martes, 5 de agosto de 2014

LA ORGÍA IMAGINARIA:LOS CONSTRUCTORES DE LA PIRÁMIDE



Anales de la construcción de la Pirámide, que dejamos nosotros, los constructores de Keops.
Para que no se borre del día la memoria del principio.
Para que no se disipe como la arena, que corre desde la pirámide hacia los cuatro horizontes del mundo.
Con los símbolos mágicos del ojo, de la serpiente, del halcón y del chacal inscribimos esta historia, que no es ninguno de ellos.
La construcción de la Pirámide comenzó por el punto.
El punto estaba allí, anterior a todo lo demás, y sin adversario.
Pero la plenitud de su gloria sólo podía ser comprendida comparándola con alguna gloria menor, y por ello, el punto decidió degradarse.
De su unidad absoluta e intocada comenzaron a descender cuatro líneas. Hijas del punto al fin, hasta en su descenso debían de ser perfectas, simétricas en su cuaternidad, alejándose la una de la otra al mismo tiempo que engendraban perfectos y simétricos ángulos, que parecían reflejarse los unos a los otros.
Hacia el infinito partieron, como cuatro dardos que eran tan infinitos como el punto que las engendró. Pero, para expresar el infinito, las líneas debían cumplir la tarea casi imposible de vencer ese infinito. Y las líneas lo vencieron de manera absoluta. Las líneas desarrollaron un límite.
Detenidas en el vacío, las líneas conectaron entre sí sus extremos, definiendo así el plano: es decir, el terror del punto que contiene un espacio, inscrito en la extensión de un espacio delimitado por puntos. Del punto original extraídos así los cuatro triángulos, éstos a su vez cayendo sobre las cuatro esquinas del cuadrado, el todo un invisible relámpago de ocho líneas soldadas por los clavos metafísicos de los cinco puntos conteniendo prisioneros los infinitos potenciales de los cinco planos, mutuamente interceptados.
Aquí un nuevo terror ha sucedido: de nuevo se ha vencido al infinito del vacío, limitándolo: entre la jaula de los cinco puntos y los cinco planos y las ocho líneas ha surgido un volumen: el tetraedro, también llamado pirámide. El vacío ha tomado una forma (lo que es imposible); de aquí en adelante, todo se precipita.

El vacío vuelto forma es eso que llamamos materia, y que deviene tan ciertamente de esa materia del vacío que llamamos punto, que nos es imposible pensarla sin reducirla a ese punto preciso al que llamamos un átomo. Pues la red del vacío encerrado entre los puntos es la única manera de situarlo. En ella nace. Sus fluctuaciones dentro de esta red constituyen el tiempo.
Entonces, la pirámide ya está construida, y lo demás es accesorio. El espacio encerrado dentro de ella se convertirá irremediablemente en materia, pues sólo a través de ella pueden expresar las relaciones contradictorias entre puntos, líneas y ángulos hasta su última potencialidad. El grano en el centro de la pirámide no es más que la concreción situable de las equidistancias entre los puntos externos. Y todos los demás granos, casos particulares de la variación de esas relaciones.
¡Y héte aquí entonces la pirámide flotando en el vacío, como un grito! ¡Su ápice y su base resumiendo la contradicción entre lo inextenso y lo extenso! ¡Sus bordes y su contenido cantando la lacerante batalla entre lo que es y lo que sólo limita!
Eterna como es, la pirámide sólo puede existir por contraste con lo efímero, y por ello, de la base de la pirámide, como una exudación, comienza a manar el tiempo. En la base de la pirámide se acumulan las más lentas excreciones del devenir —las aguas, las tierras, las vidas— mientras suben hacia su ápice las más ligeras y raudas —viento, ideas, nubes— y desde entonces estas excreciones remedan inexorablemente a la pirámide. Tomemos una montaña: torpemente descenderá desde su cumbre, intentando remedar una forma. Tomemos una religión: al escrutar el vacío diremos que un Padre de los Dioses engendró una corte piramidal de acólitos,  que una Idea pura engendró una catarata piramidal de determinaciones finitas o que un principio de autoridad soberana —encarnado en el faraón— deja fluir hacia abajo una cascada de mandos y de funcionarios que aplasta la chata muchedumbre
Desde el abismo, desde la muchedumbre, se dirá por el contrario que la construcción comenzó desde abajo, desde el fluyente barro, el limo y la sudorosa humanidad: que fue ésta, por negación de sí misma, la que creó esos puntos falsamente eternos llamados dios todopoderoso, idea pura o autoridad soberana; que en el fondo —en el más soterrado fondo— esas bases de la pirámide llamadas infraestructura económica, inconsciente o materia, son las que engendran o condicionan esos puntiagudos ápices llamados cultura, yo o fenómeno.

En el ápice de la pirámide, o en su base, se sitúan los sacerdotes antagónicos que defienden las vertiginosas batallas del arriba y del abajo: en innumerables pirámides que replican la primera encierran cadáveres, arrancan corazones o rellenan  ficheros. Una vasta humanidad que obedece sus órdenes siembra, pare, sufre, grita y degüella en los ámbitos barridos por la sombra de las pirámides. Inútilmente desguazan los materiales de una para construir la otra, invertida. Inútilmente derriban las pirámides invertidas para comenzar a erigir las bases cuadradas. Jamás podrán hacer más que pirámides. Y aun en el momento en que las aniquilaran, quedaría sólo en el universo el punto ominoso, dispuesto de nuevo a engendrar cuatro líneas.

(TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO)

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