sábado, 28 de octubre de 2023

LA SOMBRA DE MONROE.: ALIANZA PARA EL PROGRESO

LUIS BRITTO GARCÍA

En 1961 propuso John Fitzgerald Kennedy la Alianza para el Progreso, un programa que preveía la inversión de 20.000 millones de dólares en América Latina y el Caribe, a ser suministrados en su mayoría por inversionistas privados externos a la región con excedentes de capital, en un lapso de entre diez y quince años. 

Este plan de inversiones disfrazado de proyecto sociopolítico fue concretado por el mandatario en su primer mensaje al Congreso, el 13 de marzo de 1961: “Propongo que las repúblicas americanas inicien un vasto plan de diez años para las Américas, un plan destinado a transformar la década de 1960 en una década de progreso democrático”. Sin más, hablaba en nombre de las Repúblicas americanas, y las conminaba a modificar sus regímenes políticos internos: “Nuestra Alianza para el Progreso, es una alianza de gobiernos libres, y debe perseguir el objetivo de suprimir la tiranía en un hemisferio donde no hay legítimo lugar para ella”. Evidentemente olvidaba que la primera gestora de dictaduras en el hemisferio era la nación que presidía. Para ello, además, intentaba “modificar los patrones sociales” de los aliados: “Movilizar recursos, alistar las energías del pueblo y modificar los patrones sociales, de modo que los frutos del crecimiento sean compartidos por todos y no sólo por unos cuantos privilegiados” (Cúneo, Dardo: La batalla de América Latina, Editorial Siglo Veinte, Buenos Aires, p.160). El verdadero sentido de la propuesta sólo se puede comprender en su contexto: el 17 de abril de 1961, apenas un mes después de formulada, con autorización del propio John Fitzgerald Kennedy y apoyo de bombarderos del ejército estadounidense, la CIA desencadenaba contra Cuba la fallida invasión de Bahía de Cochinos.

El plan se formalizó en 1961 en Punta del Este, con la anuencia de todas las repúblicas americanas, a excepción de Cuba. Y en efecto, la Alianza para el Progreso comprendía un amplio espectro de formas de intervención, con el confeso propósito de destruir las bases sociales de los movimientos revolucionarios latinoamericanos, a cuyo fin se implantó una planificación regional desempeñada por el Consejo Interamericano Económico y Social y la Junta Interamericana de Desarrollo. En definitiva, los participantes reconocieron que los países latinoamericanos deberían aportar una suma cuatro veces mayor que la prevista para satisfacer las metas del programa (Olton y Plano 1980, 207). Resalta el hecho de que este plan continental no hace la menor referencia a la integración mutua de los países latinoamericanos. Como en tiempos del imperio español, la relación de cada uno debía entablarse con la metrópoli. Con el pretexto de colocar algunas inversiones, aquella condicionaba las políticas de las administraciones nacionales y regionales y reclutaba “líderes locales” como agentes distribuidores de dádivas o créditos.}


Por tales motivos, el 8 de agosto de 1961, durante la mencionada Quinta Sesión Plenaria del Consejo Interamericano Económico y Social reunido en Punta del Este, Ernesto “Che” Guevara critica esta política de dádivas para alivio de síntomas inquiriendo de los delegados “Si acaso no tienen la impresión que se les está tomando el pelo, con esta Alianza para el Progreso, donde se dan dólares para hacer carreteras, se dan dólares para hacer caminos, se dan dólares para hacer alcantarillas, señores, ¿con qué se hacen las carreteras, con qué se hacen los caminos, con qué se hacen los alcantarillados, con qué se hacen las casas? No se necesita ser un genio para eso. ¿Por qué no se dan dólares para equipos, dólares para maquinarias, dólares para que nuestros países subdesarrollados, para que todos, puedan convertirse en países industriales-agrícolas, de una sola vez? Realmente, es triste” (González Bazán, Elena Luz: La Alianza para el Progreso: Kennedy y la Cumbre de las Américas, Argenpress, 10-10-2005.

