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¿Cómo
manejan los investigadores del Imperio el enrevesado expediente de Vladimir
Acosta? ¿Cómo concilian el prontuario de subversivo militante con los de
estudiante de medicina, filósofo,
comunicador alternativo, dibujante y teórico estrella de la revolución? ¿Entienden
la conexión necesaria entre libros que tratan sobre los bestiarios fantásticos,
los evangelios apócrifos, la picaresca medieval, las brujas renacentistas, la
economía de la Gran Colombia ,
la actualidad política y la novela detectivesca, como Los tres cadáveres tatuados? ¿Significa o no significa algo que obras sobre temas aparentemente tan
diversos y cadáveres de procedencias tan distintas tengan el mismo tatuaje, idéntico
sello, la misma impronta, que planteen siempre la necesaria indagación?
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¿Por qué
subsiste el policial a pesar de la repetición de fórmulas, del desgaste de los
personajes, del escaso interés sobre quién mató? Perdura como avatar del problema insoluble de la búsqueda de la
verdad. El policíaco supone una fe en la
legibilidad del mundo. El detective es un semiólogo. Como el intelectual, es un
productor de sentido. Como éste, a veces falsifica o violenta sus pruebas.
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Cada teoría
del conocimiento trae consigo su policíaco. El romanticismo identifica al
criminal a través de sus reacciones
emocionales. Ninguna evidencia concreta tiene el comisario contra Raskolnikov,
pero la intuición lo mantiene en su asedio hasta que cae la aparente fortaleza
del nihilismo. Auguste Dupin no esculca
la casa donde presumiblemente se esconde la carta robada; el
conocimiento de la mente del brillante ladrón le permite saber que ha
disimulado el documento donde nadie lo buscará: a la vista de todo el mundo. El
positivismo trae consigo los métodos objetivos de inducción: Sherlock Holmes
acumula indicios fácticos, cenizas, barro
en los zapatos, callos en las manos, para
arribar a la generalización. Con el empiriocriticismo se impone una visión del
mundo en la cual nunca podremos ir más allá de las apariencias. El católico
Gilbert Keith Chesterton cultiva este enfoque a través de la mirada de su
insignificante padre Brown. Cada crimen es disimulado con una fachada de
evidencias objetivas que sólo el discurso de la Fe derriba. Pocos autores se apartan de estos
senderos trillados. Entre ellos, una inusual Agatha Christie que en Parker Pine investiga propone un
detective que atrapa criminales mediante la aburrida estadística; la memorable
Patricia Highsmith, cuyos homicidas delinquen fundamentalmente por debilidad de
carácter; el Stanislas Lem que en La
investigación plantea un enigma imposible de resolver, o el Alfred Bester
que en El hombre demolido comete un homicidio ocultándolo de una
policía de telépatas.
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Sí: el
policial vivirá tanto como la creencia en un orden, que para casi toda la
historia del género es el de la propiedad privada. El asesinato le importa
porque supone un reacomodo de la herencia. Ningún policíaco investiga la muerte
de fatiga en las maquilas, la defunción de los vagabundos por inanición, los
accidentes laborales. En la novela europea o europeizante el orden es
restablecido por el aficionado de genio,
diletante de buena posición que remedia la ineptitud crónica de la burocracia
investigativa. En la novela negra estadounidense, el orden es subsanado por el
detective privado, movido por su ética propia entre una sociedad y una policía
parejamente corruptas. El mundo de la novela negra es tan descompuesto como el
del capitalismo donde ocurre: cada quien persigue su propio interés y, como
decía Balzac, en el origen de toda gran fortuna hay un crimen. Me atrevo a
postular otro policial, el latinoamericano, la novela de la violencia política,
en la cual contra los órdenes putrefactos apenas queda la desfalleciente
mística revolucionaria. Supongamos, Doña
Eustolia blandió el cuchillo cebollero,
de Paco Ignacio Taibo II, Dos crímenes, de Jorge Ibarguengoitia, o
Los minutos negros, de Martín
Solares.
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A tal país,
tal policíaco. En Venezuela no tenemos fe en la acumulación que nos convierte
en víctimas, ni en el disimulo, que justifica la minuciosa investigación.
Cometemos crímenes ingenuos, que sólo la ineptitud o la complicidad de las
autoridades consagran como impunes. Nuestros relatos policiales cursan las vías
de la sincera brutalidad que ejerce el repulsivo Gumersindo Peña de Marcos
Tarre Briceño, o el tono paródico de Eduardo Liendo en Los platos del Diablo y de
Otrova Gomás en El caso de la Araña de Cinco Patas.
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En forma
certera, el policíaco expresa la transgresión fundamental de cada época. Los clásicos
europeos narran la rebatiña por la riqueza acumulada. La novela negra gringa,
el gangsterismo que suplanta toda autoridad ¿Sobre qué podría versar un
verdadero policial venezolano, sino sobre el nuevo poder emergente, la alianza
entre delincuencia organizada, narcotráfico, lumpen y derecha política?
Escuchemos en Los tres cadáveres tatuados de Vladimir Acosta la
disertación de un Pran: “Comisario, los narcos ayudan a muchas familias a construir
casas decentes, ya sea en forma directa o porque miembros de ellas reciben
dinero por colaborar con el narco, o porque son distribuidores de droga,
malandros o sicarios (…). Esto debe saberlo usted, junto con ganarse el apoyo
de los pobres de los barrios, el narcotráfico también penetra a diario a las
clases medias, y sobre todo a los más ricos, a empresarios, comerciantes,
hacendados y banqueros.(…) Y sobre todo penetra al poder. Gasta enormes sumas
de dinero en penetrarlo en sus diversos niveles. Entrega dólares y regalos costosos
a los policías, y los compra por las buenas o por las malas, lo mismo que a los
funcionarios claves de los ministerios y sobre todo a abogados y a jueces .(…)
El narco también compra a políticos como congresistas y dirigentes de partidos
llegando hasta ministros”.
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Aquí lo
tenemos. La pesadilla sobre la cual durante casi una década advertimos Miguel Ángel
Pérez Pirela y quien suscribe: la emergencia de un Para-Estado invisible,
elegido por nadie, por encima y por fuera de la Constitución , con poderes ilimitados, absolutos y
perpetuos para imponer sentencias secretas
de muerte y aplicarlas sin apelación. Durante el año pasado escribía Vladimir
estas cosas a título de ficciones; en los últimos dos meses nos despertamos
sabiéndolas realidades. Al Para-Estado se suma una Para-Sociedad del lumpen, el
mercenariato y el sicariato que simula protestas sociales y pretende ser actor
político fundamental. Ya no son tres los cadáveres, son cuarenta, podrían ser
muchos más, demasiados, si no desciframos los tatuajes que marcan a toda una
sociedad y los borramos antes de que nos borren a todos.
(FOTO/TEXTO: LUIS BRITTO).
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El Imperio Contracultural: del Rock a la Postmodernidad :
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