sábado, 28 de enero de 2023

CIEN AÑOS DE LA URSS (II)

 

Luis Britto García 

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En los despectivos diagnósticos sobre la Unión Soviética poco se citan sus aportes a la cultura y la estética. Toda verdadera Revolución crea un arte revolucionario. Las vanguardias soviéticas inauguran la contemporaneidad. Sus constructivistas inventan el abstraccionismo, la nueva arquitectura funcional, el moblaje sin adornos inútiles, indumentarias cómodas y audaces. Sus diseñadores reinventan el arte gráfico, plasman carteles políticos que son alaridos visuales.  Sus cineastas desarrollan el lenguaje del cinematógrafo como obra de arte. Sus músicos componen sinfonías que utilizan las posibilidades percutivas de los instrumentos, algunas a ser interpretadas con los estruendos de maquinarias industriales. Sus poetas prescinden de la rima y vociferan poemas agresivos como manifiestos. En algún momento el arte oficial retornará a un realismo socialista lírico o una figuración irónica que la crítica occidental desdeñará para luego exaltarla cuando sus artistas la reciclen como  Pop o hiperrealismo. Casi no hay audacia estilística del siglo XX que no  deba algo a las primeras décadas de la Revolución.


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La Unión Soviética es la verdadera triunfadora de la Segunda Guerra Mundial, al costo de unos 27 millones de vidas y de la descomunal devastación de lo logrado en un cuarto de siglo. Los Aliados la dejan combatir casi sola contra el fascismo antes de desembarcar el primer soldado en la Europa continental a mediados de 1944. Son los soviéticos quienes izan la bandera roja sobre Berlín. Desde entonces los Aliados inician contra ella la Guerra Fría, que la fuerza a dilapidar en la carrera armamentista parte significativa de su producción y a reforzar e intensificar sus mecanismos de seguridad. 

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Las revoluciones brotan en el espacio que les abre la pugna entre  potencias preexistentes. La soviética surgió del resquicio abierto por la lucha entre los imperios inglés, francés, estadounidense y alemán. Pero, una vez instalada, la contienda de las potencias occidentales contra ella liberó espacios para el surgimiento de nuevas revoluciones: la yugoslava, la china, la coreana, la vietnamita, la afgana, la camboyana, la cubana. Su veto en el Consejo de Seguridad de la ONU impidió o estorbó muchas de las peores tropelías estadounidenses; su apoyo facilitó la descolonización de muchos países y los ayudó a mantener su independencia. La Unión Soviética sirvió de contrapeso internacional a unos Estados Unidos que de no ser por ella habrían esclavizado el planeta. Su  presencia garantizó el equilibrio del mundo. Su ejemplo sirvió de inspiración en la lucha por un futuro igualitario, pacífico, socialista, humano.

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¿Por qué se desintegró un país que había obtenido tales logros? La disolución de la Unión Soviética se forzó contra la voluntad de su pueblo. En marzo de 1991 el 77,8% de los votantes se pronunció en referendo a favor de su preservación. Su  inmolación Soviéticano fue obra del comunismo, sino del neoliberalismo forzado el mismo año por el Presidente de Rusia Boris Yeltsin mediante un golpe de Estado en el cual derruyó a cañonazos la Duma -el Poder Legislativo que lo había elegido-  ametralló entre doscientos y dos mil ciudadanos que protestaban contra sus medidas capitalistas,  ilegalizó al Partido Comunista, y a sangre y fuego  impuso la economía de mercado.

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Una Revolución es una guerra a la vez interna y externa, y no hay guerra sin víctimas. Sus enemigos atribuyen al poder soviético la creación de drásticos aparatos represivos que habrían causado enormes cifras de víctimas, en magnitudes  fantasiosas y no verificadas. El libro de Domenico Losurdo  Stalin: análisis y crítica de una Leyenda  Negra (2011) reduce los cálculos a una perspectiva realista. Lo cierto es que si una camarilla de enemigos del socialismo pudo penetrar los mandos soviéticos y destruirlos contra la voluntad del pueblo, tales aparatos o no funcionaban, o estaban de vacaciones, o no reprimían.  

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El horror económico inherente a todo ajuste neoliberal no se hizo esperar. Las empresas y fábricas creadas por el pueblo fueron privatizadas en baratillo a precios irrisorios. El PIB cayó un 19%; el nivel de vida 49%; la producción industrial 46%; las inversiones 25%; la deuda pública y la pobreza aumentaron un 11% y un 40% respectivamente.  (https://www.elviejotopo.com/topoexpress/la-verdad-sobre-la-guerra-ruso-ucraniana/). Los trabajadores perdieron derechos y empleos, los jubilados sus pensiones, casi todos  quedaron sin asistencia médica gratuita. La  pobreza creció del 3% en 1988 al 32% en 1994; el alcoholismo, la drogadicción, la delincuencia organizada y los suicidios se incrementaron vertiginosamente.  La esperanza de vida cayó al nivel histórico más bajo en tiempos de paz;  ocurrieron más de 4 millones de muertes prematuras («The effect of rapid privatisation on mortality in mono-industrial towns in post-Soviet Russia: a retrospective cohort study»The Lancet Public Health. 1 de mayo de 2017). La segunda potencia del mundo perdió la tercera parte de su territorio sin disparar un tiro, y descendió a juguete de mafias criminales y especuladores, fraccionada, atropellada, humillada.

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 ¿Cómo consintió tal degradación el pueblo que salvó al género humano del fascismo? Un sistema persistentemente agredido tiende a defenderse adoptando estructuras verticales y concentrando la toma y ejecución de decisiones. La autocracia zarista había inculcado una tradición de la obediencia que facilitó  este proceso. La Revolución surgió del partido de cuadros, un ejército político de profesionales de la insurrección sometidos a la disdiplina del centralismo democrático. Parecería que estas prácticas a la larga crearon una clase de administradores privilegiados que fueron omitiendo cada vez más la participación popular. Esta es una tendencia generalizada en el sistema  industrial, tanto el socialista como el capitalista. Sucesivamente la denunciaron autores como León Trotsky en La Revolución traicionada (1936), James Burnham en La Revolución de los Directivos (1941), Milovan Djilas en La Nueva Clase (1957),  Michael Voslensky  en La nomenklatura: los privilegios en la URSS (1984). En todo el mundo, el complejo manejo  real de la economía y del poder estaría pasando progresivamente de propietarios o pueblos a un cerrado estamento de administradores que tomaría las decisiones fundamentales y las orientaría hacia el propio beneficio. En la Unión Soviética parte del Partido Comunista  se habría convertido en clase política privilegiada  cuyos miembros renegaron del ideal  socialista y  decidieron pasar de administradores públicos a propietarios privados. Nunca falta el oportunista dispuesto a todo por  una migaja de poder,  incluso a fingirse socialista o pretenderse revolucionario.  La obediencia, la disciplina y el alejamiento de la participación política  inculcadas ancestralmente al pueblo le impidieron defenderse masiva y organizadamente de esta traición. Así nos dejó la tarea de crear una nueva Unión, más perfecta y esta vez indestructible.



 TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO