Luis Britto García
Nuestra Guerra
de Independencia fue a la vez contienda
convencional y Guerra Cognitiva. Todo
conflicto y la resistencia a él requiere la constitución cultural de un Sujeto. Nuestra liberación requirió la definición del Sujeto Venezuela
como ente autónomo y distinto de la España Imperial. Andrés Bello escribió una Gramática para uso de Americanos, para
diferenciar nuestro castellano del peninsular. Simón Rodríguez desarrolló una
filosofía de la educación, para liberarla de la pedagogía clasista, retórica y
escolástica de la metrópoli, Bolívar
liberó indígenas y esclavos e igualó pardos a fin de incorporarlos en el nuevo
Sujeto de la República. Todavía más lejos apuntaban nuestros libertadores: a un
Sujeto continental, la Patria Grande
Americana, prevista en el Incanato de Francisco de Miranda, esbozada en el
Congreso Anfictiónico de Panamá, y dentro de ella, a la Unión de Venezuela, la
Nueva Granada y Quito en el cuerpo político denominado en ese entonces
Colombia.
En la confrontación independentista los adversarios intentaron definir un Sujeto diametralmente opuesto. El pensamiento mantuano denigró de nuestros pueblos como inferiores; el positivismo de Indias todavía los estima súbditos congénitos de las potencias hegemónicas. La lucha por la Identidad es el esfuerzo de constituirnos como Sujeto, diferenciado de explotadores y opresores, con derecho a ambicionar nuestro propio Objeto del Deseo: la igualdad social, el desarrollo de nuestras capacidades creativas y productivas, la independencia económica, tecnológica y cultural. La obsesión de Trump por descalificarnos como malhechores, capturados por caza recompensas, internados sin fórmula de juicio en campos de concentración extraterritoriales, es una ofensiva para destruirnos como Sujetos y castigarnos por serlo. La Guerra Convencional aniquila vidas, la Cultural identidades.
La definición de los actantes en
la Guerra Cultural o Guerra Cognitiva depende así en gran parte de la
determinación del Sujeto. ¿En
definitiva, qué somos, vale decir, qué defendemos? ¿Un proyecto de colaboración
de clases? ¿Una sociedad escindida entre explotadores dueños de los medios de
producción y explotados sin propiedad? ¿Un bazar para inversionistas foráneos
privilegiados con inmunidad tributaria, recursos naturales y trabajadores
gratuitos? ¿O un proyecto socialista, con propiedad social de los medios de
producción, trabajo de cada quien según sus capacidades, remuneración de cada
quién según su trabajo y recursos firmemente apropiados para el interés
colectivo? Elegir lo que somos determina
en gran parte nuestro Objeto del Deseo,
y por consiguiente quiénes serán nuestros
Adversarios, Ayudantes, Destinadores y Destinatarios.
Toda guerra se libra por
conquistar un Objeto del Deseo o
impedir que lo logre el adversario; la definición de este propósito nos constituye o nos destruye. La batalla por
el Sujeto pasa por la constitución o
destrucción del Objeto del Deseo. Si
éste es definido de manera confusa, difusa o contradictoria, difícilmente se lo
logrará, o su conquista no producirá efectos positivos. En el orden interno,
postular como Objeto la colaboración de clases es vaciar de motivación un movimiento político. Tal complicidad fue
impuesta desde la invasión europea de la Conquista. En el orden externo, pactos
para asistirse recíprocamente en la preservación del statu quo no son instrumentos de combate, sino de sujeción. No otra
cosa era la dependencia del orden colonial.
Así, desde la invasión europea,
todas las instituciones, narrativas, signos y símbolos de la Guerra Cultural
están dirigidas a instilarnos como Objeto
del Deseo el parecernos a nuestros opresores. El realista,
y luego el pitiyanki o el servidor incondicional del capital foráneo son el
resultado de esta auto negación impuesta. Quien no sabe lo que es, no va a ninguna parte.
Nuestra elección de Objeto del Deseo lleva consigo la del Oponente y la del Ayudante. Estrategia invariable de todo enemigo es la de
presentarse como amigo. Pero nada más errado que asumir que nuestro adversario
nos proporcionará lo que queremos. El capital transnacional aspira a obtener
todo a cambio de nada. Privilegiarlo es despojarnos. Toda alianza tiene un
costo, hay que evitar la que implica perderlo todo.
Todo conflicto suscita también la
definición y a veces la creación de un Destinador
(el que nos proporcionará la paz, la victoria, la autonomía). Para
independizarnos debimos crear ejércitos republicanos; para afirmarnos, partidos
revolucionarios. Inducirnos a pensar que
capitales foráneos inmunes a la tributación y las leyes locales colmarán
nuestros deseos es la mayor victoria que puede plantearse el enemigo en la
Guerra Cognitiva.
Igual de trascendente es la
elección del Destinatario. Si los
esfuerzos de un conflicto han de
beneficiar a un tercero, o sólo a una clase privilegiada, o a un representante
del adversario, ganamos una victoria pírrica. La definición y elección de Destinador y Destinatario en definitiva deciden por quién y para quién se
librará el conflicto.
De la claridad y certidumbre al
delinear estas categorías y la forma de
manejarlas depende el desarrollo y la suerte tanto del conflicto de violencia física como el cultural.
Las líneas anteriores definen la estrategia, es decir, los fines
generales y últimos de la Guerra Cultural o Guerra Cognitiva. Para lograrlos,
se debe asimismo desarrollar una táctica,
es decir, la articulación, localización y formas de dominar los medios de
producción intelectual: los entes e
instituciones de creación, imposición y preservación de la superestructura
ideológica.
Ello requiere un censo de tales instituciones, de su lógica de funcionamiento institucional y material, sus necesidades y los procedimientos mediante los cuales crean y difunden imágenes. Es tarea compleja que debe examinar, entre otros, el aparato educativo; el de investigación científica; el de creación intelectual y artística, el financiero, el de información, el de entretenimiento, el religioso, el de administración financiera, los propios aparatos de fijación de la estrategia y la táctica de la Guerra Convencional. Así como el contingente de los intelectuales: los combatientes de la Guerra Cultural.
TEXTO/IMÁGENES: LUIS BRITTO


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