miércoles, 6 de febrero de 2019

LOS ACTIVOS DE VENEZUELA SON INEMBARGABLES


Luis Britto García
LOS ACTIVOS  DE VENEZUELA SON INEMBARGABLES 

     Mientras más desinteresada  la razón que los amigos de lo ajeno  invocan, más feroz el saqueo. No confían en nuestro Presidente legítimo porque ha sido proclamado por el Consejo Nacional Electoral, y para suplantarlo proponen a un desconocido que sólo es   diputado porque así lo reconoció  el mismo Consejo Nacional Electoral.

    ¿Por qué tanto desvelo por la legalidad y la constitucionalidad en Venezuela  de países y organizaciones que no conocen dichos conceptos ni de oídas? Más rápido se descubre a  ladrones que a  embusteros, y más a quienes son  ambas  cosas. Como bagres al desperdicio, se atropellan  en la rebatiña por un solo objetivo: el botín.

     Comencemos por el diputado que se cree presidente  de Venezuela elegido por nadie. No anuncia  programa,  plan,  ideario político ni  primeras medidas de su gobierno de cuchufleta. Reuters informa que considera una solicitud de préstamo a instituciones como el Fondo Monetario Internacional; Hausmann calcula el palo a la piñata en un modesto paquete financiero de 60.000 millones de dólares, más otros 20.000 millones  adicionales. El primer acto del bandolero títere sería entonces cargar a Venezuela con una nueva  deuda pública externa mayor que la  existente, con las presumibles secuelas de Paquete Fondomonetarista y subasta del país.

    Por si no fuera suficiente, el salteador elegido por ninguno ofrece nombrar una nueva directiva para CITGO y representantes ante el Bank of Development. Dios los cría y ellos se juntan.

     Sigamos con los desinteresados delincuentes   que lo apoyan. El Reino Unido se “rehúsa a devolver” a Venezuela 1.200 millones de dólares en oro depositados en el Bank of London y otras instituciones, latrocinio sobre el cual, según Bloomberg,  “declinaron comentar”. Vale decir: bandolerismo declarado. Ganas dan de confiarle el resto de los recursos de Venezuela, a ver si muerden.

           Prosigamos con el forajido más desvelado por la institucionalidad venezolana. Según Fox Bussines, el asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos  John Bolton  habría declarado que "Estamos conversando con las principales compañías estadounidenses ahora" para que  "produzcan el petróleo en Venezuela". Detrás de tanto escrúpulo leguleyo  no hay más que una rebatiña por el descuartizamiento de PDVSA y el reparto de  nuestros recursos naturales,  que hacen funcionar al mundo.

     Así opera el capitalismo. Confisca los ahorros de los particulares con las francachelas de pillaje llamadas quiebras en cadena o crisis económicas; pilla las reservas de los países y lo llama sanciones. Denuncia  el ministro de Relaciones Exteriores de la Federación Rusa Serguéi Lavrov  que “Washington tuvo una experiencia similar de trato ilegítimo con el dinero de otros países, como Irak, Libia, Irán, Cuba, Nicaragua y Panamá. En la mayoría de los casos, las congelaciones de hecho terminaban con la confiscación de los fondos de otro Estado”.

     Esto recuerda los 200.000 millones de dólares que Muammar Kadafi colocó bienintencionadamente como reservas en el exterior, y que después de su asesinato fueron “retenidos” sin que hasta el presente se conozca su paradero.

    Toda mi vida he defendido la soberanía y la inmunidad de jurisdicción de Venezuela, no por capricho, sino porque ambas son los recursos a ser invocados por nuestros juristas y cuerpo diplomático ante brotes de rapiña   como el presente. A lo largo de nuestra Historia todos los arrastrados y los vendepatria han intentado someter a Venezuela a tribunales extranjeros para facilitar el descuartizamiento y el saqueo de nuestro país como si se tratara de un cuerpo muerto. Me he opuesto a una suicida Ley de Promoción y Protección de Inversiones Extranjeras y a un proyecto de reforma constitucional secreto que omite la inmunidad de jurisdicción de Venezuela, justamente porque ambos posibilitan que en el futuro nuestro país sea subordinado a jueces y árbitros foráneos, y saqueado y destruido por ellos.  
     Malandro no estudia leyes, por lo cual conviene recordar a los pulcros pandilleros legalistas lo que dispone el artículo 18 de  la “Convención de las Naciones Unidas sobre las inmunidades jurisdiccionales de los Estados y de sus bienes”:

“No podrán adoptarse contra bienes de un Estado, en relación con un proceso ante un tribunal de otro Estado, medidas coercitivas anteriores al fallo como el embargo y la ejecución, sino en los casos y dentro de los límites siguientes: a) cuando el Estado haya consentido expresamente en la adopción de tales medidas, en los términos indicados: i) por acuerdo internacional; ii) por un acuerdo de arbitraje en un contrato escrito; o iii) por una declaración ante el tribunal o por una comunicación escrita después de haber surgido una controversia entre las partes; o b) cuando el Estado haya asignado o destinado bienes a la satisfacción de la demanda objeto de ese proceso”.

