viernes, 26 de noviembre de 2021

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Un resultado electoral es un mensaje; por la cuantía de quienes lo suscriben es obligatorio interpretarlo.  El que un pueblo persista en su apoyo a un proyecto político a pesar de que para separarlo de él  desde 1998 se le han infligido toda suerte de  amenazas, agresiones, sabotajes, invasiones  infamias, latrocinios  y  privaciones, agravadas y recrudecidas  desde 2013, es muestra de alta conciencia y  poderosa confianza en sí mismo. El pueblo no ha cambiado: cambiar de proyecto sería cambiar de pueblo.

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Según cifras del 22 de noviembre, votó el 42,26% del padrón electoral; la abstención bordeó el 57, 74%. Recordemos que en Venezuela la concurrencia para elecciones regionales siempre ha sido históricamente más baja que para las presidenciales. El año 2000 se realizaron conjuntamente comicios presidenciales y regionales y la abstención fue del 44% en ambos rubros; cuando el mismo año se efectuaron elecciones separadas de relegitimación de poderes, la abstención para las regionales se elevó al 78%, en plena efervescencia política por la declinación del bipartidismo. Sincronizar los demás comicios con la debatida elección presidencial parecería la fórmula para evitar la abstención.

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Según José Gil Yepes, director de Datanálisis, en septiembre de 2020  una encuesta arrojó el resultado de que un 62,2 % de los encuestados  no respalda  al gobierno ni a la dirigencia opositora. Son datos que encuentro difíciles de creer en un país con alto tenor de pasión política. No sabemos si por casualidad, la supuesta cifra de indiferentes encuestados se parece a la de abstencionistas actuales. Ausentismos electorales determinaron la escasa ventaja electoral en la elección de Nicolás Maduro en 2013, o el triunfo opositor para la vergonzosa Asamblea Nacional Legislativa de 2015, cuya complicidad en el saqueo de los bienes de Venezuela en el exterior todavía estamos pagando. Así como hay un  voto castigo, puede haber una abstención castigo. Para evitarla, averiguar sus causas.

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En todo caso, presenciamos un nuevo mapa electoral rojo rojito. Bastiones tradicionales de la oposición conservadora, como Mérida, Táchira, y Trujillo, ostentan ahora gobernadores del PSUV. Ello es particularmente positivo en el caso de los dos últimos, situados en zonas fronterizas calientes propicias a todas las infiltraciones. También es positivo que tenga gobernador bolivariano Apure, escenario de agresiva y bien pertrechada invasión paramilitar. Caracas, tradicionalmente desgarrada entre autoridades divergentes en su puerto, su alcaldía y su zona mirandina, puede ahora desarrollar planes e iniciativas coherentes e iniciar el proceso hacia su indispensable unificación territorial e institucional.

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Sensible es la victoria opositora en Zulia, estado fronterizo con la mayor demografía y desarrollo económico del país, con personalidad e idiosincracia propias. Tanto la región como  su capital han sido perdidas y ganadas por el bolivarianismo en diversas oportunidades; está por delante una intensa tarea para recuperar sufragios. En  Cojedes, Acción Democrática gana por fin de nuevo una gobernación, apenas 31 años después de que su dirigencia se entregó al neoliberalismo. Da qué pensar.  En Nueva Esparta se han adelantado todas las políticas de Zona Franca o de Zona Especial y  economía de garito que se anuncian como mágica redención para el resto del país. Mágicamente, lo que parecen haber fraguado es la derrota del PSUV. Tahúr no cree en socialismo; es peligroso que los socialistas crean en tahúres.

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Informa el CNE que la oposición obtuvo 4.429.157 votos, 51,3% del total, y el bolivarianismo 3.722.356, el 45,7%. Desunión, rencillas internas y sobre todo falta de planes coherentes  impidieron  a los opositores traducir ese caudal en poder efectivo. Programas confusos, ambiguos, contradictorios, palpablemente falsos  o divorciados de las prácticas reales acarrean  dispersión y  desperdicio de votos.

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¿Se respetarán los resultados? He señalado que quienes más abominan de los comicios son quienes más creen en ellos. En vísperas de la elección para Asamblea Constituyente, nuestro país era un avispero, con pandillas conflictivas cerrando calles y quemando vivos a ciudadanos que se les antojaban chavistas. Los más de ocho millones de votos por la  Constituyente cayeron sobre la violencia frenética como un balde de agua helada. Aunque en público desacreditaron los resultados, en privado guardaron sus yesqueros y  bidones de gasolina para mejor ocasión. Jorge Rodríguez señala acertadamente que “está apareciendo otra opción opositora, diferente del extremismo”, posiblemente orientada hacia los liderazgos de quienes ganaron parcelas electorales reales en el país y no hacia fantoches fraguados en Washington.  Sin duda que Joe Biden seguirá creyendo a pie juntillas en los 22.000 votos certificados por el Consejo Nacional Electoral que antaño eligieron a un ex diputado que él confunde con un presidente, y rechazará los 8.151.793 certificados actualmente por el mismo organismo  que designan las nuevas autoridades. En vano será que siga reconociendo presidentes de papel y embajadores de papelillo: las autoridades efectivas en Venezuela no son otras que las elegidas por los venezolanos. Apenas el Secretario Anthony Blinken se atreve a declarar que “el acoso a los opositores, la censura a los medios y otras tácticas antidemocráticas aseguraron que las elecciones del 21 de noviembre no fueran ni libres ni limpias”. Obsérvese que tacha supuestos procedimientos anómalos de campaña: no se atreve a cuestionar  resultados. Por el contrario, el Informe de la Misión de Observadores de la Unión Europea destaca que "la actual administración del CNE ha sido la más equilibrada que ha tenido Venezuela en los 20 años", y Jordi Cañas, jefe de la delegación del Parlamento Europeo, aprueba como positivo el correcto funcionamiento de la votación electrónica". Se acabaron los autoelegidos que sólo sirven para robar bienes de Venezuela situados en el exterior. 

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En nuestro país en 22 años se han desarrollado 29 procesos electorales. Nunca se puede decir que en un país hay demasiada democracia, pero el ritmo de consultas, que llegaba a una y un tercio por año, por momentos perturbaba el desarrollo de la vida normal. La Mega Elección facilita un lapso  de cinco años sin premuras comiciales. A  aprovecharlo todos.

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