1
¿Cómo llegar al marxismo cuando una dictadura prohíbe libros izquierdistas? Leyendo pamplinas
anticomunistas. Cuando niño ingerí mi
ración cotidiana de Guerra Fría en comiquitas con buen dibujo
y pésima ideología ¿Cómo olvidar a los hoy olvidados Terry, Steve
Canyon, Johnny Hazard, Halcón Negro,
siempre aviadores, solitarios siempre,
siempre destruyendo países para evitar que se hicieran comunistas?
Olvidándolos.
2
En la maleta de mi primo el cadete Orlando Torrealba encontré el tremebundo Sinfonía en Rojo Mayor, supuestas memorias halladas con el cuerpo
de su autor José Landowsky en Stalingrado por un miliciano de la División Azul fascista.
Nada más convincente. Landowsky, médico
polaco refugiado con su familia en
un closet en Moscú, es llamado directamente por un José Stalin que lee
novelas policíacas en voz alta, para que intensifique las torturas alternándolas con estupefacientes.
La edificante tarea lo lleva a la embajada
soviética en París, donde encuentra atada a una argolla una joven desnuda
martirizada a latigazos. En España un joven oligarca chileno metido a comunista
se obsesiona por la virginidad de una camarada que se suicida al serle
encomendado obtener información a cambio de sexo. El servicial galeno practica
una experticia del cadáver para resolver el españolísimo enigma. Nunca se
explica cómo el médico más rodeado de espías del mundo pudo escribir 500
páginas de tales majaderías sin ser descubierto. Tampoco por qué el “traductor”
Mauricio Karl, que las publica en 1953 en la España franquista, jamás muestra una línea del
supuesto original polaco. En cambio,
incluye la coartada del tahúr intelectual:
“Espero pruebas en contrario”. Pero la prueba de un disparate corresponde a
quien lo sostiene, no a quien duda.
3
Si la babiecada anticomunista tiene en Landowsky su Sacher Masoch,
encuentra su Corín Tellado en Alice
Rozembaum, alias Ayn Rand, rusa hebrea
emigrada a Estados Unidos que publica en 1938 su novela semiautobiográfica We the Living. En ella
el rico capitán naval Argounov y su hija Kyra viven en una parte de su mansión
de Petrogrado, cuyo resto los soviéticos expropiaron. Kira estudia ingeniería
becada por los malvados socialistas; su
corazón oscila entre dos amores. El aristocrático haragán Leo Kovalensky la
seduce, trafica en el mercado negro, la engaña como gigoló de Antonina Pavlovna. El
revolucionario Andrei Taganov se prenda de Kira, le consigue trabajo, asiste a
la ópera para complacerla, le advierte que evite los negociados de Kovalensky.
Cuando éste es encarcelado, Taganov extorsiona a un jerarca para que libere a
su rival y después de asegurar la impunidad de su amada se suicida. Sin chulo y sin
revolucionario, Kira huye por la
frontera hacia Latvia y cae abaleada por un guardia. Nunca se pregunta si es mas viable una sociedad de Taganovs que
otra de Kovalenskys. Tampoco se lo
pregunta la autora, y los lectores, quién sabe.
4
Macho man de las patrañas anticomunistas es el
enigmático Julius Hermann Krebs, alias Jan Valtin, quien dice haber sido agente
de la Internacional ,
pero al
cual la Oficina
de Inmigración de EEUU considera “agente de la Alemania Nazi , cuyo
prontuario demuestra que es completamente indigno de confianza y amoral”, mientras
el New York Mirror lo acusa de “haber
perpetrado un gigantesco fraude literario”. Estas credenciales le ganan en 1947 la nacionalidad
estadounidense. Las 800 páginas de su imaginaria
autobiografía La noche quedó atrás
(1940) aspiran a Biblia antisoviética, pero ¿Por qué presentan a los jóvenes comunistas como la
única fuerza que en realidad combate al fascismo? ¿Por qué los camaradas son
rigurosamente descritos como hombres que
sacrifican todo por sus ideales, imperturbables ante
clandestinidad, exilio, tortura, muerte? ¿Por qué su único pecado parece
ser el fraccionalismo? ¿Por qué al concluir la última página dan ganas de
acompañar esa legión de héroes?
5
En esas majaderías empleábamos
nuestros primeros años, y miren en lo que paramos. Así como las ramplonerías anticomunistas pueden llevar al lector al socialismo,
las seudorevolucionarias pueden despeñarlo en el neoliberalismo. No escribamos
sandeces.
TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO)
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