Los animales transponen la
loma. El sol poniente les hiere los ojos. El cansancio los derriba en la
informe oscuridad. El sueño les brinda refugio contra los terrores del día. Uno
solo de ellos continúa resoplando. Tras sus párpados, el sol se resiste a morir.
Con él sobreviven los pánicos que ha iluminado. El animal se remueve. Lo hiere
el chirrido de los insectos. Lo embriaga el olor distante del agua. El animal
se incorpora.
El
animal husmea. Trota alrededor de los cuerpos acostados. Trota por la ladera
erizada de matorrales secos. Las espinas le trazan tatuajes de sangre. Su trote
tritura huesos dispersos y caparazones de insectos. Las nubes huyen por el
cielo. Sus bordes adoptan las formas de todas las cosas. El animal se detiene.
Las estrellas giran a su alrededor, como bestias de presa.
La luz
de la luna enciende todas las cosas. El animal salta. El animal cae. Vuelve a saltar.
Salta una y otra vez. Se detiene. Su corazón golpea como un animal atrapado.
Bajo la tierra golpea otro corazón. El animal respira. El mundo entero se
detiene.
El
animal olfatea. El mundo se intensifica, como un latido. Un escalofrío azota al
animal. Sus músculos se hacen un solo nudo. Sus miembros dejan pasar un
torrente desconocido. Un relámpago lo inmoviliza. Una dolorosa laceración
recorre su piel. El animal abre los ojos.
En
ellos se hinca el cuerno de la luna.
Por
ellos entra el torrente de la visión.
El
animal salta.
Por el
suelo viaja una luna de oscuridad.
El
animal salta.
La
luna embiste el vientre de los cielos.
El
animal salta. El animal reconoce su propia sombra. El animal salta. Hasta la
fatiga y más allá de la fatiga. Su cuerpo espumajea de sudor y saliva. Su
sombra deja de ser su propia sombra. Como un latido, se extiende por el mundo.
El animal cae dentro de ella. El animal la traspasa. El animal cae por mundos
palpitantes. El viaje no termina nunca. Con los ojos cerrados, encuentra
caminos. Lo envuelve la niebla de su sudor. El relámpago lo inmoviliza en una
posición. De su piel erizada brota un plumaje de luz. Sus alas cubren la noche.
Vuelve por senderos de vibración y de vértigo. Su plumaje nace y se consume
alimentándose de los infinitos soles. Remonta hasta el primer sol. Y de éste,
se devuelve hasta el último. Ve conectarse dentro de sí todas las posibles
formas. El poder brota de su interior como la sangre de una inagotable herida.
La luna se levanta con un rojo de incendio. Aniquilando las visibles estrellas.
El animal ve el fin de ellas. Y todos los fines que esta agonía alumbra. Ve las
veredas de los futuros de todas las cosas. Es arrastrado por todas y cada una
de ellas. Su sombra se ramifica, como un árbol. La tierra comienza a girar. El
animal ve su propia sombra, girando. A su alrededor, gira un remolino de
moribundas estrellas. Con ellas, cae hasta las fiestas remolineantes de la
tiniebla. La carne del animal pasa a ser carroña. Su carroña al final espejea,
como un hueso. Sus huesos al fin se disuelven, como piedras. Las piedras se
encienden en luz. La luz incendia su plumaje. De su plumaje nacen nuevamente sombras. Sombra de las sombras, el animal las
imita. Al ser sombra de ellas, se apodera de todas las cosas,. Imita el gesto
de la garra, de la aleta, del tentáculo. El movimiento de la serpiente, del
pez, la pantera. La presencia del matorral, de la gota del guijarro. El animal
recorre todos los posibles senderos. Su cuerpo hierve por la abrumación de las
cosas. Se estrella contra lo que puede saber sólo destruyéndose. Se detiene un
instante, sólido y lleno por todas las posibles presencias.
El
vacío embiste contra él.
El
animal le arroja un alarido.
El
animal siente una herida atroz.
El
alarido se desprende desde el sueño.
El
alarido detiene el mundo de sombras.
El
tumulto de los insectos crece hasta ensordecerlo.
El
animal percibe que cada cosa tiene detrás de sí un alarido.
Vivientes,
palpitantes, sufrientes, las cosas esperan la herida del alarido. Prestas a
vivir y a morir por el rayo del gemido.
El
animal grita.
El
animal grita el alarido de la roca y el alarido de la sangre y el alarido del
dolor.
Y aun
contradice las sombras, arrojando contra la sombra de las espinas el alarido
del agua, y el alarido de los pájaros contra la sombra de las arañas.
Hasta
que la noche entera no es más que una zarza de alaridos. Sus encarnizadas
espinas perforando el tejido de todas las noches posibles.
Sus
encarnizadas espinas perforando el tejido de todas las noches posibles.
La
luna se hinca en el horizonte, desangrándolo en claridad.
El
animal se lleva las manos a los ojos, para defenderlos contra la dentellada del
sol.
El
hombre grita el nombre de la luz.
(TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO)
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