En marzo de 1961, casi simultáneamente con el lanzamiento de la Alianza para el Progreso y mientras se ajetreaba en preparar la intervención armada contra Cuba, Kennedy creó mediante decreto ejecutivo el “Cuerpo para la Paz”, integrado por jóvenes estadounidenses que, a petición de los países huéspedes, estarían encargados de “satisfacer sus necesidades de fuerza humana adiestrada y para fomentar una mejor comprensión del pueblo norteamericano”. Durante su vigencia el programa llegó a movilizar unos diez mil voluntarios, supuestamente encargados de prestar asistencia en el campo agrícola, de obras públicas, científico y de desarrollo comunal. Más de la mitad eran de hecho profesores, obviamente destacados para difundir la ideología y el punto de vista de su país entre los educandos. Gran proporción de los restantes eran jóvenes sin mayor experiencia, y ninguna contribución memorable quedó de su pasantía en América Latina y el Caribe. Según se demostró posteriormente, entre estos evangelizadores se colaron numerosas fichas de las agencias de seguridad estadounidenses. El programa languideció y desapareció sin visibles aportes a la comunidad latinoamericana. 

De hecho, Kennedy inscribió la Alianza para el Progreso dentro de un proyecto de mayor alcance denominado “La Nueva Frontera”. Para muchos pasó desapercibida la significación del plan. Para el latino frontera es límite; para el estadounidense, área en perpetua expansión, región abierta al pillaje que permitió a las trece colonias originarias devorar los dominios norteños de Francia y Holanda, anexar Alaska, arrebatarle a México más de la mitad de su territorio, anexar Puerto Rico, secesionar Panamá, intervenir en incontables oportunidades y mantener una perpetua política de expansión. América Latina y el Caribe era la Nueva Frontera a ser conquistada.

Las ínfulas de reformador político y social que se atribuía el presidente del primer exportador de contrarrevoluciones tenían claros motivos. Como bien señaló Fidel Castro “aquella idea surgió bajo el trauma obsesionante de la Revolución Cubana y se pretendía con ello evitar condiciones objetivas propicias a nuevas revoluciones”. (Castro: La cancelación de la deuda externa… 1985, 102). Tras una década de repartir fondos y sermones anticomunistas, el proyecto dejó de existir sin pena ni gloria, entre recriminaciones mutuas de intervencionistas e intervenidos.

 TEXTO/IMÁGENES: LUIS BRITTO.

domingo, 22 de octubre de 2023

PALESTINA

 

Luis Britto García

Complejo tema el de las relaciones consigo misma de una Humanidad única que se siente escindida por infinidad de divisorias económicas, políticas, sociales, culturales, estratégicas, algunas fácticas, otras imaginarias, siempre relevantes.

Comencemos por la agenda del antisemitismo, tema esgrimido como arma retórica de destrucción masiva con la cual se pretende a veces tener razón sin suministrar argumentos. Según la Biblia, era Sem uno de los hijos de Noé, reprobado por haberse burlado de la embriaguez de su padre. De él descenderían los pueblos que hablan lenguas semíticas vinculadas con el hebreo, tales como el arameo, el asiri, el babilonio, el sirio, el fenicio y el cananeo, el cual incluye a  las lenguas del Cercano Oriente, entre ellas el árabe. Por extensión, se acostumbra a discriminar como semitas a los pueblos del Islam.

Por tanto, tan antisemita es quien discrimina o persigue judíos, como el que persigue, discrimina o extermina musulmanes y árabes.

Las razas no existen, decía ya José Martí. Ninguna peculiaridad genética nos vincula con un credo religioso o político. Nuestras opiniones y creencias son inculcadas socialmente o desarrolladas de manera interna a partir de experiencias y razonamientos.

