sábado, 16 de febrero de 2008

EL LIBRO



Tuvo la experiencia común a toda la humanidad de haber leído un sólo libro. Una tarde de la niñez cansado por los juegos lo abrió y lo siguió hasta el final inesperado. Mucho tiempo lo olvidó debajo de la cama. Adolescente lo releyó fascinado por las figuras femeninas. En la juventud fue el protagonista y encontró en su vida real los otros personajes. Tomó gestos del héroe como decálogo de conducta. A punto estuvo de terminar su vida como él. Muchos años dejó el libro en una gaveta. Lo hojeó al azar. Encontró raros ritmos en la prosa. Cosas por decir más allá de lo decible. Años más tarde lo halló en el fondo de un escaparate. Algo no estaba bien. Lo que había parecido elegante triunfo del protagonista era quizá derrota. La solución era a lo mejor entrabamiento. El fin sugería otro comienzo. El libro amarilleó en el fondo de una maleta. Allí lo encontró antes del viaje. Posiblemente el autor había puesto cada palabra para que fuera comprendido lo contrario. Otro vez lo rescató de una papelera. Podía ser que la transparente historia no fuera anécdota sino emblema del desorden del mundo. Luego localizó el volumen entre cartas viejas y un cortapapeles oxidado. Evitó abrirlo, cansado de sustitutos de la vida. Volvió al ejemplar después de un desastre. Se le antojó que el trivial enlace de anécdotas era revelación total, y culpa suya la incapacidad de penetrarla. Se sorprendió una vez recordando el libro enteramente distinto de como era. Inútilmente buscó en él frases o pasajes que creía recordar perfectamente. Lo abandonó para siempre. Una tarde de tedio lo reencontró entre un desorden de papeles. Las palabras le remitieron a los olores y sonidos del mundo en cada una de sus anteriores lecturas. No volvió a encontrar jamás el libro original. Compró en un remate el mismo título. Lo releyó con el desasosiego de que el formato, la edición o la versión lo enfrentaban a un libro diferente. Se acostumbró a consultarlo a la ventura, como oráculo. Cifró letras y palabras buscando en los números el rigor que estropeaban los vocablos. Se sintió llamado a comandar una religión o un imperio que hicieran el mundo a semejanza del libro. Soñó que lo leía y que a través de la óptica del sueño cada sentido era diferente. Otra vez entendió que el libro sólo era alusión o emblema de otro libro enteramente distinto. Evitó el tomo durante los años siguientes. Sus incidencias podían ser clave de un destino cuyo final no le interesaba anticipar. Alguna vez recayó en la tentación del descuadernado legajo. Encontró sólo mediocridad, prepotencia, artificio. Se maravilló de la inocencia que en tantas lecturas había creído encontrar tantas cosas. En otra oportunidad releyó de atrás hacia adelante. Sospechó que esa misma aridez era el encanto. En una temporada ociosa localizó volúmenes que comentaban el libro. Cada uno de ellos parecía referirse a una obra distinta. Perdió años urdiendo sistemas de interpretación que explicaban el libro. Cada uno era definitivo y diferente. Luego extravió voluntariamente el amasijo de hojas tan distintas cada vez que las miraba. En la lectura final intentó leer lo que sucedía, no en la hoja borrosa ni en su mente sino en el combate entre ambas que era leer. Al pasar los ojos sobre las manchas de tinta las encontró vacías de sentido. Descansó profundamente.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Acabo de leer tu cuento. Me hizo recordar algún pasaje olvidado de Borges, algunos momentos sospechosos de mi vida. Pensé por un momento que era un círculo concentrico o varios que caín o se lanzabandesde lo alto del aire como la rapiña que va a cazar su presa . Pesé en la Alejandra de Ernesto Sábato mientra subía por la escalera del viejo y quejumbroso edificio que ardió por el incesto y la falsa identidad de la vida.

Anónimo dijo...

Acabo de leer tu cuento. Me hizo recordar algún pasaje olvidado de Borges, algunos momentos sospechosos de mi vida. Pensé por un momento que era un círculo concentrico o varios que caín o se lanzabandesde lo alto del aire como la rapiña que va a cazar su presa . Pesé en la Alejandra de Ernesto Sábato mientra subía por la escalera del viejo y quejumbroso edificio que ardió por el incesto y la falsa identidad de la vida.soy miguel viloria atracadero@yahoo.com.ar