domingo, 20 de enero de 2019

LOS ASES DE LA BARAJA


Luis Britto García
LOS ASES DE LA BARAJA

Un apretado conjunto de símbolos define la forma en que entendemos el mundo. Zodíaco, tarot, baraja española no determinan cómo  funciona el universo, sino la manera en que percibimos la realidad. En su perspicaz libro  Figures mythiques et visages de l’œuvre. De la mythocritique à la mythanalyse, (Paris, Berg International, 1979),  Gilbert Durand organiza el enjambre de los símbolos en torno a los cuatro elementos y su correspondencia con los  emblemas de la baraja española. Veamos qué nos dicen sobre nuestro país y sobre la mano que podemos jugar con ellos.

As de oros. Oro, luz solar, fuego, brillo,  riqueza, fuerzas materiales, centro, rueda, movimiento, eterno retorno, piedra filosofal que purifica el alma,  metal incorruptible que lo corrompe todo. A pesar de  sus desesperados esfuerzos, no ha podido despojarnos el adversario del oro negro ni del dorado. Todas sus agresiones siguen teniendo por objetivo arrebatárnoslos. Repitamos lo obvio: disponemos de la quinta parte de las reservas de hidrocarburos que hacen funcionar el mundo; de la segunda  reserva de oro del planeta. Incluso con la producción disminuida a millón y medio de barriles diarios, ello nos asegura un ingreso de 47.000 millones de dólares anuales, suficientes para repotenciar PDVSA, pagar los vencimientos de la deuda externa  y estabilizar la economía. Crimen sin nombre sería entregar la gallina de los huevos de oro para conjurar un supuesto default, cambiarla por un plato de lentejas para refinanciar deudas que jamás debieron contraerse, subastarla por el mendrugo de un miserable soborno.

As de bastos. El basto es tierra, retoño, arma del invencible Hércules, cetro de los primeros reyes, falo, bastón de mando,  poder generativo de la naturaleza,  de la agricultura, de la cría. Una campaña de calumnias nos difama como país incapaz de producir lo que consumimos. Hasta hace unos cuatro años, según las últimas cifras disponibles de las Hojas de Alimentación, producíamos el 88% de nuestros alimentos. Por eso, en medio de la escasez programada, nunca faltaron las verduras que no podían ser acaparadas. Un oligopolio de una docena de empresas distribuidoras intenta aniquilar la rama floreciente de nuestro agro. Mejor podarlas, que permitir que la fecunda selva acabe en desierto.

As de copas. Copa, caliz, matriz, sangre, agua,  cofre, vida, corazón.  La copa sólo recibe para dar. Es la femineidad protectora, la promesa de satisfacción de las necesidades primordiales. La copa redistribuye para todos lo que antes era de pocos o de nadie. Sólo es nociva cuando conduce a la embriaguez y el derroche que se dispersa en el  vómito.  La dispensadora de la abundancia nos elevó del Nivel de Desarrollo Humano Bajo al Nivel de Desarrollo Humano Alto, nos convirtió en el país con menor Índice de Desigualdad de la América Latina capitalista. Si no entregamos el oro, tendremos siempre la copa para beber nuestro sudor multiplicado en vida.

As de espadas. Espada, símbolo de la cruz, del discernimiento entre el bien y el mal, de la justicia, del poder.  Ni el oro deslumbrante, ni la generosa naturaleza, ni la convidante copa son nada sin la espada que las defienda. La autoridad del Estado evita que la riqueza devenga botín de los predadores. Con todos sus defectos, debilidades y omisiones, Venezuela ha templado una espada de doble filo que durante dos décadas ha resistido las más abruptas pruebas sin quebrarse: la organización política mayoritaria, y las Fuerzas Armadas.  Los  enemigos externos  vacilan ante un cuerpo del ejército de 315.000 efectivos y una  reserva de unos 438.000, ante una coalición política que ganó 23 de 25 consultas electorales.  Esos poderes, que han contenido la amenaza externa, deben conjurar la interna. Cortar la infiltración paramilitar que  crea una parasociedad, una paraeconomía, una parapolítica. Cauterizar fronteras que son más bien heridas. Controlar con el filo de la justicia la corrupción y la docena de empresas que programan la muerte por  hambre de treinta millones de venezolanos.

Nunca tuvo país alguno tan espléndida mano para la partida de la victoria. De nosotros depende no entregar ni malversas esas cartas triunfadoras. Necesario es vencer: también es posible.

                             EXVOTOS

     Aquí ve usted la ristra de los exvotos que a lo largo de los años se fueron depositando ante la imagen gloriosa de San Miguel. Corresponde cada dije al agradecimiento por un verídico milagro.

