sábado, 13 de marzo de 2021

LA CUARENTENA PERFECTA

 

LA CUARENTENA PERFECTA 

Luis Britto García 


 

Repleta todos los depósitos con el agua y alimentos necesarios hasta el fin de sus días. Horada  túneles de ventilación protegidos con filtros mecánicos, químicos, electrostáticos. Sella puertas, compuertas túneles y arma trampas contra cualquier intrusión. Almacena herramientas y ropas sin consideración de pudor ni de estética. Corta cables de antenas. Instala pantallas contra la radiación electromagnética de televisores y celulares. Rompe selfies y espejos que alguna vez lo reflejaron. Es el contaminado de la altiva pandemia de odio a la humanidad. Sospecha que puede contagiar a todos. No quiere compartirla con nadie. 

 

 

EVITE EL CONTAGIO

Cada prójimo que se nos atraviesa es repertorio de virus, microbios y bacterias. También, antología de gestos y creencias contaminantes. Basta que una celebridad adopte acento amanerado al hablar para desatar la plaga de las imitaciones. No sé cuál fue el primer contaminado que desató esta uniformidad agobiante de ropas, pensamientos, actitudes. Basta que un escritor gesticule para que diluvien los imitadores en el mejor de los casos y en el peor los plagiarios. Espacialmente pestíferos son el mal gusto y la cursilería, que se multiplican en progresión geométrica una vez contagiados. Todos los vicios prenden por vía de la imitación; los crímenes de lesa humanidad asimismo y también las indiferencias. La convicción de ser superior sin haber hecho nada para probarlo también se contagia. Mundo, no me mereces, gritan los infectados. Las autoridades refuerzan la cuarentena, pero la soledad hace crónico un contagio que de otra manera podría ser barrido por tantas modas nuevas que pululan en las gotas de saliva.

 

ESPACIOS

A cada concepción de la muerte corresponde otra del espacio. La prolongación inesperada de la pandemia origina una nueva arquitectura. Se clausuran todos los accesos a los ámbitos naturales donde los virus flotan anárquicamente. Omitidos son o restringidos espacios destinados a la reunión: teatros estadios dancings cines asambleas iglesias. Mismo en la mansión individual predomina el cubículo inexpugnable y son vetadas las áreas sociales  recibo comedor estar balcones. Ante cada habitáculo, salas de espera donde alimentos enseres regalos permanecen durante la necesaria eternidad para que virus y agentes patógenos se desactiven. Toda ropa calzado o maquillaje es dejado atrás una vez pasado el vestíbulo de descontaminación. También cualquier  objeto traído del exterior donde acechan los transmisores. Queda todo reducido a  lisas superficies que no cobijan cepas virales: inerte plástico o bruñido metal. Trae de todo el aire libre y no hay por ello respiraderos ni ventanas. Llegado el desenlace final no hace falta más ceremonia que clausurar el cubículo.


 

 NO CUESTA NADA

Allá viene la patología total. De tanto que le da a todo el mundo ya no se la considera enfermedad, aunque nos postra en cama, nos inmoviliza y nos vuelve locos de atar deambulando en mundos delirantes. Hay una gran pérdida de la producción durante esa tercera parte de la vida y del día que pasamos lelos. Durante ella hubieran podido ocurrir los amores  y los pensamientos perfectos. Aunque desde Calderón no sabemos si la vida es sueño, y los sueños, sueños son.  Si fueran insignificantes no nos rendirían irremisiblemente cada dieciocho horas. Quienes no podemos dibujar  caras ni ciudades creamos centenares que parecen reales en el ensueño. No sabemos volar ni conquistar  mujeres arrebatadoras, y a cada ronquido lo logramos. Puede que la vida eterna sea un sueño, puede que la muerte también lo sea. Cuán deliciosa e imaginativa sería nuestra vagancia si no la perdiéramos durmiendo.

CONTAGIOS

Los agentes agresivos tanto se han diversificado y las inmunidades son tan fugaces que ya nadie acepta a nadie y no hay organismo que no sea contagioso. Aventuran unos que por el cambio climático, otros por el Fin de los Tiempos, cada quien es variante patógena que puede contaminar a quien lo mire. Las más benéficas bacterias han devenido tóxicas; la mayoría de las ideas y las artes, pestilentes. El único remedio será la aparición del agente infeccioso total, que acabe con todos y después consigo mismo. 


