domingo, 6 de enero de 2013

PARARAZZI


Vea usted la primera foto que hice de Ella. Aquí, aspiranta a celebridad. El rostro que voltea desviándose del de la pareja en el primer vals. Flash en los ojos ¿Qué buscan? La cámara que los transforma.

Ahora esta secuencia obligatoria: Ella en equitación, Ella en tenis, Ella en cricket, Ella en la embajada. En ninguna toma fija la mirada en la yegua, la pelota, el bastón ni el agregado naval. Vuelve los ojos, no hacia mí, sino hacia la cámara. Sólo en una de ellas decae en la vulgaridad de reconocer al público y nos saluda.

En las copias anteriores hay súplica; a partir de esta secuencia Ella marca la distancia. Vuelve el rostro hacia las cámaras, pero las ignora, segura de ellas o porque los guardias nos mantienen alejados. La primera en la que tuve que usar teleobjetivo. Ella mira hacia las alturas pero es hacia nosotros que entreabre su boca y sonríe. No había nada gracioso en el cielo contaminado.

Desplegaba Ella una técnica de pasarela que reconocía yo, fotógrafo de modas fracasado, y que mis colegas agradecían. Buscar un centro virtual y bien iluminado en los salones. Mostrar los trapos como si no le importaran: el prestigio de éstos revierte a la modelo. Así pasó por bella.

Sólo a usted muestro esta secuencia de contactos: expresión de yegua cansada. Mirada de hipo. Mohín de zapato apretado. Síndrome de menstruación dificultosa. No las comprará ningún editor. Belleza y poesía no son más que eliminación de poses fallidas.

A partir de esta otra serie se notan las dificultades del trabajo. ¿Le parecen muchas? Usted las ve en un segundo. Cada una costó horas, días, semanas. Aquí un bobby se me interpone. Aquí un guardaespaldas me larga el gancho de izquierda que mereció contraportada en La Domenica del Corriere. Vea cómo caigo en la acera. Cada vez que mis fotos le abrían a Ella una puerta, ésta se cerraba en mis narices.

La foto suprema de la Boda del Siglo. Debí ser su padrino. La vía hasta la catedral estuvo alfombrada con mis portadas de revista. Su Marido no deseaba poseerla, sino hojearla. Celebridad es ser comprado en quioscos por chusma con ínfulas de oligarquía, y en vivo por oligarquía con gusto de chusma.

¡Hola! ¿Me escucha? Sucesos y matrimonios sólo son fotogénicos cuando terminan en catástrofe. ¿Por qué esa insistencia en una vida pública que convocaba muchedumbres de camarógrafos a testimoniar el aburrimiento de Ella durante el corte de cintas? ¿Para obligarlo a Él a corresponder con esta expresión de limón exprimido durante la entrada a la Opera? ¿Para ver estampada Ella en toda la prensa del corazón su sonrisa ante los avances del playboy del año en Mónaco? ¿Para retrucarle Él con el mudo bostezo en el desfile de canes de pedigrí? Ella abusaba del bofetón de la fotografía; Él no podía corresponderle sin perder la fotogenia.

Omito todo lo de la Ruptura, porque fue más pública que la Boda. Aquí el pañuelito que coquetamente limpia del ojo una partícula de hollín o una lágrima. ¿Quién sabe? se preguntaría París-Match. Mientras más interroga el letrero, más afirma la imagen.

Esta otra secuencia la llamo yo la de La Fugitiva. Se escondía de nosotros con tal tino que siempre estábamos miles por donde Ella posaba. ¿Dije posaba? No creo que las llamadas anónimas que nos avisaban fueran de Ella. El dinero que la Bella quita al poderoso se lo devuelve convertido en fama al pelagatos. La Bella se devalúa a medida que se revalúan quienes con ella comparten cama o cámara. Así sucedió lo de las Nalgas de Sangre más Azul del Mundo pudibundamente exhibidas en el muelle de Marsella y el mordizco de oreja furtivamente mostrado ante medio millón de esquiadores en Chamonix. Si fue o no una doble la del motel en la poco concurrida Frankfurt o la de los pezones fugaces en el discreto Carnaval de Rio sólo podría saberlo quien huye de la cámara, o quien está atado a ella. Los editores desechaban imparcialmente mis fotos de arquitectura o de violencia. La queremos a Ella, decían, negándome hasta los anticipos. Yo estaba más casado con Ella que su Consorte, que toda su galería de consortables.

Hay un momento en que la película y la celebridad se vencen y el fotógrafo debe notarlo. En el revelado se advierten estas granulaciones y en la celebridad la nueva emoción del horror hacia el lente. Pero, ¿por qué ese asco hacia lo que no ha hecho en toda su vida más que devolverle su imagen? Un espejo puede ser vicio o tormento. Examine los fondos de clínicas, de safaris y de misiones religiosas. El rostro decae, se realza el escenario. El tema de la fuga de los novios se repite, se multiplica, se acelera: demasiados novios, excesivos vehículos, sobra de persecuciones. Recurso de productor para animar el último rollo de película mediocre.

Y aquí está la Joya de la Corona, la Ultima Foto, objeto de culto mayor que la Ultima Cena. Sí, disparé el obturador mientras Ella huía hacia la fatalidad y el accidente. Dicen que la maté. A lo mejor fue lo contrario. Tomar la última foto no fue más inmoral que tomar la primera. Ambas se parecen. En ninguna de las dos ve Ella la Muerte que se aproxima. En ninguna presta atención a ningún rostro cercano. En ambas vislumbra la felicidad. En ambas su mirada encuentra algo más allá del campo visual y del tiempo mismo. Sí, el verdadero objeto de su amor. Mi cámara.

(ARCA. Texto: Luis Britto)

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