sábado, 27 de septiembre de 2014

BOLÍVAR Y LAS IMPORTACIONES FANTASMAS


1
Mientras Bolívar combate a los realistas, otro enemigo infinitamente más peligroso ataca desde las propias filas de la República. Para subsistir, la Patria liberó esclavos, confiscó bienes, pidió préstamos, pagó a sus soldados con bonos. Las tropas hambreadas han revendido esos bonos por centavos a la oligarquía, y ésta se propone cobrar por su valor nominal hasta el último céntimo  de esos créditos a la República. Desde que nace la Patria revolotean los buitres.
2
Para pagar esas deudas, la República debería cobrar impuestos a quienes tienen con qué pagarlos, los oligarcas. Pero únicamente  el Congreso  autoriza impuestos, y sólo pueden ser elegidos para él quienes tienen bienes de fortuna: los menos dispuestos  a pagar por la Independencia que les abre el comercio con el mundo. Este  Congreso de ricos sanciona la ley de 7 de julio de 1823, que autoriza al gobierno para “emitir y poner en circulación en Europa o en otra parte, vales, obligaciones o pagarés sobre el crédito de la República por vía de empréstito”. La oligarquía cobrará sus créditos a costas del irredimible endeudamiento del Estado, es decir, de todos.
3
El vicepresidente Francisco de Paula Santander nombra a los comerciantes Arrubla y Montoya en la doble condición de representantes de la Gran Colombia y de comisionistas que recibirán 1% del empréstito. El ministro Hurtado también cobra comisión y se asocia a las empresas prestamistas. En Londres estos funcionarios comisionistas o comisionistas funcionarios contratan el empréstito con la banca que presenta peores condiciones para la República, la Casa Goldsmich,  y la habilitan como “agente del gobierno de la República de Colombia para la transacción de todos los negocios de dicha República en Inglaterra”. A través de ella debían los grancolombianos realizar todas sus compras en las islas británicas, pagándole sabrosas comisiones. Como resultado, los puertos del Caribe quedaron abarrotados de pertrechos, armas, aparejos e implementos deteriorados o inútiles. Antes de culminar su Independencia, quedaba la República ahogada en importaciones fantasmas, que debía pagar a precio de oro.
4
A estas raterías se añade la triquiñuela de permitir a la oligarquía convertir los devaluados pesos grancolombianos en libras esterlinas para financiar sus importaciones y  operaciones comerciales. Los 30 millones de libras del empréstito se fueron así en pagar deudas sobrevaluadas, falsas importaciones o compras suntuarias a la oligarquía, sin aplicarse  a la agricultura ni a la cancelación de la deuda externa, para lo cual se lo contrajo.
5
Bolívar, sin recursos, sin hombres, se empantana enfermo en Pativilca mientras la oligarquía peruana y el traidor marqués de Torre Tagle entregan el país a los realistas. Al solicitar una vez más recursos para culminar la Independencia,  Santander le contesta el 10 de mayo de 1824 que “El Congreso prevé un nuevo empréstito a favor del Perú, pues el tan decantado de los 30 millones no es disponible para ésta, según las órdenes terminantes que ha dado el Congreso”. Y luego, que “Sin una ley del Congreso no puedo hacer nada, porque no tengo poder discrecional, sino el que pueda ejercer conforme a las leyes, aunque se lleve el diablo a la República”.
6
El diablo no se lleva a la República porque  Bolívar triunfa en Junín y Sucre sella la Independencia americana en Ayacucho. Bolívar parte a Venezuela en 1826 a reducir la rebelión de Páez, juega una rápida partilla de tresillo con Santander,  gana algunos pesos y los embolsilla diciendo con terrible ironía: “Por fin me toca mi parte del empréstito”. Santander resiente la alusión; de allí arranca la enemistad que culmina en el atentado contra Bolívar de 1828. Dos años después muere quien nos libertó de las cadenas de la dependencia política; los que  nos remacharon las de la  usura y la deuda alientan todavía.