     Si tal es el régimen en relación con bienes objeto de un litigio antes de la sentencia, tampoco se pueden aplicar medidas después de recaído el fallo, de acuerdo con lo dispuesto en el artículo 19 de la Convención citada:

“No podrán adoptarse contra bienes de un Estado, en relación con un proceso ante un tribunal de otro Estado, medidas coercitivas posteriores al fallo como el embargo y la ejecución, sino en los casos y dentro de los límites siguientes: a) cuando el Estado haya consentido expresamente en la adopción de tales medidas, en los términos indicados:i) por acuerdo internacional;ii) por un acuerdo de arbitraje o en un contrato escrito; o iii) por una declaración ante el tribunal o por una comunicación escrita después de haber surgido una controversia entre las partes; o b) cuando el Estado haya asignado o destinado bienes a la satisfacción de la demanda objeto de ese proceso; o c) cuando se ha determinado que los bienes se utilizan específicamente o se destinan a su utilización por el Estado para fines distintos de los fines oficiales no comerciales y que se encuentran en el territorio del Estado del foro, si bien únicamente podrán tomarse medidas coercitivas posteriores al fallo contra bienes que tengan un nexo con la entidad contra la cual se haya incoado el proceso”.

     Ya que  tal inmunidad se acuerda a los bienes objeto de sentencia, con mayor razón es válida  para activos sobre los cuales no se ha entablado litigio ni recaído decisión judicial.

         Por ello, en el “Quinto Informe sobre las Inmunidades 
Jurisdiccionales de los Estados y sus bienes” de la ONU,  el Relator Especial  Sompon Sucharitcult afirma:

“83. Parece ser regla general que los bienes de un Estado extranjero, especialmente los que se encuentren en su posesión o bajo su control, se hallan exentos de medidas provisionales de embargo o aseguramiento, así como de ejecución”.

      Por tanto, según las normas de Naciones Unidas, obligantes para todos sus miembros  los intentos por terceros de retención, congelamiento, repartición  o transferencia de activos venezolanos en el exterior  no son más que actos de vulgar  latrocinio, sin efectos válidos, y generadores de responsabilidad civil, administrativa y  penal para sus perpetradores.

      Se dirá que el sistema financiero de las grandes potencias no reconoce normas. Si así fuera, ha pronunciado su sentencia de muerte: quien no respeta derechos de  otros no puede reclamar los propios. Bien ingenuo sería quien de ahora en adelante colocara un solo centavo en sus arcas. Entre rateros te veas.


UN RELATO DE LUIS BRITTO GARCÍA

DOMINGO MUÑOZ, RELIGIOSO

              Por desviar la atención del atormentado torbellino del altar barroco de la iglesia de San Francisco de Quito, el sacerdote Domingo Muñoz la vuelve hacia el artesonado mudéjar y luego hacia el torrente de la cabellera de la feligresa, apenas visible tras la rejilla del confesionario y el velo. La feligresa confiesa un pecado simple como una línea recta. Engaña a su marido con su celoso amante Maurel. Muñoz la envía a hacer penitencia frente al altar. La feligresa camina en dirección opuesta hacia el portal, donde el resplandor de la plaza la convierte en una mujer vestida de luz. Domingo Muñoz la sigue. Al trasponer el portal mira por el rabillo del ojo al mendigo disimulado en la penumbra que alternativamente cubre y descubre su rostro en sombras con un papelote garabateado de incoherencias.
              De allí a que terminen el confesor Domingo Muñoz y la feligresa Wanda acusados del envenenamiento del marido no hay más que un paso. La iglesia impone unos fueros y la política otros. Muñoz y Wanda son remitidos a la lejana Caracas, aldea revoltosa devastada por los terremotos y las guerras. Wanda logra su libertad, según atestigua el minucioso cronista Jean Merrien, valiéndose de un recurso del cual dispone toda mujer bella.  Por el ventanuco casi a ras de acera de la prisión eclesiástica de la catedral de Caracas, Muñoz atisba la entrada de las tropas independentistas, que cabalgan blandiendo lanzas ensangrentadas. Sus caudillos fusilan desertores, homicidas, convictos de pillaje. En el tumulto se abren arcas y prisiones. Muñoz escapa confundido con rateros e independentistas. Repartiendo bendiciones entre mendigos y cocineras obtiene la noticia de que Wanda comparte el lecho con Maurel y con el jefe de la policía. Una casa en llamas y un amante apuñalado no llaman la atención en la  aldea sometida a los furores de la ley marcial. Arrastrando a Wanda consigo Domingo Muñoz se une a partidas de fugitivos realistas que por las trochas de la montaña buscan las caletas del litoral y las goletas que a cambio de fortunas los llevarán hacia las Antillas todavía dominadas por su Sacrarreal Majestad.

