Luis Britto García
LOS
ASES DE LA BARAJA
Un apretado conjunto de símbolos define la forma en
que entendemos el mundo. Zodíaco, tarot, baraja española no determinan cómo funciona el universo, sino la manera en que
percibimos la realidad. En su perspicaz libro Figures mythiques et visages de
l’œuvre. De la mythocritique à la mythanalyse, (Paris, Berg International, 1979), Gilbert Durand organiza el enjambre de los
símbolos en torno a los cuatro elementos y su correspondencia con los emblemas de la baraja española. Veamos qué nos
dicen sobre nuestro país y sobre la mano que podemos jugar con ellos.
As
de oros. Oro, luz solar, fuego, brillo, riqueza, fuerzas materiales, centro, rueda,
movimiento, eterno retorno, piedra filosofal que purifica el alma, metal incorruptible que lo corrompe todo. A
pesar de sus desesperados esfuerzos, no
ha podido despojarnos el adversario del oro negro ni del dorado. Todas sus
agresiones siguen teniendo por objetivo arrebatárnoslos. Repitamos lo obvio:
disponemos de la quinta parte de las reservas de hidrocarburos que hacen
funcionar el mundo; de la segunda reserva de oro del planeta. Incluso con la
producción disminuida a millón y medio de barriles diarios, ello nos asegura un
ingreso de 47.000 millones de dólares anuales, suficientes para repotenciar
PDVSA, pagar los vencimientos de la deuda externa y estabilizar la economía. Crimen sin nombre
sería entregar la gallina de los huevos de oro para conjurar un supuesto
default, cambiarla por un plato de lentejas para refinanciar deudas que jamás
debieron contraerse, subastarla por el mendrugo de un miserable soborno.
As
de bastos. El basto es tierra, retoño, arma del invencible
Hércules, cetro de los primeros reyes, falo, bastón de mando, poder generativo de la naturaleza, de la agricultura, de la cría. Una campaña de
calumnias nos difama como país incapaz de producir lo que consumimos. Hasta
hace unos cuatro años, según las últimas cifras disponibles de las Hojas de
Alimentación, producíamos el 88% de nuestros alimentos. Por eso, en medio de la
escasez programada, nunca faltaron las verduras que no podían ser acaparadas.
Un oligopolio de una docena de empresas distribuidoras intenta aniquilar la
rama floreciente de nuestro agro. Mejor podarlas, que permitir que la fecunda
selva acabe en desierto.
As
de copas. Copa, caliz, matriz, sangre, agua, cofre, vida, corazón. La copa sólo recibe para dar. Es la femineidad
protectora, la promesa de satisfacción de las necesidades primordiales. La copa
redistribuye para todos lo que antes era de pocos o de nadie. Sólo es nociva
cuando conduce a la embriaguez y el derroche que se dispersa en el vómito. La dispensadora de la abundancia nos elevó del
Nivel de Desarrollo Humano Bajo al Nivel de Desarrollo Humano Alto, nos
convirtió en el país con menor Índice de Desigualdad de la América Latina
capitalista. Si no entregamos el oro, tendremos siempre la copa para beber
nuestro sudor multiplicado en vida.
As
de espadas. Espada, símbolo de la cruz, del
discernimiento entre el bien y el mal, de la justicia, del poder. Ni el oro deslumbrante, ni la generosa
naturaleza, ni la convidante copa son nada sin la espada que las defienda. La
autoridad del Estado evita que la riqueza devenga botín de los predadores. Con
todos sus defectos, debilidades y omisiones, Venezuela ha templado una espada
de doble filo que durante dos décadas ha resistido las más abruptas pruebas sin
quebrarse: la organización política mayoritaria, y las Fuerzas Armadas. Los
enemigos externos vacilan ante un
cuerpo del ejército de 315.000 efectivos y una
reserva de unos 438.000, ante una coalición política que ganó 23 de 25
consultas electorales. Esos poderes, que
han contenido la amenaza externa, deben conjurar la interna. Cortar la
infiltración paramilitar que crea una
parasociedad, una paraeconomía, una parapolítica. Cauterizar fronteras que son
más bien heridas. Controlar con el filo de la justicia la corrupción y la
docena de empresas que programan la muerte por
hambre de treinta millones de venezolanos.
Nunca tuvo país alguno tan espléndida mano para la
partida de la victoria. De nosotros depende no entregar ni malversas esas
cartas triunfadoras. Necesario es vencer: también es posible.
EXVOTOS
Aquí ve
usted la ristra de los exvotos que a lo largo de los años se fueron depositando
ante la imagen gloriosa de San Miguel. Corresponde cada dije al agradecimiento
por un ve rídico milagro.
Era poderoso el sonajero de exvotos: daba
aparente fe de la competencia del Santo. Pero también acentuaba su preocupación
el tener tantas causas que defender y ninguna que dejar en otras manos, pues no
había otras que intercedieran por nosotros.
Aquí tiene usted este exvoto en forma de
barquito, de un modelo arcaico y orfebrería minuciosa. Ocurrió quizá en
peligrosa ocasión, cuando perseguían los corsarios el patache de don Juan
Mendes y vino a refugiarse en la desembocadura del río y un caballero con gran
resplandor de armas intimidó a los herejes impidiéndoles el desembarco.
Casita con torre, quizá el mismo templo
que era la primera gran edificación de los ve cinos
y se usaba más que como iglesia como fortaleza contra demonios del mar y salvajes.
Dejemos de lado estos triviales testigos
de pertenencias salvadas, casa, ganado, caballo o barca. Ha tiempo se perdieron
o cambiaron de dueño.
Muchas serpientes hay. Esta culebrilla de
plata quizá representa la sanación de picada de cascabel, sumamente abundante.
Milagro ha de haber sido, pues la sutil ponzoña necrosaba los miembros y muchos
expiraban en el monte antes de haber comunicado su desgracia. Todo tiene
remedio, menos la muerte.
Un exvoto de plata manchada en forma de
cunita quizá refiera la larga rogativa
por la fertilidad de la
chozna Onésima , que tras peregrinar y acoger largamente
peregrinos alcanzó por fin la dádiva que extendió su linaje. A partir de ésta
abundan las cunitas, de latón o de plata. Se percibe el favor de la fertilidad
o la curación de un niño, que morían muchos en proporción de tres a uno por las
delicadezas propias de su infancia.
Este pequeño pie encontró o quizá no
encontró su camino. Anduvo por tantos suelos y sufrió tantos roquedales sin
poder ni siquiera mirarlos hasta el último paso.
He aquí otro pie con sandalias como de
peregrino. Ingrimo y sólo está entre las demasiadas muletas. Fue quizá el pie
de don Luque de Vivar, que tanto anduvo que vio El Dorado. Puede haber huellas
suyas en el intrincado suelo de las selvas donde el mundo termina. La
intercesión milagrosa le permitió quizá volve r
sobre sus huellas hasta confundirlas con las de todas las gentes.
Hay muchos exvotos de latón y de estaño de
la época difícil de la Guerra a Muerte cuando se necesitaban tanto los
prodigios y tan poco había con qué agradecerlos. Muchas son las muletas de
heridos que pedían el restablecimiento sin saber que el milagro había sido la
salvación de la vida.
Reaparece aquí el motivo del barquichuelo,
de un modelo arcaico pero que quizá corresponda a las piraguas en las que
huyeron tantos de la
Guerra Federal hasta
dar en Curiapo con la última orilla del
Orinoco.
¿Será este brazo llagado de los tiempos de
la peste, cuando la ciudad era ya diócesis? ¿O fue este cráneo roto hito del
gran temblor de tierra que perdió a la Primera República ?
En estas manecitas ya hay una clave del misterio, que sólo lo agudiza. ¿Aclara o
enturbia algo el gesto bendiciente de índice y medio juntos y pulgar opuesto a
corazón y a meñique? ¿Es ingenuidad o burla la mano que hace los cuernos
con meñique e índice? ¿A quién apunta el índice solitario,
quién huyó de su señalación hasta el final y la consumación de los siglos?
Hay narices, salvadas quizá de un golpe o
de bubas. Puede ser que olieran los jazmines del pueblo, que eran famosos.
Corresponde este tubito de plata a un
exvoto de la garganta.
Eran muchas toses que se paliaban con miel de abejas silve stres, el panal entumido en el frasco, y a pesar
de ellos no se salvó mucho jove n.
Esta oreja posiblemente oyó el mal y éste
se deslizó serpenteando por las
circunvoluciones de sus surcos hasta la crasa herida del tímpano. Por allí
llega la perdición facilitada por la suavidad más directamente que por la
vista.
Un ojo maravillado configura este exvoto:
abierto, sus grandes pestañas irradian ansiosas de contemplar. ¿Quién salvó la
visión para las cosas fugitivas del mundo? Contempló quizá la fundación del
pueblo y quizá se cerró poco antes de su disolución. Miró desde siempre tantas
amarguras y faltas, tantos que vinieron y ante la imagen suplicaron en vano.
Hay unos cuantos exvotos en los que están
patentizados muelles y voluptuosos senos. Nadie sabe si éstos al fin dieron
leche o encontraron quien los besara o remitieron de mala tumoración. No
posibilito que fueran ofrecidos en pago de satisfecho deseo. Qué niño dormiría
sobre este regazo. No hay exvoto de otras partes, quizá igual de perturbadoras
y más de afligidas.
Hay también bocas como
beso estampado en metálica plata. Dijeron quizá sus oraciones porque en
lo precario de esas vidas todo era un rezo.
Quién explicará este corazón. O bien
testimonia la cura de palpitaciones o el encarnizamiento de mal de amores. Qué
ingrato o ingrata lo hizo sufrir tanto. Las pasiones eran imposibles en este
pueblo cuando mediaba la sangre o la muerte. Hay muchos. Sólo se diferencian en el
grosor o tamaño.
Se sabía muy poco de la mecánica de los
órganos. Se presentan aquí las vísceras como aparente sede del dolor, mas no
con valor de diagnóstico, que aclara tanto. Hay
en los exvotos entonces también el error y la confusión y ni siquiera en
cosa tan seria como el milagro está la ve rdad
representada.
Hay estos curiosos conos en forma de
lágrima, quizá ve jigas aliviadas o
derramado llanto.
No se ve n
aquí las figuraciones del terremoto o del diluvio que hacen creerse al hombre
abandonado en el mundo. Sólo lo que toca o hiere su cuerpo se vuelve alegórico.
Hay trocitos de plata inexplicables. A
saber vaya usted cuál de éstos es el exvoto de la fiebre y cuál el de los malos
sueños.
Había también aquí el posible daño de lo
Innonmbrable, que extraviaba tantas almas. ¿Cómo representar la pesadumbre que
acometía en la soledad? Puede ser que esta cruz represente la remisión de una
pena, o su aceptación resignada, que es como cargarla a cuestas.
Ve usted entonces aquí sin nombre nuestra
historia, que es la de nuestros dolores. Unos son toscos, otros delicados.
Falta también todo nombre de orfebre, y esa omisión nos acerca más a ellos.
En ve rdad
estos exvotos muestran la prolongada ingratitud del humano. Si consideramos la
numerosidad de los organos, el ve rdadero
milagro es que permanecieran durante tanto tiempo incólumes. Mas: el milagro
sólo recuerda la imperfección y la penuria del sistema: nunca su patente
gloria.
Si esos tantos huesitos que damos a la
huesa representan lo que quedó de nuestras vidas, son los exvotos como las
cenizas de nuestra alma: desnudas en el
instante en que su precariedad palpó la
esencia ve rdadera de lo
divino, que sólo para esconderse se aparece.
El órgano sólo se transfiguró en espíritu
atenazado por la urgente amenaza de la pudrición o del daño. Arrojó entonces
esta pequeña perla de sufrimiento, como testimonio de una voluntad de recuerdo
que era realmente de olvido.
Está el exvoto del robo de los exvotos.
Ello fue hecho por persona encallecida en el mal y la encontraron muerta en el
borde de un camino con la ristra de los exvotos como cascabeles en torno de la
garganta.
Hay
en fin este corroído exvoto en forma de luna, inexplicable.
Salvados, rescatados, recuperados, ¿dónde
están ahora? Callaron las sanadas
gargantas y se cerraron los iluminados ojos y los miembros descansan. La misma imagen fue desaparecida porque echó
a andar por este mundo o según dicen otros por latrocinio de modo que nos
quedamos sin patrono en este pueblo que lo había perdido ya todo. Descansó así
de su trabajosa intercesión ante un Dios tan difícil.
Podríamos en realidad con estos exvotos
recomponer un ser todos y cada uno de cuyos miembros devorado estuviera de
ruina. El creyente perfecto sería este ser precario, el totalmente afligido,
porque para reponerse requeriría no uno, sino mil milagros, o el que anima con
el inexplicable temblor de la vida tantas piezas dispersas.
Ahora pienso yo si juntando tantos ojos
manos piernas de los milagros del Santo no sería posible tener el Santo mismo,
o si la fe lograría el milagro de la restauración de los fragmentos que nos lo
restituyeran íntegro y glorioso.
O si fue su intento repartir su cuerpo en
estas medallitas o palabras como advirtiéndonos que contra la final dispersión
no hay remedio.
Camina en el recuerdo el Santo con
centenares de pies y decenas de ojos rescatados. Otro santo luminoso mora en el
amanecer, que es el de los favores concedidos y no agradecidos, y otro vaga por
la noche: el de los favores no concedidos,
nube de sueños.
San Exvoto podríamos llamar a este Santo
sin nombre hecho no más de aquello que dio
a los hombres hasta agotarse totalmente en su destructiva munificencia,
pues no dejamos más que nuestras obras en manos de la nada.
Quizá él exista o quizá no sea más que
pedazos, voces, nombres, sin relación los unos con las otras.
Este es el ve rdadero
santo: y su obra somos.
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DIRECCIÓN: Román Chalbaud GUIÓN: Luis Britto García
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