domingo, 31 de mayo de 2009
PIRÁMIDE
1
Un velo de arena cubre los cielos desde el Atlántico al Mar Rojo. Cabalgo en el camello, perseguido por vendedores, regateadores, moscas. Atrás queda un caballo muerto, cercado por perros y buitres hambrientos. El polvo innumerable finge todas las formas. El vaivén de las dunas acompasa la oscilación de la joroba de la cabalgadura. Su cabeza apunta hacia la montaña de arena tras la cual asoma la masa brutal de la pirámide, la montaña primordial, el eje del mundo, cuya base cuadrada es la tierra, cuyos lados triangulares el aire, cuyo ápice el fuego. En vano trato de acercarme. Su talla colosal no varía al aproximarse. También es inútil todo intento de alejarse. Apenas el espesamiento del velo de arena alivia de la sobrecogedora presencia. En el torbellino una bolsa de plástico gira, cae, se eleva.
2
Egipto es la más insolente tentativa de resolver los problemas de la vida a través de la muerte, convirtiendo la una en la otra. Sólo podemos resolver un misterio planteando otro mayor. El sol se pone tras la pirámide, y la misericordiosa penumbra me hace recuperar el ser. La sombra de la mole avanza como un dedo que apunta hacia la noche. La exacta tiniebla triangular revela que la altura equivale al radio de la circunferencia que circunscribe el cuadrado de la base. Mientras el geométrico eclipse revela el misterio de la cuadratura del círculo, toco la piedra todavía candente y me es revelada la historia de las dinastías malditas, cuyos nombres fueron borrados de los cartuchos que emblematizan la eternidad, cuyos rostros han sido arrancados de sus colosales estatuas, cuyo destino fue olvidado para preservar la cordura de los hombres.
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