No es poca cosa escoger como símbolo uno de los grandes motores de los cielos, significante que eternamente nos ocultará el significado sólo para hacerlo desear con su presencia esquiva. Mientras que el abrumador sol nos acosa y nos invade, en misterio surge el símbolo de la noche; envuelto en noche el símbolo del misterio. Su cuarto alude al tiempo. Los relojes musulmanes deberían ser lunas crecientes o menguantes; como un corazón su silencioso esponjamiento superior al mandoble del instante. La luna, una uña en el cielo, un ojo que se abre y se cierra justamente en la tiniebla, la suspensión del tiempo en la diafanidad. A diferencia del clavo de la estrella, la luna está a sus anchas y por eso vaga por la noche. Nadie en verdad puede abordarla. Nadie entiende su gesto de crecer y menguar: ni ella misma. Es un signo que escapa. En las mezquitas la cúpula femenil y el minarete fálico disputan sobre los principios del mundo. Mas en la noche todo es femenino. La luna parece que fuera a decir un misterio y siempre calla.
sábado, 20 de diciembre de 2008
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