El  poder, la riqueza y la  religión heredadas  destruyen la igualdad e imposibilitan  la convivencia.  El historiador hebreo Schlomo Sand, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Tel Aviv, parece haber demostrado que la mayoría de quienes actualmente profesan el judaísmo  no descienden genéticamente de los antiguos pobladores de Judea, sino que fueron convertidos a dicha religión mediante intenso proselitismo en Europa, África y Asia, y entre otras muchas regiones en España, Holanda, La Meca, la Península Arábiga y Yemen.

Los hebreos son una Nación, en cuanto grupo humano que comparte un conjunto de valores culturales y aspira a que éstos perduren, al igual que son naciones todos los pueblos de la tierra.

Toda Nación tiene el derecho de aspirar a constituirse en Estado, pero todo Estado tiene asimismo el derecho de resistirse a ser destruido al extremo de que sus habitantes queden reducidos a nación.

Israel sólo  tuvo un Estado propio entre el reino de David y la conquista asiria, los años 1000  y 722 antes de Cristo, vale decir, hace unos 3.000 años.

 Por el tratado secreto Sykes-Picot, Francia, Rusia e Inglaterra se comprometieron en 1917 a repartirse los territorios del Oriente Próximo que habían estado bajo  dominio de Turquía. El mismo año,  la Declaración Balfour afirmó que ”El Gobierno de Su Majestad contempla favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará uso de sus mejores esfuerzos para facilitar la realización de este objetivo”. La ocupación británica se prolongó hasta 1947, cuando fue sustituida por la ocupación de la ONU, que planteó crear dos Estados, uno árabe y otro judío.

Para ninguno de estos tratados, declaraciones ni planes donaron las potencias que los redactaron ni un centímetro de territorio propio: acordaron sacrificarles el territorio de Palestina, sin consultar tampoco a los palestinos, legítimos habitantes y poseedores continuos, ininterrumpidos e inmemoriales del mismo.

El disparate de retrotraer Palestina –pero no a las potencias ocupantes- a una mítica situación geopolítica de hace tres milenios, sólo podía imponerse por la fuerza. En 1948 los armados colonos israelíes agredieron Palestina, usurparon 78% del territorio, expulsaron 780.000 lugareños, les robaron sus bienes, y tras sucesivas victorias militares la convirtieron en el campo de concentración más grande del mundo, limitado por laberintos de infranqueables murallas y regido por el apartheid, un estatuto de discriminación repetidamente condenado por las organizaciones internacionales.


Visité las  fronteras llenas de ametralladas edificaciones y los campos de refugiados del éxodo palestino en Líbano, zonas de agobiante hacinamiento, con callejuelas de un metro de ancho y pobladores a quienes se prohíbe ejercer unas ochenta profesiones en el país que los acoge. De una docena de millones de palestinos, más de la mitad ha sido forzada a vivir fuera de su patria.

Quienes se proclaman instrumentos de Dios usualmente usan a Dios como instrumento. Lo que se debate en Palestina no es la primacía entre  dos religiones que adoran al mismo Dios con rituales diferentes, sino la agresión armada  del colonialismo contra pueblos que se niegan a ser colonizados y recolonizados.

Kennedy planteó una “relación especial” con Israel. Desde el gobierno de Lyndon Johnson, dicho país es continua e infatigablemente apoyado, asistido, financiado y armado por Estados Unidos y la OTAN a fin de mantener una cuña militar que  facilite la rapiña sobre la energía fósil del Oriente Próximo. El secretario de Estado de Ronald Reagan, Alexander Haig, declaró que “Israel es el mayor portaaviones estadounidense, es insumergible, no lleva soldados estadounidenses y está ubicado en una región crítica para la seguridad nacional de Estados Unidos”.

Declaró Biden que su apoyo a Israel es “sólido como una roca e inquebrantable”. Gracias a ello, el sionismo detenta unos 400 artefactos nucleares. Aviones, bombas y cohetes de la gran potencia norteña arrasan la bloqueada Gaza a pesar de que las leyes yankis vetan utilizarlos contra civiles; dos portaaviones suyos cercan la costa, unos dos mil soldados han sido destacados a la región.

Desmantelado por las guerras, o considerado apenas  “protoestado”, el Estado de Palestina fue reconocido como tal por la mayoría de los países de la  ONU en 2012, y desde entonces numerosos miembros se han sumado al reconocimiento.

Advierte el lugar común que la primera víctima de un conflicto es la verdad. Ya contra Gaza acumulan infundios las agencias noticiosas; creerlas es cerrar filas con los agresores.

No hay guerra sin atrocidades porque no hay mayor atrocidad que la guerra. Podemos entender aunque no excusar las extralimitaciones de la víctima, pero no legitimar las del verdugo.

Mueve a solidaridad hacia un pueblo el cúmulo de atrocidades cometidas en su contra. Nadie más merecedor de ella que el palestino, víctima de casi todos los crímenes y autor apenas del delito de defenderse.



TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO

VENEZUELA ES CHALBAUDESCA

 

                 

En 1937, tras agotador viaje de tres días en autobús, llega de Mérida a Caracas una familia de abuela, madre, nieta y nieto. El pequeño Román José Chalbaud Quintero, de seis años de edad, luce un primer apellido de cierto lustre, del cual no le tocan ni ventajas ni herencias, sino el  ejemplo de mujeres laboriosas, autónomas, que luchan duramente por sobrevivir en la oleada de seres sin destino  que la provincia arroja a la capital.

Esos primeros años en las barriadas del Nuevo Circo, San Agustín, Capuchinos y El Guarataro le aportan ya las materias de su obra futura: respeto por las mujeres,  tesonero sostén de las familias venezolanas; estudio de las estrategias de vida de la barahúnda de desplazados y desclasados  que el cerrado orden del latifundio empuja hacia las urbes y que los presumidos llamarán marginalidad.

       Román, al igual que su contemporáneo  el también provinciano  Salvador Garmendia, está tras la pista de “los pequeños seres”: aquellos a quienes ni legados ni suerte depararon un nicho privilegiado en la escala social y deben inventarse la vida ante la brutal realidad. Cada cual por su cuenta asiste a los destartalados cines de barrio, atisba tras las puertas oscilantes de los botiquines las divagaciones de los genios parroquiales que jamás llegaron a nada.

Su madre inscribe a   Román en la “Experimental Venezuela”, escuelita pública estilo trasatlántico donde se ensayan los últimos métodos educativos y los recreos son anunciados con una grabación de “La danza de las horas”. Allí conoce a Isaac Chocrón y deciden ambos inventarse la vida en  profesiones casi inexistentes  en aquella capital aldeana: dramaturgos, cineastas, teatreros,  inventores de otra vida más rica, prodigiosa y  perdurable: la del imaginario.

En el Liceo Fermín Toro  conoce al exiliado maestro español Alberto de Paz y Mateos, creador de un Taller Experimental de Teatro del cual forma parte también Nicolás Curiel. Se infiltra Román en los estudios, primero de la radio, luego de la televisión, cumpliendo paso a paso el rudo doctorado de la práctica que lleva de cargacables a director. A  comienzos de los años cincuenta es asistente de dirección del mexicano Víctor Urruchúa, quien filma dos películas en Venezuela, y desde 1952 es asistente de Paz y Mateos, director artístico de la recién fundada Televisora Nacional.

 

Eran tiempos heroicos, en los cuales se transmitía en vivo y en directo, sin grabación previa ni posterior montaje,  ni más opción que la de acertar. La noche del ensayo general de su pieza Requiem para un eclipse a Román lo secuestra la policía política de Pérez Jiménez, y sólo recupera la libertad a la caída del dictador.

Son los atropellados comienzos  de una carrera destellante, no sólo por la cuantía, sino por la deslumbrante calidad de las creaciones: autor de 17 piezas teatrales y 9 guiones cinematográficos, director de 25 seriales televisivos y 23 largometrajes, gran parte de los cuales forman ya parte de  nuestro imaginario colectivo. Así llega al estrellato de la Santísima Trinidad  del Teatro venezolano: Chocrón, Cabrujas, Chalbaud.

