamos el ensueño del mito, de la literatura, del teatro, del cine.
Así como estamos despiertos o dormidos por rachas consecutivas, mientras dormimos tenemos intermitentes ráfagas de ensoñaciones que se alternan con lapsos de sopor profundo. Mientras el cerebro, las ondas cerebrales y los ojos son agitados por la ráfaga de ensoñación, disminuye el tono muscular y el cuerpo reposa; cuando las ensoñaciones nos abandonan, descansa el cerebro y el cuerpo se agita, cambia de posición y es propenso a despertar.
Quizá por ello se pensó que los ensueños protegían el dormir, dando explicaciones imaginarias a los estímulos que podrían despertarnos. Toda una literatura custodia el sopor de las muchedumbres explicando el mundo con los términos de quienes las oprimen.
Durante un tiempo se creyó que los sueños eran premoniciones, y también lo han sido las creaciones literarias.
El talmúdico doctor Freud entrevió en los sueños la satisfacción de deseos, y mucho de ello hay en las ficciones literarias. Pero ni los unos ni las otras son desfiles de deseos saciados: con mayor frecuencia representan el misterio, la destrucción, la angustia.
Ello ha llevado a creer por momentos que el objeto de lo literario era el disimulo del lenguaje bajo una indescifrable acumulación de códigos. Igualmente cifrado es el lenguaje de los sueños, más oscuro cuanto más diáfano, cuanto más directo más retorcido.
Se vio en los sueños temporarios estados de locura de los cuales la memoria nos preserva briznas. Mas la literatura ha devenido progresivamente el campo del delirio, de la sinrazón, del absurdo, cuyas manifestaciones aceptamos con igual naturalidad que el aparente contrasentido de los sueños.
Últimamente proponen los neurólogos que el soñar tiene por objeto permitir que reclasifiquemos los contenidos percibidos durante la vigilia. Alguien que ha tomado somníferos duerme pero no sueña y por lo tanto no reposa. Lo mismo sucede con aquél a quien se deja caer en el sueño natural y es despertado en cuanto ese dormir se transforma en soñar, delatado por el rápido movimiento de los ojos que se agitan para divisar imágenes que sólo existen en la mente. En ambos casos la abstinencia del ensueño produce fatiga extrema, desorientación, agresividad, dificultad para recordar y aprender, episodios sicóticos. Parece ser que el ensueño del durmiente es condición de la cordura del despierto.
La invención literaria, por su parte, es esa misteriosa reclasificación del mundo que no lo explica pero sin la cual no podemos comprenderlo. Quizá el ensueño sea el razonamiento de nuestro hemisferio derecho del cerebro, el cual piensa en imágenes, en sensaciones, en emociones, mediante la intuición y la síntesis. A lo mejor el ensueño es la traducción intuitiva y sintética de los mensajes secuenciales y analíticos que el cerebro izquierdo le transmite al derecho. Quizá los ensueños, como la literatura, sean el lenguaje en el cual se hablan las dos mitades de nuestro ser, y cada una de ellas lo comprende mientras que para nuestra totalidad es impenetrable. El sicólogo social David McClelland intentó establecer una relación entre el grado de desarrollo de una sociedad y las motivaciones de sus integrantes, revelando en un centenar de países las correlaciones entre el índice de consumo de kilovatios hora de per cápita y la inclinación a la autorrealización revelada en sus poemas, sus noticias, sus novelas. De sus intrincados análisis concluyó que la proclamación literaria antecedía en décadas al desarrollo real; que el Himno a Hermes era anterior a la hegemonía ateniense y los poemas centrados en el desarrollo de un destino personal previos a la expansión isabelina inglesa. Dime qué sueñas, te diré quién serás.
¿Quedará por decir sobre los sueños y la vida que su principal encanto es su inexplicabilidad, que si se les aplicara un sistema de interpretación infalible ya no nos interesarían? ¿Qué las interpretaciones son ensueños en sí mismas? El enigma de los sueños induce el insomnio. Debemos consultarlo con la almohada.

Foto:LBG
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