La esfera de fuego que está más allá de la esfera de
las
estrellas fijas, y que envuelve el infinito.
Leonardo: Codex Hammer.
El día que el Gran Pájaro alzó el suelo desde la colina de
Locarno, una nube en forma de montaña grandísima, rocosa, salpicada
de bocas de cueva —pues los rayos del sol, tirando a rojo, teñían la nube, coloreándola— atraía a las nubecillas en torno, mientras
ella permanecía en su sitio, conservando aún destellos de luz. Leonardo
dirigió hacia ella su frágil ingenio volador, cuya estructura tan sutil
parecía hecha de intelecto puro. A esta altura del aire, Leonardo verificaba
de una sola ojeada sus intuiciones sobre la masa atmosférica, que con su
velo a la vez nos muestra y nos cubre los objetos, revelándonos la
distancia, y reconstruía la historia de los estratos geológicos sobre
los cuales hombres y cabras se afanaban como pulgas de agua sobre un
oleaje de montañas que tardaban eternidades en alzarse y caer. Su
sombra era una mancha cada vez más ínfima y transitoria, a medida que
las alas hechas de geometría lo arrebataban hacia la volcánica
luminosidad de la nube y hacia el temblor de los astros, en los cuales
intuyó mundos
poblados, sobre los cuales hombres hechos de putrescible
materia y de mecánicos tendones descifraban las cantidades matemáticas de
natura,
y fornicaban para eternizar sacos de excrementos y vientres
que eran sepulturas de animales muertos. El vuelo lo llevaba hacia
las sombras, de las cuales sabía Leonardo que ofrecen en la lejanía un
azul más bello, porque se ve más el color de las cumbres que el aire que las
circunda.
A medida que ascendía, Leonardo vio a su alrededor el aire
tenebroso, y el sol, cayendo sobre la montaña, más luminoso que en los
valles
de la llanura, porque en la cumbre el aire era más
transparente que en cualquier otra parte. En el momento en que la última luz
incendió la cima del monte haciéndolo parecer desde lejos un cometa,
sintió Leonardo concluido el devenir y establecida la justa
distancia de las cosas, cuyos emblemas había desarrollado en los rigores del
análisis y los velos de la perspectiva aérea. Rodeado de objetos y
paisajes siempre remotos, en una metafísica distancia. Lejos de
avanzar hacia ellos, permanecería anclado en ese instante, cuya plenitud
hacía innecesaria toda perduración. Desde entonces determinó
realizar todas sus obras en materiales deleznables, que las fueran
librando a la
llamarada del tiempo, y torcer la posibilidad de todas sus
invenciones, fundándolas en principios quiméricos, que las convertirían
en fiascos.
Toda su escritura sería indescifrable y sus secretos se
perderían. Porque la perfección de toda forma es incomunicable. Y el más perfecto
vuelo deja apenas el rastro de un ave.
La luz ahora se extinguía
en la cumbre. Una tardía noche encenagó los cuernos del monte, entre los
cuales, en algún momento de la eternidad, había pasado un pájaro.
(TEXTO: LUIS BRITTO/ IMÁGENES: CODEX DA VINCI)
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