     Era poderoso el sonajero de exvotos: daba aparente fe de la competencia del Santo. Pero también acentuaba su preocupación el tener tantas causas que defender y ninguna que dejar en otras manos, pues no había otras que intercedieran por nosotros.

     Aquí tiene usted este exvoto en forma de barquito, de un modelo arcaico y orfebrería minuciosa. Ocurrió quizá en peligrosa ocasión, cuando perseguían los corsarios el patache de don Juan Mendes y vino a refugiarse en la desembocadura del río y un caballero con gran resplandor de armas intimidó a los herejes impidiéndoles el desembarco.

     Casita con torre, quizá el mismo templo que era la primera gran edificación de los vecinos y se usaba más que como iglesia como fortaleza contra demonios del mar y  salvajes.

     Dejemos de lado estos triviales testigos de pertenencias salvadas, casa, ganado, caballo o barca. Ha tiempo se perdieron o cambiaron de dueño.    

     Muchas serpientes hay. Esta culebrilla de plata quizá representa la sanación de picada de cascabel, sumamente abundante. Milagro ha de haber sido, pues la sutil ponzoña necrosaba los miembros y muchos expiraban en el monte antes de haber comunicado su desgracia. Todo tiene remedio, menos la muerte.

     Un exvoto de plata manchada en forma de cunita quizá refiera  la larga rogativa por la fertilidad de la chozna Onésima, que tras peregrinar y acoger largamente peregrinos alcanzó por fin la dádiva que extendió su linaje. A partir de ésta abundan las cunitas, de latón o de plata. Se percibe el favor de la fertilidad o la curación de un niño, que morían muchos en proporción de tres a uno por las delicadezas propias de su infancia.

     Este pequeño pie encontró o quizá no encontró su camino. Anduvo por tantos suelos y sufrió tantos roquedales sin poder ni siquiera mirarlos hasta el último paso.

      He aquí otro pie con sandalias como de peregrino. Ingrimo y sólo está entre las demasiadas muletas. Fue quizá el pie de don Luque de Vivar, que tanto anduvo que vio El Dorado. Puede haber huellas suyas en el intrincado suelo de las selvas donde el mundo termina. La intercesión milagrosa le permitió quizá volver sobre sus huellas hasta confundirlas con las de todas las gentes.

     Hay muchos exvotos de latón y de estaño de la época difícil de la Guerra a Muerte cuando se necesitaban tanto los prodigios y tan poco había con qué agradecerlos. Muchas son las muletas de heridos que pedían el restablecimiento sin saber que el milagro había sido la salvación de la vida.

     Reaparece aquí el motivo del barquichuelo, de un modelo arcaico pero que quizá corresponda a las piraguas en las que huyeron tantos de la Guerra  Federal hasta dar en  Curiapo con la última orilla del Orinoco.

     ¿Será este brazo llagado de los tiempos de la peste, cuando la ciudad era ya diócesis? ¿O fue este cráneo roto hito del gran temblor de tierra que perdió a la Primera República?

     En estas manecitas ya hay una clave del misterio, que sólo lo agudiza. ¿Aclara o enturbia algo el gesto bendiciente de índice y medio juntos y pulgar opuesto a corazón y a meñique? ¿Es ingenuidad o burla la mano que hace los cuernos con  meñique  e índice? ¿A quién apunta el índice solitario, quién huyó de su señalación hasta el final y la consumación de los siglos?

     Hay narices, salvadas quizá de un golpe o de bubas. Puede ser que olieran los jazmines del pueblo, que eran famosos.

     Corresponde este tubito de plata a un exvoto de la garganta. Eran muchas toses que se paliaban con miel de abejas silvestres, el panal entumido en el frasco, y a pesar de ellos no se salvó mucho joven.

     Esta oreja posiblemente oyó el mal y éste se deslizó  serpenteando por las circunvoluciones de sus surcos hasta la crasa herida del tímpano. Por allí llega la perdición facilitada por la suavidad más directamente que por la vista.

     Un ojo maravillado configura este exvoto: abierto, sus grandes pestañas irradian ansiosas de contemplar. ¿Quién salvó la visión para las cosas fugitivas del mundo? Contempló quizá la fundación del pueblo y quizá se cerró poco antes de su disolución. Miró desde siempre tantas amarguras y faltas, tantos que vinieron y ante la imagen suplicaron en vano.

     Hay unos cuantos exvotos en los que están patentizados muelles y voluptuosos senos. Nadie sabe si éstos al fin dieron leche o encontraron quien los besara o remitieron de mala tumoración. No posibilito que fueran ofrecidos en pago de satisfecho deseo. Qué niño dormiría sobre este regazo. No hay exvoto de otras partes, quizá igual de perturbadoras y  más de afligidas.

