sábado, 14 de enero de 2012
COLLAR
La primera perla es perfecta como una luna. Mirándola muy detenidamente, en su fulgor se ven hileras de hombres desnudos que corren por una playa árida, como la luna.
La segunda perla es transparente, como una burbuja. Los hombres desnudos, obligados a hundirse en el mar, dejan escapar el resuello en el terror de la muerte, y la última burbuja del aliento es como perla.
La tercera perla parece el ojo del pez inmenso que mira a los hombres desnudos debatirse en las aguas; y embistiendo al más lento de todos, ataca.
A partir de la cuarta, las perlas tienen un tono rosado. Los hombres de piel lunar de las piraguas obligan a sumergirse a los hombres desnudos en el agua rosada, hasta que ésta se hace color vino.
La quinta perla es un sol que chisporrotea al caer en un mar sangriento. Del mar ensangrentado por los grandes peces trepan a las piraguas hombres desnudos cuyas narices o cuyos muñones sangran. Estos últimos son devueltos al mar.
La sexta perla es blanca, como la salina por la cual los hombres desnudos son obligados a correr mientras en la reciente noche centellea el chorro de sal del Camino de Santiago.
La séptima perla resplandece como una nebulosa. Contra el fulgor nocturno de la salina los contramaestres cuentan el collar de hombres desnudos amarrados por el cuello, que disminuye con cada nueva perla que se añade al montoncito en el yelmo grisáceo como la caparazón de un cangrejo.
Dura como el ojo de un crustáceo, la octava perla mira caer las exhalaciones, intranquila. A la furtiva luz de éstas, el contramaestre perfora de un ballestazo la cota de malla del alabardero que intenta meter la mano en el yelmo.
La novena perla es como la espuma donde sumergen al alabardero con las vísceras hendidas. Las olas destiñen naipes de pergamino, cuyas figuras saldrán al azar sobre las arenas.
La décima perla, defectuosa, tiene aún una arenilla, y sin embargo pagan con ella al piloto que capturó los indios esclavos y procuró las sogas y las piraguas.
La perla once la extrajo el piloto expertamente del ano del contramaestre degollado, sabio en raterías, mas no en esgrimas de estoque.
La doce estaba en la boca del grumete decapitado.
La trece, en el estómago del remero desventrado.
La catorce, quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho y diecinueve se parecían a los dientes de los hombres que las pescaron, también degollados para que no dieran testimonio de la rapiña, aunque no hablaban lenguas de cristianos.
La veinte, inmensa, compró la complicidad del escribano. La veintiuno, roñosa, el silencio del cartógrafo. La veintidós fue para pagar el flete de la nave que volvía cargada con cestas de perlas sangrientas. La veintitrés, para ablandar al funcionario de la Real Hacienda que debía reclamar el quinto del Rey. La veinticuatro, para pagar a Monseñor el impuesto de doctrina a fin de difundir la fe de Nuestro Salvador entre los esclavos.
La veinticinco, la más hermosa, fue para corromper a los jueces que juzgarían al Almirante por no declarar el quinto de las perlas que había de pagarse a la corona.
La veintiséis, inexplicablemente perdida.
La veintisiete, perforada, decidió el ánimo de la doncella de piel perlina, que por sus mañas pudo ir añadiendo todas las otras al collar.
La veintiocho delató la traición, que llevó al capitán a apretar con él el cuello nacarado de la muchacha.
Su cuerpo estrangulado resplandece, como una perla.
En ella se ve repetirse eternamente el círculo del collar, perfecto como el de la luna.
(FOTO/TEXTO:Andanada, Luis Britto García)
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