A = 12
V = 13
Sobre Mileto pasaron los
persas, derribando por igual muros y seres, hasta borrar toda huella de acto
humano, como sobre un tablero. Cuando por fin los persas fueron también
borrados sobre el mar, los sobrevivientes de Mileto llamaron al arquitecto
Hipódamo para que les construyera una nueva ciudad. Hipódamo paseó sobre la
ladera del puerto, cuya hipérbole le sugirió la sinuosidad del lecho, y cuya
playa la secreta curvatura de la carne. Enfebrecido por la redondez solar,
Hipódamo apoyó su cráneo esférico sobre la arena blanquecina del patio donde
hacía sus trazados, y soñó una ciudad de cubos. A los ciudadanos que se
quejaron del disparate, les replicó evidenciándoles la exacta aprehensibilidad
del rectángulo y la simétrica repetibilidad del cubo. No bastaría toda la
biblioteca de Atenas para describir la forma de una flor —les dijo— y yo, con
una sola medida y tres potencias, encierro ya en la cúpula de mi cabeza la
exacta dimensión, forma y volumen de Mileto. En vano le argumentaron que el
cubo no existe en la naturaleza, que las carnes esféricas padecerían rebotando
en paredes rectangulares, heridas por esquinas rectas, sumidas en rincones
rectangulares. Que las mentes miléticas enloquecerían por la monotonía de los
trapecios precediendo a trapecios y medidos por trapecios; que estar en una
sola de las moradas de la ciudad sería ya estar en todas, y que acaso ser uno
de sus ciudadanos sería ser al mismo tiempo todos ellos. Este argumento, que la
envidia aguzó contra Hipódamo, fue al cabo la irresistible palanca que le
aseguró el apoyo de los gobernantes. Por encima de los senos carnales y de las
apófisis biomorfas de la ladera, se instauró el cuadriculado del plano
regulador de Mileto. En adelante, bastará multiplicarlo hacia el naciente y
hacia el poniente, hacia el austro y el septentrión, y todo el mundo será
Mileto, dijo Hipódamo, entre la polvareda de la colina aplanada. ¿Y hacia
abajo, maestro? preguntó uno de sus oficiales, elevando los andamios ¿Y hacia
arriba? ¿También los astros serán cubos? Preguntó uno de los aprendices, midiendo
los cúbicos bloques de piedra. Cuando veas cubos en los astros —contestó el
arquitecto— sabrás que Hipódamo los ha conquistado. ¿Y en la flor, Maestro?
preguntó el geómetra, sacudiendo dientes de león de sus cordeles, y
estirándolos para que dieran la intersección mágica del ángulo recto. La razón
me convence —contestó el Maestro— de que la misma argucia empleada por un visionario
para construir una morada fue usada por los dioses para construir este pétalo.
Esa
noche, Hipódamo soñó la medida y las potencias que harían aprehensible la
geometría de la flor y las operaciones que permitirían repetirla hasta el
infinito. A la mañana siguiente, las trazó en la arena del patio, y miró como
el viento las borraba, sin contestar las preguntas de aprendices, oficiales y
maestros. —Si los astros florecieran— dijo para sí, mientras la esfera solar
era bisectada por el metálico plano del mar— nadie sabría que Hipódamo los ha
conquistado.
(TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO)
No hay comentarios:
Publicar un comentario