sábado, 9 de julio de 2011

ENFERMA EL PRESIDENTE

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El Presidente entra a su Despacho en Miraflores. Sobre el escritorio, las publicaciones extranjeras que desde hace años lo insultan y amenazan. En la pared, el gran mapa con el área coloreada que expresa el proyecto de unir Ecuador, Colombia, Venezuela y Nicaragua para resucitar la Gran Colombia. El Presidente lo contempla ¿Por qué no? Ha vencido el bloqueo y bombardeo de quince acorazados de tres potencias imperiales agavilladas con los acreedores de la Deuda; ha desbaratado el alzamiento de los caudillos locales apandillados con las empresas del asfalto ¿Qué podría evitar el cumplimiento del sueño de Bolívar? Un edecán toca la puerta, se cuadra, anuncia: -Mister Russell, embajador de Estados Unidos.

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Los hombres se enfrentan desde extremos opuestos de la mesa y de las ideas. Russell anuncia, amenazador, que Estados Unidos considera inaceptable la sentencia que condena a la empresa asfaltera de su país New York and Bermúdez Company a pagar a Venezuela 24.178.336 bolívares y 47 céntimos. El presidente Cipriano Castro le contesta que las razones están en la sentenciamisma: que por financiar un alzamiento criminal, su compañía destruyó bienes y vidas venezolanas, obligó a crear impuestos de guerra, disminuyó los ingresos aduaneros. Russell refunfuña: “Tampoco se nos ha consultado sobre el plan de nacionalizar esa empresa”. Contesta el Presidente que Venezuela no consulta con otros países sus decisiones, porque para eso es soberana. Riposta Russell que ya Francia y Holanda rompieron relaciones por Venezuela. Argumenta Castro que la Compañía del Cable Francés interfería las comunicaciones y los holandeses contrabandeaban armas para la contrarrevolución. Riposta Russell que “Por sus multas a la Compañía Francesa del Cable, ya Francia rompió relaciones diplomáticas con Venezuela”. Arguye el Presidente que esa compañía cobraba a los venezolanos cinco veces más que a otros países, interfirió nuestras comunicaciones, las reveló al enemigo, nos aisló del mundo civilizado. Gruñe Russell que “También Holanda rompió relaciones con Venezuela”. Le recuerda el Presidente: “Detuvimos barcos holandeses porque contrabandeaban armas para la contrarrevolución. Un buque de guerra holandés entró en La Guaira sin permiso. En Curazao las turbas asaltaron nuestro Consulado y trataron de matar al Cónsul”.

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Otros mandatarios tiemblan ante la mera insinuación: el venezolano menosprecia la amenaza. El gringo toma un periódico de la mesa: “Usted también anula el contrato de salinas; deja sin efecto concesiones ferrocarrileras hechas a Alemania; anula el monopolio de los fósforos… Aquí escribe César Zumeta en La Semana que ‘la doctrina comunista que el señor Bohórquez preconiza con sinceridad filosófica en Maracaibo, Castro la practica en Caracas”. El presidente retruca que “Las salinas son propiedad de la Nación. Los ferrocarriles han incumplido sus contratos. Venezuela no gana nada con la New York and Bermúdez Company. Pretende un contrato inconstitucional que la haría inmune a los impuestos y contribuciones nacionales. No hace más que llenar sus barcos con nuestro asfalto y venderlo a precio de oro en el exterior. Sus empleados intervienen en política interna. Sobornaron con 10.000 dólares al representante de Estados Unidos, mister Bowen, para interceder a su favor ¿Es ese el precio del honor de su país?” Mister Russell ve rojo, casi grita que el ministro Hay en 1905 advirtió que Washington “se vería dolorosamente forzado a tomar las medidas que juzgara necesarias para obtener satisfacción completa”. Cipriano Castro ataca: “En esos contratos la cláusula constitucional somete las disputas sobre ellos a la jurisdicción soberana de nuestros tribunales. Ya no tenemos funcionarios ni jueces vendepatrias que nos entreguen a jueces extranjeros. La soberanía no se discute: se respeta”. Russell responde con voz cavernosa: “Los intereses de nuestros negocios son los de nuestro gobierno. Estados Unidos rompe relaciones con usted”. Los dos hombres se levantan al unísono. El Presidente venezolano confía en que nada lo podrá doblegar.

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Semanas después Cipriano Castro despierta entre vapores de cloroformo y gasas ensangrentadas. Su médico Revenga lo ha operado de grave dolencia del riñón, que los áulicos atribuyen a la fatiga de sus duras campañas y los enemigos a francachelas con damiselas y brandy. La operación ha sido un éxito, pero el enfermo morirá si no lo interviene el cirujano Israel, del Instituto Hygeia de Berlín. Éste no quiere venir a la Venezuela que la prensa internacional desacredita. El Presidente deberá viajar al exterior.

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Jamás se vio mayor manifestación de solidaridad y pleitesía que la que rinde a Cipriano Castro la asfixiante camarilla de adulantes, áulicos, oportunistas y figurones que lo rodea y lo separa de los milicianos andinos que lo llevaron al poder. Deja encargado de la presidencia al más incondicional de los incondicionales, Juan Vicente Gómez. Éste da un golpe a traición contra el compadre que se opera en Alemania; tres acorazados de Estados Unidos custodian la transmisión de mando. Jamás se vio mayor manifestación de pleitesía y solidaridad que la de los mismos figurones al nuevo Jefe. “Las nulidades engreídas y las mediocridades consagradas”, los llamó el escritor Manuel Vicente Romerogarcía, quien en 1899 comandó la milicia que tomó Caracas para Cipriano Castro y en 1908, a pesar de las diferencias que ha tenido con el Presidente, es el único que va a visitar en Europa al convaleciente a quien todos abandonan, para proponerle invadir de nuevo el país desde la frontera en Aracataca, hoy Macondo.

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Castro todavía sobrevive a un largo exilio, a un atentado a balazos y a un intento de soborno del Comandante Naval de las Fuerzas de Estados Unidos en el Caribe, quien lo contacta en Santurce, Puerto Rico, en 1917. El compadre Gómez no quiere meter a Venezuela en la Primera Guerra Mundial, los estadounidenses ofrecen apoyar a Cipriano para que gobierne a Venezuela bajo la tutela norteña. Ásperamente, Cipriano aprueba la neutralidad venezolana y despide al oficial: “¡Prefiero morir solo y pobre, y desterrado, que presidir una prosperidad custodiada por Estados Unidos! ¡A ese precio no regreso!”

Son sucesos de apasionante actualidad, que algún día veremos en una película del maestro Román Chalbaud, a quien hoy homenajean en Chile por su obra incomparable.

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