(TEXTO/FOTO:LUIS BRITTO)

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viernes, 26 de septiembre de 2014

LA ORGÍA IMAGINARIA / EL ÁNGEL


Pero luego aprendí cómo había pecado
Aún sin tener alas, corría tras un ángel
Era como esparcir simiente sobre roca
Vociferar al viento creyendo hablar con Dios
Miguel Ángel: Soneto XXVII
Muy joven, cuando apenas comenzaba a descollar en el taller, concibió Michel Angelo la idea de esculpir una montaña. En la cara recibió por ello un martillazo, dado por su maestro El Torrigiano, a quien semejante idea produjo vértigo y deseos de reducir las cosas a sus verdaderas dimensiones. Desde entonces, las obras del Angelo sólo
fueron proyectos, aproximaciones a las diversas etapas de su manía, que iban desde la figura sedente, que aceptaba la forma natural de la
montaña, hasta la figura de pie, que la desafiaba y, por decirlo así, la menospreciaba. Por cierta clave en la configuración de las cabelleras y de las articulaciones se puede adivinar la montaña para la cual estaba reservada cada obra como modelo. La forma de los músculos armonizaba con y sólo con los bancos de nubes que debían enjugarlos y untarlos como algodones empapados en aceite. 

Asomó esta idea al Papa Giulio II della Rovere, quien enloqueció de terror y retardó la
respuesta. Desde entonces, discutían de la obra al encontrarse a solas. Sin dar una respuesta definitiva, Giulio II le encargaba un proyecto tras
otro, no sabiendo si sentir admiración o repulsión por la idea. Enormes frescos le anticiparon el aspecto que tendría a vuelo de ángel una
Europa cuyas cordilleras hubieran sido totalmente esculpidas. La idea de un templo que tuviera por bóveda los cielos lo tentaba y a la vez lo
amedrentaba. Algo le decía que un tal templo sería el anuncio del fin de los tiempos, a la vez consumación de la gloria y pecado. No escapaba
a Giulio II ni a Michel Angelo que la realización de este proyecto requería y por lo tanto implicaba la dominación de la teocracia absoluta sobre todos los hombre. Esta razón sólo hacía inevitable emprenderlo, pero sobrehumana la responsabilidad. Giulio della Rovere murió, y el
proyecto fue acogido sucesivamente por los Papas Leone X, Clemente VII y Paolo III Farnese, quienes para emprenderlo autorizaron la venta
de nuevas indulgencias para remplir de recursos las arcas pontificales y exasperaron más que nunca la polémica contra los gibelinos. Estas medidas encontraron perdurables respuestas. La cristiandad dividida y los señores de la espada escupiendo sobre las llaves de San Pedro serían otras tantas montañas que fueron a caer sobre la Santa Sede.
Miguel Angelo llevó entonces su propuesta a los señores de la espada, y estos, reconociendo cuánto debía su triunfo a la megalomanía
ensimismada de aquél, declinaron acogerlo, temiendo ser a su vez castigados por una tercera fuerza, de la cual entonces apenas algo se
barruntaba. Sólo Cósimo de Médicis se atrevió a asumir el proyecto. Y la espada segó el mundo. Y fue a su vez abatida por el oro que ella misma había pillado.

Ahora la sombra de Michel Angelo propone este proyecto a las plutocracias y todas las restantes cracias, con la adicional y probada
advertencia de que tan funesto es adoptarlo como rechazarlo. Graves economistas disertarán que, no habiendo forma no catastrófica de invertir el excedente económico, ésta será la ideal. Las juntas de turismo lo harán inevitable. Para llevarlo a cabo o para evitar su cumplimiento se consolidará un nuevo poder y caerán otros. Todo seguirá girando
alrededor de estos colosos. En su última versión, la idea de Michel presuponía la talla de planetas y tal vez de universos enteros. Y la tierra o el mundo serán, a vuelo de Ángel, algún día, e inevitablemente, como la cabeza de un
hombre a quien un martillazo ha dejado la faz machacada.




(TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO) 

domingo, 21 de septiembre de 2014