En estas duras luchas  Román no sólo configura una filmografía, sino además un estilo, que culmina en escuela: lo chalbaudesco. Hay personas y situaciones que encajan en la categoría. La picaresca suplanta invención con simulacro. Venezuela es chalbaudesca.

El mundo patibulario al cual se enfrenta Román excluye muchas veces la esperanza, pero nunca la poesía. Extraer trascendencia de la miseria y belleza de lo horripilante sin disimularlos es la Magna Obra de la Piedra Filosofal del Arte.

Vidas y despedidas son ásperamente breves. Compendios y análisis extensos enaltecerán los méritos de Román; disponemos hoy apenas de escasas líneas para evocarlo.

El tocador hollywoodense ha transmutado  detectives en estrellas del glamour y delincuentes en carismáticos divos. El austero trabajo de Román sobre los Cangrejos, basado en la denuncia del comisario Mármol Fermín en Cuatro Crímenes, Cuatro Poderes,  establece la viabilidad de un género policial vernáculo. El del crimen es ambiente cuya sordidez sólo puede empeorar la impunidad que se arrogan  los poderosos.

He conocido directores de teatro que pateaban butacas e insultaban a voz en cuello a los actores. Román trataba absolutamente a todos y todas con  gentileza rara en un ámbito donde las diferencias a veces se convierten en pasiones.

Hasta para negarse desplegaba una cortesía infinita. Recuerdo que en un café del Centro Comercial Chacaíto se le presenta un joven con ínfulas de galán a pedirle un  papel. ”Pero cómo hago, si en mis películas sólo actúa  gente fea”, le retruca Román, envolviendo delicadamente el rechazo en un elogio.




      Pero con gente fea se puede edificar la poesía, como lo demostró en un film apasionado, extremoso, de sagrada glorificación de la estética de la miseria: Cuchillos de fuego.


A pesar de sus descomunales agendas de trabajo, leía generosamente los manuscritos que se le sometían, aportándoles sugerencias invalorables. Cuando le presenté La múcura está en el suelo, sobre esas  pesadísimas múcuras que, como la Revolución o la liberación sexual, tantas generaciones no pudieron levantar, fue categórico: “No. Esto debe llamarse Muñequita Linda”. Y sobre Muñequita Linda dirigió el montaje teatral, y rodó su última obra cinematográfica, pendiente de post producción.

En Venezuela filmar es hazaña contra la cual conspiran  las  fuerzas de lo inconmensurable, desde recursos que desaparecen hasta actores que enferman o  rateros que roban guiones e intentan  proyectos paralelos. Las dificultades se intensificaron de manera increíble cuando asumimos  narrar los momentos cruciales de la Patria en épicas mayores que, tropiezo tras tropiezo, tardaron cada una casi una década en estrenarse.

Así, le planteé el desafío de  Zamora, Tierra y Hombres Libres, con colosales muchedumbres de a caballo, que Román resolvió con soltura tras reencontrar mi guión original, escondido por un pícaro mozo que pretendía sustituirlo por el suyo, “referido sólo a la batalla de Santa Inés, y desde el punto de vista de la oligarquía”.

En el estreno de Zamora, se nos encomendó ante un público multitudinario La Planta Insolente, sobre la resistencia al Bloqueo de 1902 por Cipriano Castro. No había concluido el acto cuando  debí rechazar a otro pícaro mozo que me proponía realizar un oportunista documental sobre el mismo tema. Tras ímprobos esfuerzos de apenas nueve años culminó Chalbaud su obra maestra.

Al dejarnos, nos lega Román sus tres últimos proyectos, sobre guiones que me tomaron años y no me reportaron ni centavos: Muñequita Linda, apenas pendiente de post producción, Chávez, comandante Arañero, y Chávez no se va.

Quizá no sea imposible que entre tantos elogios a su obra, alguien haga algo por culminarla.


TEXTO /FOTOS: LUIS BRITTO