Olas como arietes blancos disgregan
costas de dolorida oscuridad. Hace millones de años el centro de la
tierra escupió lava color fuego que cristalizó roca color carbón. Me petrifico para poder advertir las
presencias. Entre grietas oscuras se escurren casi invisibles cangrejos negros.
Más allá se calientan al sol crepuscular
iguanas marinas color de noche. De roca en roca enlutada vuela un
pajarito sombrío. Los vulgarizadores presentan las islas Galápagos como Paraíso
donde las especies no conocen predadores ¿Por qué todas juegan a la
invisibilidad? Contra el poniente
surfistas acuclillados se pasan
cigarrillos con olor de trueno.
Itabaca
Madrugar en Puerto Ayora, cargar equipos de buceo en la camioneta perforar la
niebla andina que cubre la vegetación de trópico, plátanos, cocos, lechosas,
esquivar vacas y perros que no se apartan como si no conocieran predadores,
acelerar por la reserva desértica donde brotan colinas como fumarolas hasta el
canal de Itabaca y la lancha Vaya con Dios, navegar entre vientos que cortan el
aliento hacia bahías heladas, islas arenosas donde nos asestan sus miradas
curiosas los lobos marinos.
Santa Cruz
Me interno isla adentro. Las especies
juegan a la evolución para esquivar la
muerte. Cactus gigantescos
desarrollan troncos leñosos para
que las espinosas tunas estén fuera del alcance de los hervíboros. Iguanas
terrestres elaboran pieles color de
tierra rojiza. Por el suelo arcilloso picotean pajaritos color de barro.
Los galápagos rumian fortificados con
descomunales caparazones de casi metro y medio de largo. Un pájaro
vistoso se posa sobre ellos, picotea, vuela. La vida perdura con la máscara del
engaño, el refugio de la coraza, el ala de la huída, el simulacro de la
multiplicación.
Dafne
En medio del mar helado dos peñascos volcánicos como
montes lunares demolidos que levantan a los cielos formas
devastadas. Me sumerjo en aguas inescrutables por el acantilado tapizado de algas otoñales: rojas,
amarillas, anaranjadas, castañas. Cruza un perezoso tiburón martillo. Desciendo
tras él hasta que los colores
entristecen. Un lobo de mar danza en círculos mientras bajamos.
Darwin
Veo esplendores sabiéndome invidente. En las
caparazones de los galápagos donde sólo percibo corazas discriminó en 1835
Charles Darwin once especies, cada una de la cuales habita en específicas
islas. Donde me aturde la algarabía de
los pájaros, distingue Darwin que cada isla aloja una especie distinta de
pinzón, algunas comedoras de semillas, otras insectívoras, otras perforadoras
de madera. Charles Darwin garrapatea en una libreta: “cuando veo estas islas,
próximas entre sí y habitadas por una escasa muestra de animales, entre los que
se encuentran estos pájaros de estructura muy semejante y que ocupan un mismo
lugar en la naturaleza, debo sospechar que sólo son variedades... Si hay alguna
base, por pequeña que sea, para estas afirmaciones, sería muy interesante
examinar la zoología de los archipiélagos, pues tales hechos echarían por
tierra la estabilidad de las especies”.
Plaza
Buceamos contra la corriente en faena
extenuante que acentúa la soltura de la raya, la gracia de los cardúmenes, el
éxtasis de los caracoles rojizos. A la profundidad en que la luz se esfuma, un
fantasma evolutivo, el pez murciélago, camina
sobre aletas o patas que se doblan o agitan, con grotesca nariz que
secreta líquidos que atraen las presas. Seis tiburones dejan una caverna
disparados como torpedos hacia la superficie plateada. Uno medita bajo la
madriguera, inmóvil, sus branquias resoplantes.
Darwin
La estabilidad de las especies. En cinco
palabras compendia Darwin la desestabilización de los dogmas supersticiosos y
la estabilidad de la vida. Criaturas inmutables sufrirían una aniquilación
eterna. La vida elude la muerte
haciéndose inestable. Cuando la muerte persigue al pez, éste se vuelve
cuadrúpedo y salta a tierra, y cuando la
aniquilación lo sigue se torna reptil y vuela, y cuando la muerte llueve desde
el cielo, se hace mamífero y perdura. Sólo lo mutable permanece.
Seymour
Los lobos marinos juguetean alrededor
como para burlarse de la torpeza con que buceamos sobrecargados con las
escafandras, los gruesos trajes térmicos, lastrados con dieciséis kilos de
plomo. Exaltados en la gloria de su propia gracia trazan arcos, curvas,
espirales, ayudándose apenas con gestos de sus perfectas aletas. Al pasar, por un instante miro su ojo abierto
como un perfecto disco con pupila negra que me inspecciona, desaparece, queda
para siempre clavado en el recuerdo.
Darwin
Se yergue Charles Darwin sobre la
desolada isla que algún día llevará su
nombre. ¿Comprende que en la evolución ocurre otro inenarrable salto? ¿Qué la vida que se transmuta en todas las
especies produce al fin una especie que asume todas las transmutaciones de la
vida? Por vía del intelecto -un mecanismo que, como la evolución, funciona por
ensayo y error- el hombre se hace fiera u hormiga y pájaro y pez y Dios ¿Adivina que el intelecto
creará máquinas intelectuales que lo superarán, que dotarán a un individuo con
los poderes de su especie entera?
Pacífico
La helada
corriente de Humboldt me arrastra a
treinta metros de profundidad. La computadora sentencia que el aire se
acaba. Emerjo entre crestas de
avalanchas de espuma. Entre ellas sobrenadan Phill y Pete. Nos entendemos con
miradas. Debemos chapalear lejos de las trituradoras de los acantilados, y
contra la corriente que nos arrastra hacia el infinito Pacífico. Los trajes de
neopreno de ocho milímetros de espesor nos salvan de la congelación. Su rigidez
nos paraliza. Tras la máscara veo el cielo diáfano tachonado de albatros. Falta
saber si llegará primero el rescate o la fatiga terminal. Tras cada ola sólo
viene otra ola y otra y otra. Me
pregunto por qué no comienzo a ver mi
vida entera. Invento un cuento sobre alguien que en el último momento vuelve a
ver su vida entera hasta ese último momento de su vida en que vuelve a ver su
vida entera hasta ese último momento en que vuelve a ver su vida entera y así
sucesivamente sin final posible.
(TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO).
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