sábado, 15 de junio de 2024

SANTOS JUGANDO BANCO

 Luis Britto García


          -Buenos días ¿Lleva  tiempo esperando?

          -Hombre, desde 1566.

          -¿Tanto? ¿Y usted qué era? ¿Delator? ¿Estafador? ¿Asesino?

          -Fraile.

          -¿Y todavía no lo  dejan pasar? Ha debido hacer algo malo.

          -Protegí a los indígenas.

          -¿Y  eso  es delito?

          -Pues aquí llevo esperando cuatro siglos y medio.

          -Perdone, pero  he visto su retrato en algún sitio.

          -Yo me llamo Bartolo, servidor de usted.

      -¡Pero claro! ¡Bartolomé de las Casas! ¡El primer sacerdote ordenado en el Nuevo Mundo! Mucho gusto. Su servidor, José Gregorio Hernández.

          -El gusto es mío doctor. No necesita presentarse. Todos en esta cola lo conocemos.

          -Pero si yo  espero apenas desde 1919.

          -Sí, pero en esta cola  de candidatos a la santidad nos tienen a monte los vendedores de imágenes. ¡El tiempo pasa tan lento!

          -¡No diga eso, fray Bartolomé! ¡Usted, que dedicó cada instante a trabajar por el oprimido! ¡El primero en cuestionar los títulos de dominio del Emperador Carlos V sobre el Nuevo Mundo! ¡El promotor de la bula Sublimis Deo, de Pablo II,  que  reconoce la naturaleza humana de los indios y  declara que sólo pueden recibir la fe en libertad! ¡Usted, el precursor de los Derechos Humanos, que escribió millares de páginas contra las atrocidades hechas a los indígenas!

          -¿Y de qué sirvió tanto escribir? Sesenta millones de americanos perecieron como consecuencia de la Conquista.

          -Pero la única voz que protestó  en esta cola fue la suya,

          -Ah doctor, usted que es médico de pobres sabe que con la voz no basta. Evangelicé con el arado. Prediqué sembrando maíz. Recé con el pilón. Catequicé levantando asentamientos pacíficos en la costa de Oriente ¿Y qué logré?

          -Los conquistadores deshacían con el hierro lo que usted hacía con las manos.

          -¡Y encima ese cuento de que por salvar a los indios de la esclavitud, causé la de los africanos! ¡Como si los esclavistas protestantes, el anglicano Hawkins, los calvinistas holandeses de la Compañía de las Indias Occidentales, los evangélicos gringos, todos esos herejes  necesitaran  permiso de un  fraile  para su capitalismo salvaje!

          -Cálmese vusté. ¿Le puedo ofrecer de este calentadito? Me lo acaban de pasar los Reyes Magos, con sus taparitas llenas de aguardiente.

          -No trate de consolarme, Cheo. Pude haber salvado a los indígenas, si mis fuerzas hubieran sido del tamaño de mis intenciones. Pero alguna vez fui soldado, profesión pecadora. Prediqué como quien lucha. Exhorté como quien manda. En cada ataque comprometí todas las fuerzas.

-¿Y a San Miguel, acaso le critica  ser general en jefe?

-Pero yo perdí todas las batallas. Tengo todos los defectos. Mi único mérito fue no rendirme.

          -¿Y a mí qué me cuenta? ¿A mí,  de los primeros en alistarse voluntario en el ejército contra el bloqueo de diciembre de 1902, cuando la Planta Insolente del Extranjero profanó el Sagrado Suelo de la Patria? ¿A mí, que por mis pecados o mi mala salud no me dejaron ser monje ni sacerdote? ¿A mí, que terminé remendando cuerpos porque me creyeron inepto para salvar almas?

          -Él no desdeñó lavar pies ni sanar al enfermo.

-¿Cómo cree vusté que me siento con la calumnia de que el sabio Rangel se suicidó porque  le negué una beca? ¿Con el cuento de que soy vanidoso porque salgo bien en los retratos? ¿Con el invento de que me mató el único automóvil de Caracas, cuando ya había mil y pico? ¡Cómo se ve que nunca han salido corriendo para atender  emergencias!

          -El que carece de entendimiento menosprecia a su prójimo; mas el hombre prudente calla (Proverbios, 11-12).


          -Si antes me tildaban de discriminador, ahora me acusan de igualitario.  ¡Qué si José Gregorio se la pasa con el Negro Felipe, con Guaicaipuro, con  María Lionza! ¡Que si comparte con  sospechosos de tener doble cédula: San Benito Ajé, Santa Bárbara Changó, San Juan Baricongo!  ¡Que si pasea con las doce potencias africanas! ¡Lo que ellos llaman el lumpen de siempre! ¿Qué culpa tengo yo de que cuando el pueblo siente  necesidad piense en mi, y no en esos obispos que piden limosna en vez de darla? ¿Quisiera yo verlos, haciendo visitas médicas hasta después de muertos! ¡Escalando con ese maletín los cerros donde no sube Conferencia Episcopal! ¡Brincando los barrancos que no salta Federación Médica!

          -Tenga esta bota, Cheo, y pruebe este vinillo andaluz de consagrar que es una maravilla.

-Eso sí. A la hora de pelearse mis huesos porque atraen  limosnas, como tigras paridas se los disputaron Isnotú y el Cementerio General del Sur y la iglesia de la Candelaria. Pero en el momento de reconocer la santidad, si te he visto no me acuerdo.

          -Josú, Cheo, usted hizo más de lo que pudo. ¡Cuántos indios hubiera yo salvao si hubiera tenío sus estudios sobre la angina de pecho palúdica,  sobre la nefritis amarílica, sobre la bilharzia!

          -Nunca es suficiente.

          -¿Pero doctor, qué veo? ¿Quién es esa beata que se salta la cola a la torera  y entra en hombros de camarógrafos y faranduleros? ¿Quién la conoce? ¿Qué ha hecho? ¿No es parienta del dueño de unas televisoras? ¿La pantalla chica  pone santos? ¡Con razón quiere quitar presidentes!

          -¿Fray Bartolomé, qué miro? ¿A cuenta de qué se colea el cura ese, con su combo de desfalcadores de bancos? ¿La santidad se compra en bolsa de valores?  ¿No y que primero entra un camello por el ojo de una aguja, que un rico al cielo?

          -¡Pero Cheo! ¿Usted no usa Twitter? ¿No sabe que el Presidente de Venezuela anunció que el Papa acaba de abrirle a usted las puertas del Cielo?

          -¡Qué va, Bartolo! Delante del mismísimo San Pedro me devolvió a esta cola la Conferencia Episcopal. Y eso que el gobierno acaba de declararme “Santo Antibloqueo”. Pero gobierno ni quita obispos ni pone santos.

          -¿Y qué importa, Cheo? ¿Acaso cada momento en esta cola sabiendo que quedan indios por salvar o enfermos por curar  no es el infierno?

          -¿En qué fallamos, Bartolo? ¿Por qué no tocamos la tecla adecuada?  ¿Entre nuestros defectos, cuál es el que no nos perdonan?

          -El de creer que el hombre no ha sido hecho para la institución, sino la institución para el hombre.

          -Pero eso es lo que  llaman amor, Bartolo. 

-Lo único que tuvimos, y lo único que  la eternidad no ha podido quitarnos.

-Entonces estamos donde debemos estar. Esta cola interminable no es el infierno ni el purgatorio ni el limbo.

Tampoco es la santidad. Es el cielo.

-El único posible.


TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO

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