Anales de la construcción
de la Pirámide ,
que dejamos nosotros, los constructores de Keops.
Para
que no se borre del día la memoria del principio.
Para
que no se disipe como la arena, que corre desde la pirámide hacia los cuatro
horizontes del mundo.
Con
los símbolos mágicos del ojo, de la serpiente, del halcón y del chacal
inscribimos esta historia, que no es ninguno de ellos.
La
construcción de la Pirámide
comenzó por el punto.
El punto
estaba allí, anterior a todo lo demás, y sin adversario.
Pero
la plenitud de su gloria sólo podía ser comprendida comparándola con alguna
gloria menor, y por ello, el punto decidió degradarse.
De su
unidad absoluta e intocada comenzaron a descender cuatro líneas. Hijas del
punto al fin, hasta en su descenso debían de ser perfectas, simétricas en su
cuaternidad, alejándose la una de la otra al mismo tiempo que engendraban
perfectos y simétricos ángulos, que parecían reflejarse los unos a los otros.
Hacia
el infinito partieron, como cuatro dardos que eran tan infinitos como el punto
que las engendró. Pero, para expresar el infinito, las líneas debían cumplir la
tarea casi imposible de vencer ese infinito. Y las líneas lo vencieron de
manera absoluta. Las líneas desarrollaron un límite.
Detenidas
en el vacío, las líneas conectaron entre sí sus extremos, definiendo así el
plano: es decir, el terror del punto que contiene un espacio, inscrito en la
extensión de un espacio delimitado por puntos. Del punto original extraídos así
los cuatro triángulos, éstos a su vez cayendo sobre las cuatro esquinas del
cuadrado, el todo un invisible relámpago de ocho líneas soldadas por los clavos
metafísicos de los cinco puntos
conteniendo prisioneros los infinitos potenciales de los cinco planos,
mutuamente interceptados.
Aquí
un nuevo terror ha sucedido: de nuevo se ha vencido al infinito del vacío,
limitándolo: entre la jaula de los cinco puntos y los cinco planos y las ocho
líneas ha surgido un volumen: el tetraedro, también llamado pirámide. El vacío
ha tomado una forma (lo que es imposible); de aquí en adelante, todo se
precipita.
El
vacío vuelto forma es eso que llamamos materia, y que deviene tan ciertamente
de esa materia del vacío que llamamos punto, que nos es imposible pensarla sin
reducirla a ese punto preciso al que llamamos un átomo. Pues la red del vacío
encerrado entre los puntos es la única manera de situarlo. En ella nace. Sus
fluctuaciones dentro de esta red constituyen el tiempo.
Entonces,
la pirámide ya está construida, y lo demás es accesorio. El espacio encerrado
dentro de ella se convertirá irremediablemente en materia, pues sólo a través
de ella pueden expresar las relaciones contradictorias entre puntos, líneas y
ángulos hasta su última potencialidad. El grano en el centro de la pirámide no
es más que la concreción situable de las equidistancias entre los puntos
externos. Y todos los demás granos, casos particulares de la variación de esas
relaciones.
¡Y
héte aquí entonces la pirámide flotando en el vacío, como un grito! ¡Su ápice y
su base resumiendo la contradicción entre lo inextenso y lo extenso! ¡Sus
bordes y su contenido cantando la lacerante batalla entre lo que es y lo que sólo limita!
Eterna
como es, la pirámide sólo puede existir por contraste con lo efímero, y por
ello, de la base de la pirámide, como una exudación, comienza a manar el tiempo. En la base de la pirámide se
acumulan las más lentas excreciones del devenir —las aguas, las tierras, las
vidas— mientras suben hacia su ápice las más ligeras y raudas —viento, ideas,
nubes— y desde entonces estas excreciones remedan inexorablemente a la
pirámide. Tomemos una montaña: torpemente descenderá desde su cumbre,
intentando remedar una forma. Tomemos una religión: al escrutar el vacío
diremos que un Padre de los Dioses engendró una corte piramidal de acólitos, que una Idea
pura engendró una catarata piramidal de determinaciones finitas o que un
principio de autoridad soberana —encarnado en el faraón— deja fluir hacia abajo
una cascada de mandos y de funcionarios que aplasta la chata muchedumbre
Desde
el abismo, desde la muchedumbre, se dirá por el contrario que la construcción
comenzó desde abajo, desde el fluyente barro, el limo y la sudorosa humanidad:
que fue ésta, por negación de sí misma, la que creó esos puntos falsamente
eternos llamados dios todopoderoso, idea
pura o autoridad soberana; que en el fondo —en el más soterrado fondo— esas
bases de la pirámide llamadas infraestructura económica, inconsciente o
materia, son las que engendran o condicionan esos puntiagudos ápices llamados cultura, yo o fenómeno.
En el
ápice de la pirámide, o en su base, se sitúan los sacerdotes antagónicos que
defienden las vertiginosas batallas del arriba y del abajo: en innumerables
pirámides que replican la primera encierran cadáveres, arrancan corazones o
rellenan ficheros. Una vasta humanidad
que obedece sus órdenes siembra, pare, sufre, grita y degüella en los ámbitos
barridos por la sombra de las pirámides. Inútilmente desguazan los materiales
de una para construir la otra, invertida. Inútilmente derriban las pirámides
invertidas para comenzar a erigir las bases cuadradas. Jamás podrán hacer más
que pirámides. Y aun en el momento en que las aniquilaran, quedaría sólo en el
universo el punto ominoso, dispuesto
de nuevo a engendrar cuatro líneas.
(TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO)
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