 TRANSMISIÓN

Con afán se estudia el padecimiento que contagia de manera desconocida pero que es imposible contagiar a voluntad. Cuántos contaminados llevaban una vida normal, hasta que el morbo los lleva a otra de padecimientos, zozobras y dependencias. Casi todos lo padecen, lo han padecido o lo padecerán. Los aquejados por lo regular no tienen entereza de carácter para sufrirlo solos: gritan, versifican imploran intentando transmitir la peste pero nada. Es la única enfermedad de la que nadie quiere curarse. Su duración e intensidad es variable. Devora cordura, fortuna y posición social. En muchos casos cuando se la transmite hay rápida remisión de síntomas; en otros, ni siquiera con la muerte se desvanecen. Mientras más doctores la estudian, menos se conoce cómo se origina o desorigina. El aburrimiento es la terapia más efectiva, pero sólo en los casos en que el contagio mutuo ha operado. Si usted cree tener conocimiento de la manera en que Amor surge o es curado, contribuya con sus conocimientos para el desarrollo de la vacuna.

DISTANCIA SOCIAL

No recuerdo haber dejado nunca de estar solo en medio del mayor tumulto. Ni haciendo el bien ni el mal me sentí cerca de mis víctimas. Esa algarabía llamada intimidad no me ha tocado. No sé qué contagios he evitado recibir. Apenas he fingido. Hay una distancia social necesaria para el Ser: hasta que no sea instaurada nadie es nadie.

PIRÁMIDE

Dos posibilidades enfrentaba el Faraón: que se rebelaran contra él los siervos a quienes hacía construir la Pirámide, o que se rebelara la Pirámide. Hoy los siervos han devenido demasiado mansos, y se ha rebelado la Pirámide, a pesar de que no era más que un recurso para que los siervos gastaran en ella toda su energía sin rebelarse. 

 


 

CLAUSURA

Se declara que el peor agente patógeno es el prójimo. La humanidad se organiza en cuarentena contra la humanidad. Me he contagiado de mí mismo.

 

EL PROCESO URBANÍSTICO CARAQUEÑO



La ciudad  comunicante

La ciudad es algo irremediable. Sólo pueden pensar en destruirla quienes no la edificaron. Hogar ajeno, la mayoría de cuyas puertas nos están unánimemente cerradas, adivinar lo que tras ellas sucede o sucedió  nos alivia o conforta. Somos la comunidad que se desconoce, no porque valoremos la privacidad, sino porque la multitud es indescifrable. La ciudad es el sitio paradójico donde el exceso de compañía se traduce en soledad. Necesitamos vivir  aglomerados porque la precariedad de nuestros medios de comunicación  así lo requiere. En un hipotético futuro en el cual la mayoría de los trabajos consistan en procesamiento de información y se ejecuten a distancia, surgirán quizá nuevas ciudades virtuales, dispersas en el espacio y concentradas en la información. Mientras tanto las ciudades concretas crecen, multiplicando  distancias a fuerza de proximidad. Es la rica narrativa que nos ofrece el libro El proceso urbanístico caraqueño 1300-2020 dc, de Iraida Vargas Arenas y Mario Sanoja Obediente, habitantes y testigos de su objeto de estudio.

La ciudad pirámide

A  tal sociedad, tal ciudad. A la comunidad originaria igualitaria corresponde la gran construcción que  alberga a todos o el puñado de bohíos que no reflejan diferencias de rango. A la sociedad dividida en castas y clases sociales corresponde la villa escindida. El centro, con su Plaza Mayor y su Catedral, para  mantuanos y privilegiados. La periferia, con parroquias progresivamente desposeídas, para blancos de orilla, esclavos,  pardos: posteriormente para  marginalidades que se apiñarán sin seguridad ni servicios públicos, sin todo lo que hace deseable la ciudad. A la larga, esta topografía del privilegio se invierte. Los privilegiados migrarán hacia la periferia de las “urbanizaciones”, El Paraíso, El Country Club, Prados del Este, El Cafetal, La Lagunita,  cotos de quintas  rodeadas de jardines, con vías arboladas. El centro quedará para oficinas, comercios y pensiones; finalmente, para la piqueta demoledora que arrasará la memoria arquitectónica y abrirá paso a los rascacielos del comercio y la burocracia. Para las marginalidades, las nuevas orillas: faldas de montaña, colinas, quebradas, zonas industriales, barrios in articulo mortis. A cada topografía, una estratificación y una cultura.