     Hay también  bocas como  beso estampado en metálica plata. Dijeron quizá sus oraciones porque en lo precario de esas vidas todo era un rezo.

     Quién explicará este corazón. O bien testimonia la cura de palpitaciones o el encarnizamiento de mal de amores. Qué ingrato o ingrata lo hizo sufrir tanto. Las pasiones eran imposibles en este pueblo cuando mediaba la sangre o la muerte. Hay muchos. Sólo se diferencian en el grosor o tamaño.

     Se sabía muy poco de la mecánica de los órganos. Se presentan aquí las vísceras como aparente sede del dolor, mas no con valor de diagnóstico, que aclara tanto. Hay  en los exvotos entonces también el error y la confusión y ni siquiera en cosa tan seria como el milagro está la verdad representada.

     Hay estos curiosos conos en forma de lágrima, quizá vejigas aliviadas o derramado llanto.

      No se ven aquí las figuraciones del terremoto o del diluvio que hacen creerse al hombre abandonado en el mundo. Sólo lo que toca o hiere su cuerpo se vuelve alegórico.

     Hay trocitos de plata inexplicables. A saber vaya usted cuál de éstos es el exvoto de la fiebre y cuál el de los malos sueños.

     Había también aquí el posible daño de lo Innonmbrable, que extraviaba tantas almas. ¿Cómo representar la pesadumbre que acometía en la soledad? Puede ser que esta cruz represente la remisión de una pena, o su aceptación resignada, que es como cargarla a cuestas.

     Ve usted entonces aquí sin nombre nuestra historia, que es la de nuestros dolores. Unos son toscos, otros delicados. Falta también todo nombre de orfebre, y esa omisión nos acerca más a ellos.

     En verdad estos exvotos muestran la prolongada ingratitud del humano. Si consideramos la numerosidad de los organos, el verdadero milagro es que permanecieran durante tanto tiempo incólumes. Mas: el milagro sólo recuerda la imperfección y la penuria del sistema: nunca su patente gloria.

      Si esos tantos huesitos que damos a la huesa representan lo que quedó de nuestras vidas, son los exvotos como las cenizas de nuestra alma:  desnudas en el instante en que su precariedad palpó la  esencia verdadera de lo divino, que sólo para esconderse se aparece.

     El órgano sólo se transfiguró en espíritu atenazado por la urgente amenaza de la pudrición o del daño. Arrojó entonces esta pequeña perla de sufrimiento, como testimonio de una voluntad de recuerdo que era realmente de olvido.

     Está el exvoto del robo de los exvotos. Ello fue hecho por persona encallecida en el mal y la encontraron muerta en el borde de un camino con la ristra de los exvotos como cascabeles en torno de la garganta.

       Hay en fin este corroído exvoto en forma de luna, inexplicable.

     Salvados, rescatados, recuperados, ¿dónde están ahora?  Callaron las sanadas gargantas y se cerraron los iluminados ojos y los miembros descansan.  La misma imagen fue desaparecida porque echó a andar por este mundo o según dicen otros por latrocinio de modo que nos quedamos sin patrono en este pueblo que lo había perdido ya todo. Descansó así de su trabajosa intercesión ante un Dios tan difícil.
    
     Podríamos en realidad con estos exvotos recomponer un ser todos y cada uno de cuyos miembros devorado estuviera de ruina. El creyente perfecto sería este ser precario, el totalmente afligido, porque para reponerse requeriría no uno, sino mil milagros, o el que anima con el inexplicable temblor de la vida tantas piezas dispersas.

      Ahora pienso yo si juntando tantos ojos manos piernas de los milagros del Santo no sería posible tener el Santo mismo, o si la fe lograría el milagro de la restauración de los fragmentos que nos lo restituyeran íntegro y glorioso.

     O si fue su intento repartir su cuerpo en estas medallitas o palabras como advirtiéndonos que contra la final dispersión no hay remedio.

     Camina en el recuerdo el Santo con centenares de pies y decenas de ojos rescatados. Otro santo luminoso mora en el amanecer, que es el de los favores concedidos y no agradecidos, y otro vaga por la noche: el de los favores no concedidos,  nube de sueños.

     San Exvoto podríamos llamar a este Santo sin nombre hecho no más de aquello que dio  a los hombres hasta agotarse totalmente en su destructiva munificencia, pues no dejamos más que nuestras obras en manos de la nada.

     Quizá él exista o quizá no sea más que pedazos, voces, nombres, sin relación los unos con las otras.

     Este es el verdadero santo: y su obra somos.
                           


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