domingo, 26 de octubre de 2014

LEER A AMÉRICA


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Los lectores crean la escritura.  Una audiencia de sacerdotes y funcionarios beatos condicionó las letras rezanderas de la Colonia. Otro público de masones, ateos y liberales posibilita las novelas y los poemas románticos de las Repúblicas Oligárquicas. Los liberales quieren la imprenta, el libro y la escuela porque a través de ellas podrán rodear el adoctrinamiento esencialmente verbal de la iglesia. Un funcionariato positivista consumirá las prédicas civilizadoras y las novelas realistas  de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. Juventudes que se dicen revolucionarias  devorarán versos libres y despropósitos surrealistas. Una casta de hacendados semifeudales que aspira a burguesía industrial requiere obreros letrados y apoya formulariamente reformas alfabetizadoras. Al llegar a Presidente en 1868, el primer decreto del escritor  Domingo Faustino Sarmiento es para crear escuelas. El déspota ilustrado venezolano Antonio Guzmán Blanco decreta la Educación Pública, Gratuita y obligatoria en 1870, cuando sólo funcionan en el país 300 escuelas con 10.000 alumnos; en 1877 hay 1.131 escuelas primarias con 43.000 alumnos y se han creado veinte colegios de secundaria. Así se acumulan proyectos bien intencionados y reformas fallidas, hasta que para la mitad del siglo XX dos de cada tres latinoamericanos no saben leer. La Cepal nos informa que   en los países de América Latina y el Caribe todavía está en condición de analfabetismo absoluto un 9% de la población de 15 años. Ella comprende, entonces, unos 38 millones de latinoamericanos y caribeños, sin contar un posible porcentaje elevado de analfabetismo funcional. Pioneros en vencer el analfabetismo fueron los países del Cono Sur, y aquellos que aplicaron programas revolucionarios, como Cuba y Venezuela. Países como Perú y Bolivia reconocen el carácter de idiomas oficiales a algunas de sus lenguas originarias.
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Cruentas batallas conquistan la Independencia política; la lucha por la cultural todavía no termina. Hasta el presente nuestras letras se dividen entre una facción que pretende imitar la voz europea y otra que se debate por encontrar la  propia. Los aparatos culturales de las Repúblicas Oligárquicas oficializan la primera. El desastre de la Conquista y la Colonización deja sin embargo tras de sí el milagro de que los habitantes de  26 millones de kilómetros cuadrados tengan la posibilidad de comunicarse en dos lenguas romances la comunidad de valores derivados de una sola religión.  Lo que los cosmógrafos llamaron la Cuarta Parte del Mundo podría leerse  mutuamente.
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Así, el idioma extiende una hermandad superficial, la del reconocimiento mutuo, y otra profunda, la del Ser. Supone Shapiro que la estructura del lenguaje es la de nuestro pensamiento: que la manera en que hablamos corresponde a una forma de existir. Si pensar es organizar una cadena de vocablos, hablo, luego existo. Un mapa de difusión lingüística podría ser al mismo tiempo una cartografía ontológica y finalmente política.
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Pero al igual que el latín, toda lengua ecuménica lleva el germen de Babel.  El mismo idioma es emitido con distintas hablas por castas diferentes.  Distinguen los lingüistas sobre un supuesto código sencillo de las clases bajas y otro elaborado de las dominantes.  Como en principio la escritura es regida por la clase dominante, se produce una escisión entre la forma de escribir y la de hablar. Se separan como idiomas distintos un lenguaje culto y engolado que se escribe y un habla directa y sencilla que se vocaliza, hasta  que algún Rulfo, un Cortázar o un Cabrera Infante  de genio vuelven a conciliarlas, obran el milagro de casi escribir como se habla.
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Se dice que a los latinoamericanos nos desune un idioma común. Para leer a América es necesario que la universalidad de nuestros lenguajes preponderantes venza el parroquialismo de nuestras fronteras. Brasil ha institucionalizado el castellano como primera lengua extranjera a aprender en su sistema educativo. Los restantes países deberíamos reciprocar ese gesto adoptando el portugués.  Sin obstáculo alguno podemos leer un libro editado en  Chile o   Puerto Rico, pero lo más probable es que éste sólo llegará a nuestras manos si es impreso por alguna de las editoriales gigantes con sistemas de distribución fuera de las fronteras de uno de los pocos países con grandes masas de lectores. México, Argentina, Uruguay y Brasil liderizan la edición latinoamericana. Los prodigiosos esfuerzos editoriales de Cuba y Venezuela apenas pueden superar los filtros de las aduanas  políticas y mercantiles.
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La inmensa China con sus múltiples lenguajes fue unificada por la escritura común de los ideogramas. La India innumerable se organizó en torno a la adopción como idioma oficial del inglés. Sin dejar de lado las lenguas originarias y las nuevas, la escritura y la lectura en dos lenguas romances comunicables son los  principales instrumentos para la integración cultural, económica y finalmente política de la región.  Se preguntaba William Blake cómo saber si cada pájaro que cruza el espacio aéreo no es un mundo de delicias prohibido por siempre a nuestros cinco sentidos. Sabemos que torpes estorbos o insuficiencias para la difusión de la palabra convierten prodigiosas literaturas contemporáneas o vertiginosos sistemas de ideas en mundos tan inaccesibles como los de los petroglifos o los  códices ancestrales. El primer derecho de un ser es el de leerse en su totalidad y plenitud. Para constituir a América Latina debemos leerla íntegramente, por sobre las fronteras de las patrias, de las clases y de las épocas, intentar no sólo una decodificación pasiva, sino una superlectura a través de la semiosis, de la deconstrucción, el placer y la pasión. Leer es fundirse con el otro. Leer a un continente es ser parte suya.  Nombrar es crear.

(TEXTO/FOTO:LUIS BRITTO)

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