 


La ciudad  simulacro

Desde la invasión europea, nuestras ciudades juegan al simulacro, a la fallida mímesis de los centros hegemónicos. Vivir en una copia es equipararse al dominador. Remedar al dominante es equiparársele. Nuestra  originalidad fue la adopción de un trazado en damero que intentó soslayar las topografías laberínticas de las urbes medievales. Pero dentro de la  cuadrícula racional de manzanas y solares se instalaron los calcos de la mansión mediterránea, con sus cuartos agrupados alrededor de los patios internos, las réplicas fallidas de la catedral, del convento, de la fortaleza. Aplicando  maquillajes que prestigiaba la moda hegemónica intentamos decorar la capital con un postizo barroco, un anémico neoclasicismo, un afectado romanticismo de bulevares y templos neogóticos, un cursi historicismo ibérico, una modernidad adulterada por el kitsch de Miami, finalmente, con prefabricados chinos o iraníes para la vivienda popular. Quizá lo más genuino haya sido la arquitectura improvisada de los cerros, hija putativa de la precariedad, así como el alarido de los grafitos, privilegiado manifiesto de lo efímero.

La ciudad comunidad

La invasión europea ideó metrópolis  trazadas conforme a un plan y regidas por reales cédulas, pero las urbes, como nuestras vidas, se estructuran más por urgencias que por esquemas reguladores. A medida que construimos la ciudad, ella  nos construye. Nuestra mente habita las estructuras del idioma y nuestro cuerpo la gramática de la villa. A cada clase social corresponde un sitio,  un medio de transporte, una edificación. El hábitat codifica al habitante. Con su estratificación urbanística y su relativa perdurabilidad, la ciudad nos predica un orden que se quiere perpetuo y que sin embargo va cambiando nuestra vida y con nuestra vida. Como los ciudadanos, hay barriadas que se vienen a menos y eriales recién vestidos. Como las barriadas, hay habitantes inviables y  pobladores en demolición. Así como tenemos una conciencia que a veces ignora los abismos del subconsciente y del Ello, la ciudad apronta sus primores para zonas presentables, el centro  administrativo, las periferias residenciales, las zonas rosas, y se niega a contemplarse en las periferias impresentables, los suburbios, las zonas rojas, las sublevaciones.

La ciudad mudable

Al igual que nuestra existencia, es la ciudad sucesión de apremios que sólo de manera intermitente intentamos someter a un plan. Bajo la Caracas que frecuentamos hay varias ciudades, como las sucesivas urbes que cuyos restos excavó Schliemann cuando creyó redescubrir Troya. Nuestras localidades primigenias fueron reflejo directo de sus comunidades originarias: igualitarias, solidarias. La invasión europea intentó someterlas a la  cuadrícula prescrita en las Leyes de Indias. Casi tres centurias pasaron antes de que intentaran organizarlas en algún esquema  la decoración guzmancista, el utopismo fluvial de Ramiro Navas o el urbanismo  de Maurice Rotival. Apenas a mediados del pasado siglo se intentó someterlas a un Plan Regulador que distingue según las funciones: zona comercial, industrial, residencial, de bajo, medio o alto nivel económico.  Habló José Ignacio Cabrujas de un país campamento, de una sociedad donde nada estaba fundado de manera plena ni permanente. Tal situación, si la hubo, fue transitoria. La mayoría de las ciudades de los invasores españoles fue fundada  sobre asentamientos indígenas inmemoriales. En un siglo a partir de la invasión ya estaban creadas formalmente casi todas las urbes que concentran nuestra demografía, y al cabo de medio milenio siguen siendo nuestros puntos de referencia, con algún excepcional pueblo abandonado por obra del paludismo o aldea erigida a toda prisa alrededor de una novedosa explotación minera. 


 

La ciudad cosmopolita

En Caracas se distribuye el ingreso público: la ilusión de que la cercanía garantiza la participación en él actuó como poderoso imán desde que el petróleo rellenó las arcas. Caracas se convirtió en  Meca de todos los peregrinajes. Primero del éxodo campesino, luego del de los europeos que huían de la Guerra o la Postguerra Mundial, posteriormente de los fugitivos de las dictaduras del Cono Sur; siempre, en el alivio de los desplazados de las Hermanas Repúblicas. De todo el Caribe y de los países cercanos llega la cosecha de visitantes. Cada grupo se va colocando en algún nicho favorito. Deambular por el centro de Caracas en los años cincuenta era escuchar una polifonía de acentos y de idiomas. Todavía las barriadas proclaman su procedencia con la música que retumba en sus altoparlantes. Los caraqueños viejos somos quienes más alejados nos sentimos de tantas transmutaciones.  Caracas es la ciudad de los que han venido de otra parte. De la mano de Iraida Vargas Arenas y Mario Sanoja Obediente, propios y extraños la visitamos con la emoción de quien redescubre su propio ser, su lugar en el mundo. 

TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO

 

 

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