              La única fortuna de Domingo Muñoz es su habilidad para ofrecerla. La mañana en que la  precaria goleta leva anclas predica como nunca a los harapientos tripulantes. La cólera de Dios había sembrado las iglesias de altares cuya violenta confusión enloquecía a los hombres, y la tierra de hombres desnudos vestidos de la sangre de los degollados. La obra de Dios había de empezar esa madrugada en el mar.
        
      En los Archives géografiques consigna Maurice Magre que el 4 de agosto de 1822 el marino Hugh Hamilton testifica ante el almirante Fergusson, comandante de la guarnición de Jamaica, que embarcado en el sloop The Blessing en vía hacia Santiago de Cuba fueron abordados por el schooner Emmanuel, que lucía una bandera negra que ondulaba como una sotana. Que el infortunado capitán Smith no pudo ofrecerles más que cien toneles y cincuenta sacos de harina. Que en recompensa fue obligado a saltar al mar por la planchada y abaleado al tratar de asirse al casco. Que el hijo del capitán Smith gritó, el capitán del schooner le partió el cráneo de un culatazo y lo arrojó también al mar. Que  incendió el sloop y abandonó en una chalupa a los tripulantes,  recogidos misericordiosamente el 28 de julio de 1822 por el schooner Marie-Anne. Que el pirata era alto, robusto, de rostro alargado, nariz aguileña, edad de cuarenta y cinco años y sus secuaces lo llamaban Muñoz.

              En su Voyage dans la République de Colombia, el francés Mollien  recoge un testimonio del inglés Houston que reconoce como Domingo Muñoz al capitán de un velero de bandera negra que aborda su canoa sólo para comprar pescado. Al mástil del velero estaba encadenada como un animal una mujer de ensortijada cabellera.

              Testigos de confianza sitúan la guarida del réprobo en Cerrito Colorado, donde la expedición punitiva del almirante Padilla sólo encuentra un cadalso, restos de un campamento y un poste con una larga cadena que termina en una pulsera abierta. Otro testimonio sitúa a Domingo Muñoz diciendo misas negras en una caverna de Aruba, mientras a su alrededor danza una mujer semidesnuda. La crónica quizá exagera sus crueldades o sus botines o le atribuye los de otros en un mar plagado de piratas peruanos, grancolombianos y de filibusteros de New Orleans. Quizá es fantasiosa la especie de que organizaba elaboradas ceremonias en donde cada prisionero colaboraba activamente en la muerte de sus compañeros de infortunio.

Esta historia debería tener un fin; como el mar, parece no haber comenzado ni terminado nunca. El aventurero se pierde en él sin dejar más rastro que la espuma. Nadie nace pirata; la piratería es apéndice o enmienda de una profesión anterior. En la iglesia de San Francisco de Quito me pregunto cómo puede enloquecer a alguien su altar barroco: por su agregación contradictoria, por su soberbio poder sin objeto, por su fracasada mímesis de la gloria ejecutada con el perecedero esplendor de la tierra, por el místico primor operante de los contrastes, por querer agotar en el constreñido instante la dilatada extensión de la eternidad. Por anhelar la ruptura de los compartimientos que sosegadamente dividen tiempo de espacio e infinitud de finitud. Pero sobre todo por tentar la mixtura de los incompatibles: la gracia con el método, la insignificancia con la omnipotencia; el más acá y el más allá. Perlas de magnificencia finge mostrar en cada sorbo de Dios: sólo reúne la pequeñez con lo incolumbrable. Y todavía pretende narrar la demasía en el discreto signo de la talla. Aullido disonante,

Tratándose de seres humanos es ilusorio suponer que parecidas causas arrastren semejantes efectos. Anoto sin embargo que ante el altar de San Francisco en Quito –más que en la centelleante capilla de la catedral de Puebla- se hace patente que no hay un Dios, pero que  está en proceso de haber uno. Desde la pululatoria diversidad –cuya imagen es el barroco- habrá al fin una unitaria conciencia de todo incluyéndose en ello la de la ignorante plétora de los procesos que en Él culminaron. Así como este Dios podría ser un  efecto podría también ser remota y todavía inexistente causa: generarse en el futuro abismamiento del todo en lo uno o bien ser agonía de lo uno revirtiendo en el tiempo en la pululante diversidad del todo: puede que al culminar cualquiera de los extremos de este viacrucis muera: somos sus partes o tentáculos situados en uno u otro de los puntos de este proceso y nuestro deber es constituir el uno o disgregarlo entregándonos a los laberínticos martirios de la heterogeneidad, la contraposición, lo inagotable: Dios es barroco y la prueba de ello es el mundo, sus inagotables tropeles, su torbellineante mar. Prometo no contar esto a nadie. Con paso incierto escapo haciendo chirriar los maderos del piso hacia el portal, donde un mendigo se tapa y destapa la cara con papeles donde expone en incoherentes palotes su arrepentimiento de haber creado  el mundo.

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DIRECCIÓN: Román Chalbaud GUIÓN: Luis Britto García
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