1
Ninguna
narrativa surge del vacío. Brota de dos sustratos: uno infraestructural, la realidad del medio al
cual se refiere, y otro
superestructural, los criterios de interpretación que se aplican a los
datos percibidos en ese medio.
2
Algunas obras fundamentales del positivismo
sociológico, como la
Historia Constitucional de Venezuela (1909) de Gil Fortoul y Cesarismo Democrático (1919) de Laureano
Vallenilla Lanz empiezan a imponer el paradigma
durante la dictadura de Juan Vicente Gómez, y sirven a éste de plataforma ideológica para
justificar su autocracia y descalificar a los partidos tradicionales liberal y
conservador. Casi todos los pensadores positivistas colaboraron activamente con
la dictadura de Gómez, ocuparon en ella
cargos de alta responsabilidad, y dirigieron medios de difusión en los cuales
se hacía una permanente apología cientificista del régimen.
3
El positivismo plantea una serie de polaridades entre
pensamiento “positivo”, científica y objetivamente verificado, y pensamiento
“no positivo”, supersticioso o carente de fundamento. Entre “Civilización” europea y “Barbarie” americana. Entre eurocentrismo y nacionalismo. Entre una
deseada inmigración europea, a la que se suponía genética y culturalmente
superior, y un pueblo venezolano al cual se tachaba de “inferior” por heredar
las taras atávicas de sus antepasados indígenas, africanos y españoles. Entre
este pueblo “degenerado” y el Gendarme Necesario, el caudillo que debía
dominarlo por la maña y la fuerza, abriendo paso así a las migraciones y los
capitales europeos. Veamos, por ejemplo, como Pedro M. Arcaya, incurre en esta
recurrente explicación por rasgos "atávicos", o "étnicos". En
sus Estudios de Sociología Venezolana,
afirma que "Páez por su raza, mezcla de elementos blancos e indígenas,
estaba en las mismas condiciones étnicas de la inmensa mayoría del pueblo
venezolano" ya
que "instintos guerreros heredaba
de uno y otro de sus factores". Del componente indígena le venía "lo
que a la generalidad de los soldados venezolanos: la nostalgia inconsciente de
la vida nómade, el instinto de vagar por los bosques en esas pequeñas partidas
que llamamos guerrillas y que no son en el fondo sino la resurrección de las
hordas atávicas". Hay en él, por tanto, "el deseo atávico de la
guerra, la necesidad innata de la actividad tumultuosa de lo campamentos".
Actuó la guerra "removiendo en aquellos hombres el sedimento hereditario
de sus instintos combativos que ha removido también el fondo étnico de su
espíritu", y "removió la necesidad psíquica de someterse a un jefe,
de obedecerlo ciegamente como antaño, en la época precolombina, se obedecía a
un régulo o un cacique". Añade, más adelante, que en el pueblo venezolano
"gravita aún, con peso enorme, la herencia psíquica de las tribus bárbaras
de las que descendemos". Ya que "en
el fondo inconsciente del alma popular, como estrato hereditario de ese
multisecular proceso psíquico de la sumisión de los hombres a un semejante
suyo, ha quedado la sugestionabilidad, el fácil sometimiento voluntario en
apariencia determinado en realidad por las remotas causas explicadas, al querer
de un jefe" (ARCAYA, PEDRO M.: Estudios
de Sociología Venezolana; Editorial Cecilio Acosta, Caracas 1941, pp.
11-13).
4
El cientificismo positivista
se refleja cabalmente en el estilo y las temáticas del naturalismo literario
venezolano de Manuel Vicente Romerogarcía,
Manuel Vicente Urbaneja Achelpohl, Miguel Pardo y Teresa de la Parra. José Rafael
Pocaterra participa del naturalismo aunque es acérrimo enemigo del gomecismo y
de sus intelectuales. La obra de los naturalistas positivistas se caracteriza,
ante todo, por el “realismo”, que pretendía pasar por fiel reproducción de la
verdad. Luego, por el telurismo, por la insistente descripción de paisajes
rurales por autores en su mayoría citadinos. Además, por una presentación
peyorativa del pueblo, al cual se describe esencialmente por sus carencias y atrasos.
Por la creación de personajes símbolos, que representan en forma casi
unilateral modos de vida, regiones, clases sociales. Y en contraste, por la
presencia de personajes que intentan implantar proyectos de modernización
agraria o civil en dura lucha con el atraso y la indiferencia.
5
El ideario positivista
también influye en la escuela literaria modernista. La mayoría de los
modernistas son asimismo positivistas: en la base de su pensamiento están el
laicismo, el escepticismo, el hedonismo, un vitalismo mezclado a veces con
cierta complacencia en el pesimismo y en la decadencia, y la convicción de que
el atraso y la fealdad del mundo americano deben ser corregidas mediante formas
estetizantes derivadas de la cultura europea o de un vago cosmopolitismo visto
a través del cristal de aquella. En el plano estético, estas convicciones se
manifiestan mediante un extremo sensorialismo (después de todo, para el
positivista el único origen del conocimiento es la sensación); en un gusto por
el ritmo tanto en el verso como en la prosa (todo ritmo expresa vitalismo) y en
un continuo empleo de alusiones y comparaciones foráneas para prestigiar la
descripción de lo americano. Son positivistas Manuel Díaz Rodríguez, Rufino Blanco
Fombona y Pedro Emilio Coll y, en los momentos más vigorosos de su prosa,
Rómulo Gallegos. Es modernista Enrique Bernardo Núñez, aunque denuncia a los
teóricos positivistas y descree de sus proyectos modernizantes.
6
El positivismo venezolano no
muere con sus epígonos literarios. Persiste en los planes inmigratorios de
Alberto Adriani, Rómulo Betancourt y Marcos Pérez Jiménez, que traían europeos
para “blanquear” el país y excluían asiáticos y afrodescendientes. Resucita en
los episodios dictatoriales de Pérez Jiménez y Carmona Estanga; en el aterido
racismo y elitismo de nuestra derecha, en su pavor y desprecio hacia el pueblo.
Una ideología que caducó en el siglo XIX todavía pretende regir nuestro siglo
XXI. Lo viejo no termina de morir para dar paso a lo nuevo.
(TEXTO/FOTO: LUIS BRITTO)
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